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martes, 1 de mayo de 2012

"EL GENERAL DE LA GUERRA" “Jorge Rafael Videla se confiesa”. El nuevo libro de Ricardo Angoso...


JORGE RAFAEL VIDELA SE CONFIESA.
LA HISTORIA JAMÁS CONTADA DE UN PERÍODO TURBULENTO”, DEL PERIODISTA ESPAÑOL RICARDO ANGOSO

Tras años de silencio, muchas veces autoimpuesto ante la manipulación sufrida a manos de periodistas sin escrúpulos, el general Jorge Rafael Videla vuelve a hablar. En casi cuarenta cuestiones responde a todo lo ocurrido en la Argentina antes y después del denominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1982), periodo en  que se desempeñó como presidente de la República durante cinco años y donde ocupó también responsabilidades militares al frente de la primera Junta. También el libro hace un recorrido biográfico a través de la carrera política y militar de Videla, y añade algunos documentos interesantes para poder situar al personaje ante la historia.

Ahora este periodo tan controvertido de los años 70 y 80 vuelve a estar de triste actualidad, pues como recuerda el escritor y prologuista de la obra Horacio Palma, al que cito textualmente: “Se vuelve a juzgar a los militares que combatieron a los terroristas, y todo el esfuerzo estatal está abocado a mantener vivo el relato oficial de aquella tragedia argentina. Para que se entienda bien: En los últimos 30 años, la democracia Argentina juzgó a los principales responsables militares y guerrilleros de los años 70. Luego los encarceló. Más tarde los indultó. Salieron en libertad. Después la democracia argentina declaró inconstitucional los indultos, pero solo los indultos de los militares. Y entonces volvió a encarcelarlos, para juzgarlos con tribunales especiales luego y condenarlos con condenas casi calcadas. De un plumazo el relato oficial escondió a los terroristas de la historia violenta que Argentina sufrió en los años 70″.

Es casi imposible conseguir una entrevista con algún militar detenido por el régimen kirchnerista en Argentina. Todo periodista que se aboca a la misión de hacer los trámites para acceder con cámaras o grabadoras a las cárceles donde los militares argentinos (la mayoría mayores de 70 años y con serias afecciones crónicas de salud), choca con una pared infranqueable levantada con duros ladrillos de intolerancia. Los jueces no permiten entrevistas, y los organismos de derechos humanos que monitorean los juicios políticos y a los militares detenidos, han levantado un pesado cerco imposible de sortear. Pero el autor del libro, el periodista español Ricardo Angoso, ha conseguido lo que otros informadores argentinos no lograron en años.

Este libro tan solo trata de romper el muro de silencio impuesto a los militares argentinos que tuvieron responsabilidades durante  uno de los periodos más difíciles de la historia de Argentina. Le damos la voz y la palabra a Videla, dejando a los lectores que libremente tomen una opinión acerca de ese periodo libres de las ataduras y la manipulación impuesta por el actual discurso oficial.

Recordando un 24 de marzo de 1976 en Argentina


24 de marzo - 2012. Todavía los 70

Coronel Ibarzábal. Así apareció asesinado tras diez meses de cautiverio a manos del terrorismo de argentina

Son tiempos de información digital en tiempo real. Mucho podrán ustedes encontrar sobre los distintos integrantes de los grupos terroristas que asolaron a la República Argentina durante casi dos décadas. Y verán que la versión de un terrorismo “idealista” y “romántico” se ha extendido de manera oficial como una forma perversa de maquillar los violentos años escarnecidos de un país que se desangró, dolorosamente, en intestinos egocentrismos.
Sin embargo, y no es casual, poco y nada podrán encontrar sobre la visión de los protagonistas militares.
En los años 70 yo iba a la escuela primaria. Quiero decir que toda mi vida de adulto la viví en una democracia que, por alguna razón que nunca alcancé a comprender, intentó ocultar la historia y la palabra de los militares que tuvieron que combatir a un terrorismo impiadoso y especialmente cruel, que no dudaba en atentar con bombas, acribillar por la espalda o secuestrar a sus víctimas para luego fusilarlas en algún sótano “revolucionario”.
Incluso hoy, habiendo recorrido la democracia argentina casi tres décadas ininterrumpidas, el tema de los violentos años setenta ha sido colocado en el tapete por un gobierno que se ha autodenominado “heredero ideológico” de aquella generación de guerrilleros y terroristas que intentaron asaltar el poder a sangre y fuego.


Argentino del Valle Larrabure. Así apareció asesinado tras un años de secuestrado y torturado por el terrorismo de argentina

Se vuelve a juzgar a los militares que combatieron a los terroristas, y todo el esfuerzo estatal está abocado a mantener vivo el relato oficial de aquella tragedia argentina. Para que se entienda bien: En los últimos 30 años, la democracia Argentina juzgó a los principales responsables militares y guerrilleros de los años 70. Luego los encarceló. Más tarde los indultó. Salieron en libertad. Después la misma democracia argentina declaró inconstitucional los indultos, pero solo los indultos de los militares. Y entonces volvió a encarcelarlos, para juzgarlos nuevamente en tribunales especiales luego y condenarlos con condenas casi calcadas.
Sin querer “queriendo”, de un plumazo el relato oficial escondió a los terroristas de la historia violenta que Argentina sufrió en los años 70.
Es casi imposible conseguir una entrevista con algún militar detenido por el régimen kirchnerista en Argentina. Todo periodista que se aboca a la misión de hacer los trámites para acceder con cámaras o grabadoras a las cárceles donde los militares argentinos (la mayoría mayores de 70 años y con serias afecciones crónicas de salud), choca con una pared infranqueable levantada con duros ladrillos de intolerancia. Los jueces no permiten entrevistas, y los organismos de derechos humanos que monitorean los juicios políticos y a los militares detenidos, han levantado un pesado cerco imposible de sortear.
En el mientras tanto… suceden actos y sucesos que se asemejan y mucho a crueles amenazas contra quienes intentan saltar el cerco. Para muestra basta un botón. A fines del año 2011, el jefe del Servicio Penitenciario Federal de Argentina, el Dr. Víctor Hortel, se apersonó cámara de fotos en mano en las habitaciones de varios militares argentinos presos. Alguno de ellos inválidos. El Dr. Hortel sacó fotos de las habitaciones y unas semanas más tarde esas fotos aparecieron publicadas en una conocida Revista de relato oficial.
Miedo.
Cada vez que alguien sortea el cerco y logra hablar con los militares detenidos, sus condiciones carcelarias se vuelven más duras y arbitrarias.
Así las cosas, muchos de los familiares y amigos de los presos políticos (así se sienten y se autoproclaman los militares argentinos presos) han elegido el silencio. Un silencio que yo mismo he intentado sondear. Al principio creí que el silencio de los familiares de los militares presos de Argentina era un silencio que susurraba vergüenza. Años de estigmatización en el relato podrían haber dejado esa huella. Con el tiempo entendí que el silencio de muchos presos políticos de Argentina y sus familiares, grita una sola palabra: Miedo.
Lástima. Con casi treinta años de democracia ininterrumpida en Argentina, el miedo es un estadío peor que la vergüenza. Después de todo, la vergüenza es un sentimiento personal, es de uno… pero el miedo es, en este caso, un sentimiento ocasionado por las actitudes y las represalias de los que desde hace años detentan el poder en Argentina.
Represalias, quita de beneficios como las prisiones domiciliarias, endurecimiento en los regímenes de visitas, problemas laborales etc. son una constante en los familiares de los militares presos,  de los mismos militares que están detenidos por haber combatido al terrorismo en Argentina y de muchos que intentamos sondear en la otra parte de la verdad.
Un gran pensador español dijo alguna vez: “Uno es uno, y sus circunstancias”. Una gran verdad que parecen haber olvidado los arquitectos del relato oficial de Argentina sobre la violencia vivida en los años 70.
Los hacedores oficialistas del relato setentista en Argentina, han obviado con premeditación y alevosía las circunstancias. Se han salteado especialmente la perspectiva histórica.
Años de arquitectura construyendo un relato obtuso de la historia, han parido una generación de “demócratas” que creen correcto cercenarle el decir a una persona.
Por eso, en las actuales circunstancias de Argentina, que un periodista se haya atrevido a entrevistar en su lugar de detención al General Jorge Rafael Videla, ex presidente de facto de Argentina, ha sido visto en el seno del Poder de Argentina, como un acto de extrema osadía.

Algunos de los chicos que mató el terrorismo de Argentina

Haber entrevistado a un personaje central de los años setenta de nuestro país, ha sido una afrenta imperdonable hacia todos aquellos que desde hace años militan en esconder la “otra parte de la verdad”.
Y a fuerza de ser sinceros, también ha sido un acto de valentía la decisión del General Videla de consentir la entrevista sabiendo las consecuencias.
La voz del General Videla desde su lugar de detención, publicada por un Semanario español, ha sido para ese espacio de Poder de la Argentina un “sapo” difícil de digerir. De ahí la desmesurada repercusión en el seno del Poder, y esa impostura sobreactuada alegando una preocupación que no es tal. Hasta la presidenta de Argentina, Sra. Cristina Fernández viuda de Kirchner, hizo varias veces alusión a la entrevista que Ricardo Angoso le realizara al General Videla.
Luego de publicado el reportaje, el periodista Ricardo Angoso, me consta, vivió en carne propia el escarnio de los “demócratas” argentinos, que rápidamente le enrostraron haberle dado voz a un “personaje tan siniestro”.
Angoso, Periodista al fin, contestó con una obviedad olvidada en estas latitudes: “Que alguien entreviste a alguien, o escriba sobre alguien o hable sobre alguien no significa directamente que esté tomando partido. Yo creo que un periodista tiene que escuchar a todas las fuentes, y desde luego un flaco favor le haríamos al periodismo si solamente escucháramos a una de las fuentes o a una de las partes implicadas en un conflicto.”
1976 - 24 de marzo – 2012. No le tengamos miedo a la Historia. Escuchemos a todos… y construyamos desde la tolerancia un futuro entre todos… y para todos.
En esta fecha tan especial, elevo mis oraciones para TODOS aquellos que han sido víctimas de una guerra fratricida que muchos buscaron. Que pocos pelearon. Y de la que nadie se hace cargo.

Horacio R. Palma
El Dia de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios

Entrevista a Jorge Rafael Videla en Cambio 16: tercera entrega


Por Ricardo Angoso, 24 Marzo 2012 16:43
TERCERA PARTE DE LA ENTREVISTA A JORGE RAFAEL VIDELA

“Las relaciones con EEUU no fueron carnales, sino maduras”

POR RICARDO ANGOSO
En esta tercera y última parte de la entrevista en exclusiva concedida a CAMBIO16 por el sanguinario sátrapa argentino al fin encarcelado, Videla reconoce el distanciamiento con Massera y la buena sintonía con el gobierno de Jimmy Carter
Terminamos con esta entrega, la larga entrevista con el expresidente y general Jorge Rafael Videla, antaño todopoderoso hombre fuerte del régimen militar argentino y hoy encarcelado por delitos considerados de lesa humanidad. Sin querer entrar en la polémica desatada en Argentina por las declaraciones del detenido, reivindicamos este texto y esta serie de entrevistas como un simple ejercicio en defensa de las libertades de expresión y de información que algunos nos pretenden negar desde su pedestal de inmaculados defensores de los derechos humanos y su peculiar forma de entender la democracia.

Quiero concluir esta serie de entrevistas preguntándole algunas cuestiones que han quedado en el tintero, como por ejemplo ¿cómo fue su relación con el almirante Massera y de qué forma observaba sus pretensiones políticas?
No sé si siempre tuvo pretensiones políticas, pero sí puso de manifiesto su vocación política mientras formó parte de la Junta Militar. Ambición legítima desde todo punto de vista pero, a mi juicio, inoportuna, formando parte de un gobierno tripartito. La política es rica en matices que pueden llegar a convertirse en diferencias; y esa posibilidad constituía un grave riesgo en medio de una guerra interna cuyo éxito radicaba en la cohesión de las tres fuerzas armadas que constituían nuestro ejército. Hasta dónde llegaban esas ambiciones, no puedo precisarlo; pero lo cierto es que luego de pasar a retiro fundó un partido cuya finalidad no podía ser otra que llegar al poder.

¿Qué relación mantuvieron con los partidos políticos argentinos de entonces?
El Proceso de Reorganización Nacional mantuvo la existencia de todos los partidos –inclusive el comunista– pero suspendió la política partidaria. Esta situación se daba por primera vez en la Argentina, donde, por norma, los gobiernos de facto disolvían a los partidos políticos, al momento de hacerse cargo del poder. Incluso se permitió que los integrantes de los distintos partidos políticos desempeñaran cargos de embajadores, gobernadores, intendentes, integrantes del poder judicial, etc. El partido peronista no gozó de esa ventaja, dado el desprestigio que habían acumulado sus dirigentes en el ejercicio del gobierno que resultó depuesto (el de Maria Estela Martínez de Perón). No obstante, muchos de sus integrantes colaboraron lealmente con nuestro gobierno, en relación con la guerra interna librada contra el terrorismo.

¿Cuál fue su papel en el gobierno militar de entonces y cómo evalúa su gestión al frente de sus responsabilidades?
El éxito de mi gestión se debe a que la misma se ajustó a las normas reglamentarias en vigor. En efecto, el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional preveía la existencia de un órgano supremo del Estado: la Junta Militar, integrada por los comandantes de las tres fuerzas armadas que constituían el ejército argentino. Por debajo de ese órgano supremo, estaba dispuesta la figura del presidente de la nación (oficial superior del ejército en situación de retiro), con las atribuciones y competencias propias que la Constitución de la nación determinaba para dicho cargo, pero con algunas limitaciones; por ejemplo, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas que la carta magna otorgaba al presidente del país, la Junta Militar se la reservaba para ello. Dada la situación de guerra interna que vivía el país, la Junta resolvió, por unanimidad, y con carácter de excepción, que el cargo de la presidencia fuera desempeñado por mí, con retención de mi cargo de Comandante General del Ejército. A mediados de 1978, con la subversión dominada, aquella excepcionalidad había quedado superada y la Junta resolvió, por unanimidad, nombrarme presidente de la nación, coincidentemente con mi pase a situación de retiro, lo que se denominó como el “cuarto hombre”. Asimismo, se fijó como término de mi mandato el 29 de marzo de 1981, cumplido el cual entregué el cargo a mi sucesor designado, el general Roberto Viola, que había pasado recientemente a situación de retiro. Recuerdo que yo asumí como presidente, con retención del cargo de comandante, el 29 de marzo de 1976.

¿Quiénes fueron los más críticos con su gobierno en la escena internacional?
Las socialdemocracias europeas, por razones ideológicas, alentadas a su vez por los “exiliados argentinos” radicados en Europa y los Estados Unidos cuyo presidente enarbolaba la bandera de los “derechos humanos” para su campaña presidencial apuntando fundamentalmente a la URSS y a sus satélites, pero no se podía soslayar y separar de la realidad que en tal sentido se vivía en el subcontinente americano con motivo de la guerra contra el terrorismo que afectaba a toda la región.

¿Cómo recibieron la noticia de que Adolfo Pérez Esquivel había sido galardonado con el Nobel de la Paz? ¿fue una sorpresa para ustedes?
Diría que fue una inesperada sorpresa e ilustro esta afirmación con una anécdota. Presidía yo ese día la reunión de gabinete  de los viernes, con asistencia de todos los ministros, el secretario general de la Presidencia, el secretario de Inteligencia de Estado y el jefe de la Casa Militar. En su momento, interrumpió un edecán y se  acercó a mí para decirme al oído que acababa de escuchar por radio de la designación del señor Adolfo Pérez Esquivel como destinatario del Premio Nobel de la Paz. Interrumpí la reunión, di la noticia a los asistentes y quedé a la expectativa. Todos se miraban entre sí sin aventurar comentarios. Preguntados: ¿Quiénes conocen a este señor? La respuesta fue unánimente negativa. Ordené entonces al ministro del Interior que abandonara la reunión y buscara información. Momentos después el ministro se hizo presente e informó que el señor Pérez Esquivel era un arquitecto que no ejercía su profesión, que era un activista de los derechos humanos pero sin un papel protagonista ni de liderazgo, y ese perfil bajo se mantuvo durante todo mi periodo de gobierno al frente del país. Nadie le conocía, era un perfecto desconocido.

¿Y cómo se desarrollaron las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos?
No fueron “relaciones carnales” como las calificó un excanciller. Fueron relaciones maduras como corresponde a países soberanos. Ello no quita que hubiera problemas e incomprensiones, dentro de las cuales puedo citar como dato puntual el embargo cerealero decretado por los Estados Unidos contra la URSS, con motivo de la invasión soviética a Afganistán, al cual la Argentina se negó a adherir por resultar no consultada; por afectar a nuestro país de forma unilateral (por razones climáticas, todos los países cerealeros del hemisferio norte habían vendido sus cereales o estaban impedidos de hacerlo por tener sus puertos congelados). Por su parte, los Estados Unidos se abstenían de vender grano a la  URSS, pero seguía vendiéndoles bienes de otra índole, cosa que no podía hacer la Argentina. Nuestro país, desconociendo la imposición que se intentaba ejercer sobre nosotros, se limitó a cumplir con sus compromisos previos adquiridos con la URSS, sin vender ni un grano más ni uno menos de lo pactado.
El otro problema, con mayor persistencia en el tiempo, fue el de los derechos humanos, cuya bandera hacia como propia el presidente Jimmy Carter, asunto que tratamos en una reunión mantenida entre ambos con oportunidad de la firma de los acuerdos por el Canal de Panamá a fines del año 1977. En dicha ocasión tuve la oportunidad de reunirme con el presidente Carter. Allí se trataron, entre otros asuntos, el tema de los derechos humanos, y se hizo con toda la crudeza por ambas partes, sentando las bases de comprensión necesarias para que los Estados Unidos disminuyeran sus presiones sobre nuestro país.Vale la pena recordar que para fines de 1977 la guerra interna librada contra el terrorismo iba llegando a su fin y sus consecuencias fueron dejando de ser materia de críticas.

Videla responde a todas las cuestiones 36 años después de los sucesos del 24 de marzo de 1976


Por Ricardo Angoso, 23 Marzo 2012 15:16
VIDELA HABLA TRAS AÑOS DE SILENCIO
Tras pasar los controles de la cárcel donde se encuentra detenido desde hace años, situada en la base militar del Campo de Mayo, me encuentro con Jorge Rafael Videla, antaño todopoderoso hombre fuerte de Argentina y presidente de esta nación durante cinco años (1976-1981). Ahora, nuevamente condenado por unos hechos por los que fue juzgado por segunda vez e indultado por el presidente Carlos Menem, en 1990, se considera víctima de una venganza política y responde, con firmeza y convencimiento, sobre lo sucedido en su país durante aquel periodo turbulento. Videla, considerado por algunos como un dictador, mientras que para otros tan solo fue el instrumento de los políticos de entonces para acabar con el terrorismo, describe con exactitud y profusión de datos su versión de aquellos años terribles de la historia argentina. A sus 86 años, después de haber sido el chivo expiatorio de la sociedad argentina  en la derrota del terrorismo, se muestra lúcido, inteligente y muy político, a pesar de que él, paradójicamente, se declara “apolítico”. Estamos en enero del año 2012, treinta y seis años después de que  la historia de Argentina cambiara para siempre, y el general Videla responde a todas nuestras preguntas.
“En Argentina se libró una guerra a muerte, un combate, el terrorismo y la subversión”.
“A partir de 1975, de acuerdo con los decretos firmados por el presidente provisional del Senado, en ejercicio del poder ejecutivo, Italo Luder, las Fuerzas Armadas entran a combatir el terrorismo; teníamos casi licencia para matar”.
“La sociedad civil argentina apoyó mayoritariamente el golpe de Estado de 1976″.
“Los líderes radicales de entonces, con Ricardo Balbín a la cabeza, nos invitaban a cambiar el rumbo del país”.
“María Estela Martínez, viuda de Perón, no estaba a la altura de las circunstancias para ejercer el gobierno cuando murió Perón”.
“Con la Iglesia católica mantuvimos una buena relación, estuvo a la altura de las circunstancias”.
“Tuvimos buenas relaciones con Estados Unidos, pero también tuvimos algunas diferencias”.
“Adolfo Pérez de Esquivel era un completo desconocido cuando recibió en Nobel de la Paz”.
“No supimos dar una salida política a un Proceso de Reorganización Nacional que había sido exitoso y había derrotado al terrorismo”.
“Los Kirchner han actuado contra nosotros por un espíritu de revancha, de odio, y no de justicia”.
“Somos presos políticos, mientras que los terroristas están en la calle y nunca han sido juzgados”.
“La guerra de las Malvinas ocurrieron cuando ya el Proceso se había agotado en sí mismo”.
“En Argentina no hay justicia, sino venganza, que es otra cosa bien distinta”.
LA CRISIS ARGENTINA DE LA DÉCADA DE LOS SETENTA
Ricardo Angoso:¿Cómo estaba viviendo Argentina en el año 1976, qué estaba pasando en ese momento?
Jorge Rafael Videla: Mi impresión sobre ese período es fácil de definir. Ubiquémonos en el año 1973, para comenzar. Se cerró un ciclo militar, tras un gobierno de esas características, y llegó el doctor Héctor Cámpora, que era un hombre de poco carácter, manejable e incluso peligroso, en un momento en que el peronismo se estaba redifiniendo y también radicalizando. Cámpora representaba, siguiendo la moda del momento, una tendencia de izquierdas, progresista podemos decir dentro del movimiento, frente al conservadurismo. Sin ser una persona de izquierdas era más afín a esa tendencia, plegándose a los intereses y deseos de los más jóvenes dentro del peronismo. Cámpora se hace con el gobierno, tras haber ganado las elecciones, el 25 de mayo de 1973, y una de las primeras medidas que toma, sino la primera, es el decreto por el que se pone en libertad a todos los terroristas detenidos y condenados por un tribunal que había sido creado por el general Alejandro Danusse. Este tribunal era una Cámara Federal en lo Penal (Cafepena) creada específicamente para investigar y condenar actos de terrorismo cometidos en todo el ámbito nacional y era específica para dichos actos. Como consecuencia del trabajo llevado a cabo por las autoridades anteriores a Cámpora había más de un millar de terroristas detenidos por delitos probados. Cámpora firma el decreto de indulto por el cual se liberan a todos estos presos que provienen de los sectores jóvenes y radicales del peronismo; salen victoriosos de las cárceles y cuando salen, a la media noche, les esperan sus seguidores y compañeros. Comienza el caos y el terror se adueña, de nuevo, de las calles de Argentina.
Los jóvenes peronistas más radicales le llaman  al presidente el “tío Cámpora”, lo cual revela la afinidad entre este sector del movimiento con el presidente. Esta gente, desde luego, no salen arrepentidos ni con deseos de integrarse en el sistema democrático, sino directamente con la idea de continuar con la revolución y seguir por la vía violenta, incluso matando. Simultáneamente a estos hechos, el Congreso refrenda ese indulto y queda, digamos, legalizado de facto. Ni que decir tiene que estos jóvenes estaban armados e iban a continuar por la vía violenta su objetivo de hacer la revolución. Amnistía y olvido quedaban así refrendados. Ese fue el comienzo de los hechos que vinieron después; Perón no estaba en el país y, cuando tuvo conocimiento de los hechos, parece que no le agradaron.  Estos jóvenes no actuaban de acuerdo con los principios que tenía Perón, que pasaban más por un reencuentro, un acuerdo entre todos los argentinos para solucionar los problemas, y tampoco estaban en la línea de su pensamiento.
Este desacuerdo se confirma cuando llega Perón a Argentina y no puede aterrizar donde estaba previsto, debido a que se había desatado una batalla campal donde estaba programado aterrizar y porque los propios peronistas se habían enfrentado entre ellos por el liderazgo del movimiento; se habla de que hubo entre un centenar y dos centenares de muertos. La recepción a Perón degeneró en un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda del peronismo por monopolizar la figura del líder y controlarlo durante su llegada. Y el liderazgo, siguiendo sus patrones, tenía que dirimirse por la fuerza de las armas. El avión de Perón tiene que aterrizar en un aeropuerto militar por razones de seguridad y le recibe el vicepresidente que estaba en Buenos Aires. Perón toma conciencia de que las cosas no le van a resultar tan fáciles como él pensaba y que está juventud maravillosa de antes le iba a traer problemas; tendría que tomar medidas para evitar que la situación se desbordase y ya toma posiciones, considerando que estos jóvenes no eran tan idealistas sino revolucionarios, claramente. Tiempo después, consciente de la situación tan adversa que asume, provoca la renuncia de Cámpora y se hace un llamado a elecciones, en donde Perón sale elegido mayoritariamente con su esposa como vicepresidente. Perón, en esas elecciones, sale elegido con un alto porcentaje de votos, más del 62% del censo, y decide poner orden en un estado de cosas y en un movimiento que ya no compartía sus ideas.
Hay un episodio que lo conmueve a Perón, que es el atentado contra el dirigente gremial José Ignacio Rucci, que es asesinado y ahí, el presidente dice: “Me cortaron las piernas”. Fue un acto doloroso y mostraba que Perón no dominaba todavía la situación, mostrando a las claras que el oponente ya no tenía miramientos y estaba dispuesto a llegar hasta el final. Perón, entonces, en una reunión secreta con los dirigentes peronistas, en Los Olivos, da a entender a través de una directiva que se acabaron los miramientos hacia estos actos y que había acabar de una vez, incluso por la violencia, respondiendo a este tipo de acciones violentas y terroristas. Esta decisión dio lugar a que se produjeran una serie de acciones encubiertas. Y lamentablemente la mano ejecutora de este grupo que operaba bajo las órdenes y el consentimiento de Perón era el ministro de Bienestar Social, José López Rega, que organiza la Triple A, las famosas tres A -Alianza Anticomunista Argentina-, un hombre de confianza del presidente que se dedica a ejecutar las órdenes que le da el viejo general y que no siempre se atienen a la legalidad. De esta manera, se van dando los primeros pasos y pone orden en el país, pero, sin embargo, el líder ya no es el de antes y tiene la salud muy desgastada. Hasta el último aliento da todos sus esfuerzos por normalizar y por trabajar en su proyecto, que desde luego no era el de los jóvenes “idealistas”, sino el de normalizar el país de una vez por todas tras los excesos cometidos.
MARÍA ESTELA MARTÍNEZ DE PERÓN, PRESIDENTA DE ARGENTINA
Perón muere y le sucede automáticamente su mujer, María Estela Martínez de Perón, tal como se preveía legalmente. La mujer de Perón, desde luego, no estaba preparada para ser presidente y mucho menos en las circunstancias en las que estaba viviendo el país. Para afrontar la situación que vivíamos, se necesitaba carácter, conocimiento, capacidad para tomar decisiones y prestigio, rasgos de los que carecía totalmente esta señora. El gobierno de María Estela va perdiendo fuerza. Era una buena alumna de Perón, eso sí, ya que desde el punto de vista ideológico se situaba en la extrema derecha del peronismo y el marxismo le provoca un rechazo total. En un almuerzo con varios generales, una treintena si mal no recuerdo, llegó a ser muy dura con el marxismo, en ese sentido no quedaban dudas de que la dirección ideológica estaba encaminada, pero le faltaban fuerzas y conocimientos para llevar a cabo el combate, la lucha, y poner orden. Incluso para poner coto a las actividades de López Rega, que mataba por razones ideológicas pero que también lo hacía por otras razones para cobrarse algunas cuentas pendientes. La situación, como ya he dicho antes, era muy difícil, reinaba un gran desorden. A Isabel se le hizo saber este estado de cosas y destituye finalmente a López Rega, que lo envía de embajador itinerante al exterior.  Así se cumplía el deseo de muchos, entre los que me encontraba, que no queríamos que este hombre siguiera al frente de sus responsabilidades.
La acción del terrorismo sigue por su cuenta. Aquel calificativo de que eran “jóvenes idealistas” por pensar distinto hasta el extremo de masacrarlos quedo en evidencia, era una vulgar patraña. Esta gente estaba entrenada en el exterior, principalmente en Cuba, Siria, Libia y otros países, y luego dentro del país con instructores foráneos; además tenían armamentos y equipos de alto nivel ofensivo, incluso de tecnologías avanzadas. Todo ello reforzado con fábricas  de armas y explosivos que llegaron a operar y tener dentro del territorio argentino. Tenían capacidad para matar y hacer daño a la sociedad argentina. Como remate a toda esta estructura, estaba la crueldad que les distinguía, no eran ángeles sino terroristas. Incluso la revista Time, en un artículo de la época, establecía que si comparábamos a terroristas argentinos, alemanes e italianos, en términos de crueldad, los europeos eran infinitamente más humanos que los de nuestro país. Huelgan más comentarios. Con esos “jóvenes idealistas” y sus crueles métodos nos teníamos que enfrentar entonces.
Así llegamos a finales de agosto de 1975, en que soy nombrado Comandante en Jefe del ejército argentino, y en los primeros días del mes de octubre, a principios, somos invitados los comandantes de los tres ejércitos a una reunión de gobierno presidida por Italo Luder, que ejercía como presidente por enfermedad de María Estela, en las que se nos pide nuestra opinión y qué hacer frente a la desmesura que había tomado el curso del país frente a estas acciones terroristas.
Vivíamos unos tiempos turbulentos y había que dar una respuesta. Muestra de la debilidad del momento era la enfermedad de la presidenta, que ni siquiera podía ejercer su mandato en esa difícil situación. Y con el acuerdo de las otras dos fuerzas militares, la armada y la aérea, yo expuse algunos lineamientos para hacer frente a la amenaza terrorista que padecíamos. De acuerdo con el gobierno de entonces se realzaban algunas medidas acordadas entre las partes para hacer frente al terrorismo y que un periodo de año y medio estaba amenaza fuera conjurada de una forma eficiente. Italo Luder llegó a firmar los decretos para que las Fuerzas Armadas del país pudieran actuar efectivamente en la lucha contra los “subversivos” y el terrorismo. También se decidió que las fuerzas de seguridad del Estado, conjuramente con las Fuerzas Armadas, se coordinasen en estas acciones antiterroristas. Se había logrado un acuerdo entre el poder político y los militares para luchar conjuntamente contra el terrorismo.
Con acuerdo de las otras dos fuerzas, yo hube de exponer cuatro cursos de acción, que no viene al caso detallar ahora, que culminó con la selección de parte del doctor Luder del cuarto curso de acción, que era el más riesgoso, en cuanto que confería más libertad de acción, pero que garantizaba en no más de un año y medio que el terrorismo sería derrotado. Los cursos de acción del 1 al 3 eran más contemplativos, pautados con el fin de evitar errores, pero – de ser seguidos – irían a dilatar sin término el caos en el que se vivía.
El acuerdo se firmaba, bajo estos decretos, para combatir el terrorismo en todas sus formas y hasta el aniquilamiento definitivo; por otras razones, más tarde, cuando fuimos juzgados, se le preguntó a  Luder por el término aniquilar e hizo un excelente exposición en términos semánticos sobre la cuestión, que se resume en reducir a la nada; no tiene otra interpretación. A partir de ese momento, de hecho y de derecho, el país entra en una guerra, pues no salimos como Fuerzas Armadas a cazar pajaritos, sino a combatir al terrorismo y a los subversivos. Estamos preparados, como militares, para matar o morir, estábamos en una guerra ante un enemigo implacable, aunque no mediara una agresión formal, estábamos en una lucha. Así, a principios de octubre de ese año, entramos en una guerra de una forma clara. Desde el punto de vista del planeamiento no fue sorpresa porque el ejército ya jugaba con hipótesis de conflicto, una de las cuales era un desborde sorpresivo terrorista que sobrepasara a las fuerzas de seguridad y que se tuvieran que emplear a las Fuerzas Armadas para detener la amenaza. Teníamos esa contingencia prevista y, ante tal eventualidad, lo único que teníamos que hacer era salir a luchar con los planes previstos.
LA LUCHA CONTRA EL TERRORISMO
Llegamos así, ya en plena lucha contra el terrorismo, al mes de marzo de 1976, en donde padecemos una situación alarmante desde el punto de vista social, político y económico. Yo diría que en ineficacia la presidenta había llegado al límite. Sumando a esto la ineficiencia general se había llegado a un claro vacío de poder, una auténtica parálisis institucional, estábamos en un claro riesgo de entrar en una anarquía inmediata. El máximo líder del radicalismo, Ricardo Balbín, que era un hombre de bien, 42 días antes del pronunciamiento militar del 24 de marzo, se me acercó a mí para preguntarme si estábamos dispuestos a dar el golpe, ya que consideraba que la situación no daba para más y el momento era de un deterioro total en todos los ámbitos de la vida. “¿Van a dar el golpe o no?”, me preguntaba Balbín, lo cual para un jefe del ejército resultaba toda una invitación a llevar a cabo la acción que suponía un quiebre en el orden institucional. Se trataba de una reunión privada y donde se podía dar tal licencia; una vez utilice este argumento en un juicio y me valió la dura crítica de algunos por haber incluido a Balbín como golpista. Los radicales apoyaron el golpe, estaban con nosotros, como casi todo el país. Luego algunos dirigentes radicales, como Alfonsín, lo han negado.
El hecho efectivo es que el 24 de marzo se produce el levantamiento militar. Y conforme a los estatutos fijados para reorganizar el Estado, el nuevo orden conducción jefatura iba a ser la Junta de Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, de la cual dependía el presidente con las facultades propias que le otorgaba la Constitución y con algunas limitaciones, entre otras que el Comando Supremo de las Fuerzas Armadas que yo retenía otorgaba autonomía a cada uno de los componentes del ejército en su zona operacional. Los tres cuerpos de las Fuerzas Armadas se integraban en el cuerpo institucional, comenzaba una nueva era.
LA SOCIEDAD CIVIL ANTE LA INTERVENCIÓN MILITAR
R.A.: ¿Cómo reaccionó la sociedad civil ante la intervención militar del 24 de marzo de 1976 y después de la misma?
J.R.V.: Padecíamos vacío de poder, parálisis institucional y riesgo de una anarquía, y frente a este estado de cosas el clamor ciudadano, con sus dirigentes a la cabeza, pidiendo la intervención de las Fuerzas Armadas. Había un sentir general, que representaba Ricardo Balbín y otros dirigentes, en favor del cambio, de la intervención. La gente nos demandaba que interviniéramos e incluso Balbín llegó a decir en esos momentos que tenía las manos vacías de soluciones, que la clase política no podía hacer más.
R.A.:¿Sin esa intervención militar qué habría pasado en el país?
J.R.V.: En general, el consenso era que había que hacerlo, quizá porque en Argentina de una forma natural siempre se ha creído que las soluciones políticas cuando los gobiernos fracasaban se arreglaban con golpes de Estado. Y esta ocasión, además, se veía la intervención de una forma justificada ante los extremos a los que habíamos llegado. Hacía falta una medida de fuerza y la gente compartía esa visión. Si nosotros no lo hacíamos, el vacío de poder iba a ser aprovechado por la subversión para llegar al poder y ocupar todo el espacio dejado por otros. Así de sencillo. O tomábamos el poder o la subversión se hacía por la vía de las armas con las instituciones. Teníamos planes, métodos para el combate al terrorismo, podíamos hacerles frente y así lo hicimos. Pero, además, el gobierno que teníamos, que actuaba de una forma pusilánime y anarquizante, no estaba en condiciones de hacer frente a la amenaza que vivíamos en esos momentos, en que cada día el deterioro era mayor.
R.A.:¿Había unidad en las Fuerzas Armadas con respecto a esta acción?
J.R.V.: Había unidad total, sin ningún género de dudas. Así como la hubo en lo que fue la lucha contra la subversión, también la hubo en lo que fue la necesidad de llevar a cabo la intervención militar para poner orden en el país. Después hubo divisiones,  por otras razones, porque la política obra siempre con matices, hubo algunas diferencias, pero en ese momento hubo total unanimidad en lo que respecta a llevar a cabo la intervención militar.
R.A.:¿Qué relación mantuvieron con los partidos políticos argentinos de entonces?
J.R.V.: El Proceso de Reorganización Nacional mantuvo la existencia de todos los partidos –inclusive el comunista- pero suspendió la política partidaria. Esta situación se daba por primera vez en la Argentina donde, por norma, los gobiernos de facto disolvían a los partidos políticos, al momento de hacerse cargo del poder. Incluso se permitió que los integrantes de los distintos partidos políticos desempeñaran cargos de embajadores, gobernadores, intendentes, integrantes del poder judicial, etc. El partido peronista no gozó de esa ventaja, dado el desprestigio que habían acumulado sus dirigentes en el ejercicio del gobierno que resultó depuesto (el de María Estela Martínez de Perón). No obstante, muchos de sus integrantes colaboraron lealmente con nuestro gobierno, en relación con la guerra interna librada contra el terrorismo.
EL PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL
R.A.:¿Cómo podría definir lo que se denominó entonces como el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1982)?
J.R.V.: El 24 de marzo se produce el pronunciamiento militar, que no fue una sorpresa para la mayoría de los argentinos porque era evidente que tarde o temprano se iba a producir y ocurrir. Estaba previsto en el guión y todos los sectores políticos y sociales habían sido consultados para confluir en ese resultado esperado. Nosotros éramos conscientes de la situación que se vivía, no podíamos dejar que el país siguiera inmerso en esa crisis y teníamos que actuar. Nuestra intención era ayudar a enderezar el rumbo y teníamos previsto que es lo que había que hacer con urgencia. Salimos a hacer lo que creíamos que había que hacer y estaba en nuestros planes.
El Proceso de Reorganización Nacional preveía que Junta era el máximo órgano del Estado y que debajo de esta entidad política estaba un presidente con las mismas funciones que le daba la Constitución, salvo algunas como los poderes que le daba a cada comandante de la Junta en el manejo de sus fuerzas. Luego, por acuerdo dentro de la Junta, se me nombró presidente de la misma reteniendo la jefatura del ejército. Vivíamos en una situación de excepción que implicaba medidas excepcionales, valga la redundancia. Después, cuando llegamos al año 1978, en que la situación ha mejorado notablemente en términos de seguridad pública, yo abandonó ese esquema y dejó uno de los dos cargos; pasó a retiro de jefe del ejército y asumo la presidencia con las limitaciones que le he explicado antes.
LA COMUNIDAD INTERNACIONAL Y LAS RELACIONES CON  LOS ESTADOS UNIDOS
R.A.:¿Cuál fue la reacción de la comunidad internacional en esos momentos?
J.R.V.: Favorable, totalmente favorable. Así como después la comunidad internacional mostró desconocer la realidad argentina y hacer una asociación errónea de los hechos, especialmente lo que fue la comunidad de países europeos, que veía en la dictadura argentina, o en su forma de autoritarismo, una suerte de conexión con que fue el fascismo y el nazismo. Nos querían medir con esa vara y nosotros no teníamos nada que ver con todo eso, por supuesto. Nos costó mucho tener que mejorar esa imagen errónea que tenían de nosotros y dedicar mucho trabajo a ese esfuerzo.
R.A: ¿Cómo fueron las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos?
J.R.V.: No fueron “relaciones carnales” como las calificó un ex canciller. Fueron relaciones maduras como corresponde a países soberanos. Ello no quita que hubiera problemas e incomprensiones, dentro de las cuales puedo citar como dato puntual el embargo cerealero decretado por los Estados Unidos contra la URSS, con motivo de la invasión soviética a Afganistán, al cual la Argentina se negó a adherir por resultar no consultada; por afectar a nuestro país de forma unilateral (por razones climáticas, todos los países cerealeros del hemisferio norte habían vendido sus cereales o estaban impedidos de hacerlo por tener sus puertos congelados). Por su parte, los Estados Unidos se abstenían de vender grano a la  URSS, pero seguía vendiéndoles bienes de otra índole, cosa que no podía hacer la Argentina. Nuestro país, desconociendo la imposición que se intentaba ejercer sobre nosotros, se limitó a cumplir con sus compromisos previos adquiridos con la URSS, sin vender ni un grano más ni uno menos de lo pactado.
El otro problema, con mayor persistencia en el tiempo, fue el de los derechos humanos, cuya bandera hacia como propia el presidente Jimmy Carter, asunto que tratamos en una reunión mantenida entre ambos con oportunidad de la firma de los acuerdos por el Canal de Panamá a fines del año 1977. En dicha ocasión tuve la oportunidad de reunirme con el presidente Carter. Allí se trataron, entre otros asuntos, el tema de los derechos humanos, y se hizo con toda la crudeza por ambas partes, sentando las bases de comprensión necesarias para que los Estados Unidos disminuyeran sus presiones sobre nuestro país.Vale la pena recordar que para fines de 1977 la guerra interna librada contra el terrorismo iba llegando a su fin y sus consecuencias fueron dejando de ser materia de críticas.
R.A.:¿Qué logró, en definitiva, el Proceso de Reorganización Nacional?
J.R.V.:Estábamos en el año 1978 y el Proceso había cumplido plenamente con sus objetivos, entre los que destacaba el fundamental, que era poner orden frente a la anarquía y el caos que amenazaba y enfrentaba el país el 24 de marzo de 1976. Y porque digo que había cumplido con sus objetivos, simplemente porque no había ni asomo ya de la amenaza terrorista y mucho menos de la delincuencia común. Eramos uno de los países más seguros del mundo, caminábamos en la mejor de las direcciones.
En lo económico, también se había mejorado, aunque teníamos riesgos inflacionarios que no voy a ocultar ni minimizar. Pero sí se había logrado la confianza del exterior, sobre todo a través de créditos para la Argentina para remozar el aparato productivo del país que estaba seriamente desatendido. Había, además, una gran paz social y se aceptó, mediante un acuerdo con los gremios, que los salarios estuvieran sujetos a la productividad y no a otros elementos; el que más trabaja más ganaba, simplemente. Teníamos un desempleo peligroso, podemos decir, pero no alto, del 2,5%. Digo peligroso porque no permitía flexibilidad en el mercado de trabajo. Y la clase política no daba muestras ni ansiedad de que el periodo se agotase y se iniciase una nueva etapa política; nos seguían con atención y desconocían cómo había sido la guerra, que parecía haber ocurrido en una nebulosa. Los políticos no querían meterse mucho en estos asuntos y los dejaban para aquellos que manejaban la seguridad del país, responsabilidad que recaía en nosotros en aquellos momentos.
EL MUNDIAL DE FÚTBOL DE 1978
R.A.: Así llegamos al Mundial de Fútbol de 1978, ¿cómo lo vivió?
J.R.V.:Tuvimos la suerte de organizar este evento en un momento en que la amenaza terrorista había sido doblegada. Además, para congratularnos más, Argentina ganó ese campeonato mundial y al margen de que habíamos ganado, el país mostró su capacidad de organización en un corto tiempo. Mostramos al mundo que podíamos y sabíamos organizar una actividad internacional de estas características; fue un gran avance y en apenas unos meses, pues antes no se habían comenzado los trabajos, desarrollamos todas las capacidades para este Mundial. Los anteriores gobiernos que nos antecedieron no habían hecho nada y recayó en nosotros la responsabilidad de poner en marcha aquellos trabajos que se desarrollaron satisfactoriamente. Es decir, se sabía del mundial desde hacia cuatro años y en los dos años en que estuvieron los peronistas no se hizo nada para el desarrollo de la actividad; el trabajo lo hicimos nosotros en  solo dos años en los que trabajamos mucho en infraestructuras e instalaciones. Incluso desarrollamos la televisión en color, que hasta en ese momento no la teníamos en Argentina. Pudimos exhibir al exterior nuestra capacidad de organización y trabajo junto con un país en paz frente a las maledicencias de algunos sectores interesados. Le Monde llegó a reproducir un reportaje de un periodista que se imaginaba que unos disparos que sonaban en los alrededores del estadio, procedentes del Tiro Federal Argentino cercano, eran las balas dirigidas a un pelotón de personas fusiladas. El estadio estaba a dos cuadras del polígono de tiro y el periodista, obviamente, quería denigrarnos al precio que fuera. Se nos atacaba injustamente, estábamos en una guerra por explicar qué es lo que pasaba en el país frente datos y noticias calumniosas, claramente. Eran informaciones aberrantes, tendenciosas, tendentes a denigrar a Argentina como fuera.
R.A.:¿La Iglesia católica qué actitud tomó en aquellos momentos?
J.R.V.:La Iglesia cumplió con su deber, fue prudente, de tal suerte que dijo lo que le correspondía decir sin que nos creara a nosotros problemas inesperados. En más de una oportunidad se hicieron públicos documentos episcopales en donde, a juicio de la Iglesia, se condenaban algunos excesos que se podían estar cometiendo en la guerra contra la subversión, advirtiendo de que se corrigieran y se pusiera fin a esos supuestos hechos. Se puso en evidencia de que se debía concluir con esos excesos y punto, pero sin romper relaciones y sin exhibir un carácter violento, sino todo lo contrario. No rompió relaciones, sino que nos emplazó a concluir con esos hechos. Expresó lo que consideraba que no se estaba haciendo bien, porque podía corresponder a su terreno, pero no fue a más. Mi relación con la Iglesia fue excelente, mantuvimos una relación muy cordial, sincera y abierta. No olvide que incluso teníamos a los capellanes castrenses asistiéndonos y nunca se rompió esta relación de colaboración y amistad. El presidente de la Conferencia Episcopal, Cardenal Primatesta, a quien yo había conocido tiempo atrás en Córdoba, tenía fama de progresista, o sea proclive a la izquierda de entonces, pero cuando ocupó su cargo y yo era presidente del país teníamos una relación impecable. Y debe reconocer que llegamos a ser amigos y en el problema del conflicto, de la guerra, también tuvimos grandes coincidencias. La Iglesia argentina en general, y por suerte, no se dejó llevar por esa tendencia izquierdista y tercermundista, politizada claramente a favor de un bando, de otras iglesias del continente, que sí cayeron en ese juego. No faltó que algún miembro de esa Iglesia argentina entrara en ese juego pero eran una minoría no representativa con respecto al resto.
R.A.:¿Y con los empresarios cómo fue esa relación?
J.R.V.: Los empresarios también colaboraron y cooperaron con nosotros. Incluso nuestro ministro de Economía de entonces, Alfredo Martínez de la Hoz, era un hombre conocido de la comunidad de empresarios de Argentina y había un buen entendimiento y contacto. Hubo algún roce, claro, como suele suceder, porque cada uno defiende sus intereses siempre. Pero, en general, fue una buena relación.
R.A.:Entonces, y volviendo a sus objetivos iniciales, ¿el Proceso había cumplido sus objetivos y por qué no abandonaron el poder?
J.R.V.:El Proceso había cumplido sus objetivos a mediados del año 1978, este es un punto crucial que quiero destacar. La pregunta era:¿Si el Proceso había cumplido sus objetivos porque no darlo por terminado? No había otra razón de ser, las cosas ya se habían hecho. O había que darle otro sentido. Y si así era, el Proceso iba a languidecer porque no tenía otra razón de ser en aquellos momentos. Nunca se planteó oficialmente esta cuestión que era crucial y fundamental. Había un sector perfeccionista de las Fuerzas Armadas que decía que ahora las cosas están bien y vamos a embarcarnos en otros problemas, a seguir trabajando hasta que las cosas sean perfectas, pero no era así, creo yo, porque los hombres no llegan nunca a la perfección absoluta. Los hombres no son perfectos, solo Dios lo es. Era tan sólo una forma de justificar el quedarse en el poder por quedarse. Y había un sector que decía que a este Proceso que habíamos comenzado había que darle otra razón de ser.
R.A.:¿Hablamos, entonces, de que las Fuerzas Armadas estaban divididas en ese momento?
J.R.V.: Este asunto sobre la naturaleza del Proceso no fue tratado oficialmente, pero el debate estaba ahí, subyacía esa división acerca de que dirección se quería tomar y había sus matices sobre cómo afrontar el futuro. Había que dar otra naturaleza, otro contenido al Proceso, pero también estaba la posibilidad de abandonarlo de una forma definitiva. Luego estaba el conflicto con Chile por las islas del Canal de Beagle y tenga en cuenta que estuvimos a punto, en diciembre de 1978, de llegar a una guerra. También quedaba el camino de una salida política ordenada de un Proceso que se había mostrado exitoso en el desempeño de sus funciones; en ese momento se podía negociar desde una posición óptima. Yo mantenía que el Proceso, en esos momentos, tenía que ser capaz de dejar su descendencia, es decir, hacer política de una forma que las Fuerzas Armadas transcendieran más allá del periodo histórico que ya habíamos superado.
¿Cómo? Dejando la herencia de un Proceso exitoso a los políticos que eran nuestros aliados y amigos, ese era el camino de entonces que yo defendí. Pero hay hubo otros problemas, ya que la política se hace con ideas y con hombres; las ideas eran las del Proceso, que llevamos adelante, y luego estaban los hombres, que tienen nombre y apellidos. Si en aquellos momentos se hubieran antepuesto los nombres y apellidos de algunos que estaban participando en el proceso, se hubiera roto la cohesión de las Fuerzas Armadas y este era un valor que no podíamos poner en juego y arriesgar. No podíamos darnos el lujo de romper la cohesión de las Fuerzas Armadas, estaban todavía en juego muchas cosas.  Lamentablemente, en ese dejar pasar el tiempo el Proceso en sí languideció y llegó muy desgastado, sin presión externa, hasta fines del año 1979, en que la Junta hizo públicas las Bases políticas del Proceso y las sometía a la opinión de toda la comunidad argentina a cuyo frente se situaría el ministro del Interior de entonces para escuchar a todas las voces cualificadas de la sociedad argentina para consultarlos sobre esas bases o modificarlas. O, en su defecto, después de escuchar a todas las partes, enriquecerlas con nuevos aportes. Se trataba de establecer un diálogo productivo entre las autoridades y la sociedad argentina sobre estas Bases Políticas, pero había dos preguntas ineludibles: 1) ¿Si era conveniente la revisión del acuerdo en la guerra que habíamos librado contra la subversión?; y 2) ¿si estuvo justificado el levantamiento militar del 24 de marzo de 1976? La respuesta a la primera llegó al 70% y A la segunda, al 80% del acuerdo nacional, respectivamente.
R.A.:¿Cuál fue su papel en el gobierno militar de entonces y cómo evalúa su gestión al frente de sus responsabilidades?
J.R.V.:El éxito de mi gestión se debe a que la misma se ajustó a las normas reglamentarias en vigor. En efecto, el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional preveía la existencia de un órgano supremo del Estado: la Junta Militar, integrada por los comandantes de las tres fuerzas armadas que constituían el ejército argentino. Por debajo de ese órgano supremo, estaba dispuesta la figura del Presidente de la Nación (oficial superior del ejército en situación de retiro), con las atribuciones y competencias propias que la Constitución de la Nación determinaba para dicho cargo, pero con algunas limitaciones; por ejemplo, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas que la Carta Magna otorgaba al Presidente del país, la Junta Militar se la reservaba para ello. Dada la situación de guerra interna que vivía el país, la Junta resolvió, por unanimidad, y con carácter de excepción, que el cargo de la presidencia fuera desempeñado por mí, con retención de mi cargo de Comandante General del Ejército. A mediados de 1978, con la subversión dominada, aquella excepcionalidad había quedado superada y la Junta resolvió, por unanimidad, nombrarme Presidente de la Nación, coincidentemente con mi pase a situación de retiro, lo que se denominó como el “cuarto hombre”. Asimismo, se fijó como término de mi mandato el 29 de marzo de 1981, cumplido el cual entregué el cargo a mi sucesor designado, el general Roberto Viola, que había pasado recientemente a situación de retiro. Recuerdo que yo asumí como Presidente, con retención del cargo de Comandante, el 29 de marzo de 1976.
R.A.:¿Quiénes fueron los más críticos con su gobierno en la escena internacional?
J.R.V.: Las socialdemocracias europeas, por razones ideológicas, alentadas a su vez por los “exiliados argentinos” radicados en Europa y los Estados Unidos cuyo presidente enarbolaba la bandera de los “derechos humanos” para su campaña presidencial apuntando fundamentalmente a la URSS y a sus satélites, pero no se podía soslayar y separar de la realidad que en tal sentido se vivía en el subcontinente americano con motivo de la guerra contra el terrorismo que afectaba a toda la región.
LAS VÍCTIMAS DEL CONFLICTO: DISPARIDAD DE CIFRAS
R.A.:Hay una gran disparidad en las víctimas que se ofrecen desde la izquierda, desde las Madres de Mayo,  y desde otros colectivos,  ¿cuántas víctimas o desaparecidos hubo en Argentina entre 1976 y 1982?
J.R.V.: Hay una gran disparidad en las cifras que se ofrecen, como usted dice, lo cual le resta credibilidad a lo que se presenta o se intenta hacernos creer. No se puede pasar de un extremo a otro, es decir, de 32.000 que presentan algunos a a 7.000 cifrado por otras comisiones. Creo que este asunto tiene mucho que ver con las compensaciones o el resarcimiento económico que se le dio a las víctimas, o a los supuestos desaparecidos, y en este caso sólo se presentaron 7.000 personas para reclamar lo que les correspondía. Y esa indemnización era de 240.00 dólares por cada caso probado, una cifra nada despreciable, desde luego. Esa es la cifra real porque estamos hablando de la época del presidente Menem y la gente no tenía miedo ya de presentarse abiertamente para hacer sus reclamos.  Los militares habíamos desaparecido ya de la escena política. Esa es la realidad, 7.000, frente a los 30.000 que reclaman las Madres de Mayo. ¿Cómo es posible que 23.000 personas renunciaran a esa ayuda?
Este dato demuestra que asistimos a una clara manipulación en el asunto de los desaparecidos, se trataba de alterar las cifras con un sentido político o con el interés de conseguir fraudulentamente una indemnización del Estado argentino. Fue un error de nuestra parte aceptar y mantener en el tiempo el término de desaparecido digamos como algo así nebuloso; en toda guerra hay muertos, heridos, lisiados y desaparecidos, es decir, gente que no se sabe donde está. Esto es así en toda guerra. En cualquier circunstancia del combate, abierto o cerrado, se producen víctimas. A nosotros nos resultó cómodo entonces aceptar el término de desaparecido, encubridor de otras realidades, pero fue un error que todavía estamos pagando y padeciendo muchos. Es un problema que nos pesa y no podemos quitárnoslo de encima. Ahora ya es tarde para cambiar esa realidad. El tema es que el desaparecido no sabe donde está, no tenemos respuesta a esta cuestión. Sin embargo, ya sabemos quienes murieron y en qué circunstancias. También más o menos cuántos murieron, luego cada cual que invente sus cifras.
R.A.:¿Por qué ustedes no le dieron un reconocimiento a las víctimas del terrorismo en Argentina, cuando es un asunto importante y todavía no resuelto en su país?
J.R.V.: Tiene usted razón, tenía que haberse abordado este asunto. El término víctima del terrorismo no fue tenido en cuenta, se veían muertos y víctimas por atentados, pero los consideramos víctimas como tales de estas acciones subversivas. Hubo también secuestros y asesinados, pero nunca se les vio como víctimas del terrorismo. En este momento, y visto con esta perspectiva, es algo que no se hizo. Se reivindicó a los combatientes, también se trabajó en la reivindicación de los presos políticos, que somos nosotros, y ahora se trabaja en esta última reivindicación, en la de las víctimas del terrorismo. Al margen de los combatientes y muertos, y de los presos políticos que estamos pagando un servicio a la patria, faltaban las víctimas del terrorismo y hay ya gente que está trabajando en este asunto, en la búsqueda de esa reivindicación, aunque si bien es cierto que todavía no se ha tenido éxito en lograr ese justo y merecido reconocimiento a ese colectivo por el que usted pregunta. Es un trabajo en él que se lleva trabajando desde hace años, pero este gobierno se niega a reconocer sistemáticamente que existieran víctimas del otro lado, ya que sí lo hiciera tendría que juzgar a los terroristas que produjeron aquellos hechos y actos que provocaron la existencia de víctimas. Fíjese que hasta en el gobierno de Menem había paridad y cierto respeto a las fuerzas de las dos partes que lucharon o se enfrentaron en aquellos años, incluso emite varios decretos que tienen una dirección simétrica hacia las dos partes. Reconoce con exactos argumentos a las dos partes.
Pero el gobierno actual se ha caracterizado por la asimetría y nos ha considerado solo a nosotros como la parte beligerante, como el Demonio que tiene  que ser condenado y encarcelado. El otro Demonio, los terroristas o los guerrilleros, no existen, eran simplemente “jóvenes idealistas”. Y los esfuerzos que se han hecho en presentar casos de víctimas con nombres y apellidos siguen abiertos esperando el sueño de los justos; la justicia, en un caso, llegó hasta la segunda instancia, pero ahí se extinguió la acción y la lucha sigue. El gobierno sólo reconoce a las víctimas de una de las partes, pero les niega todos los derechos a la otra.
R.A.:¿Cómo  recibieron, en 1980, la noticia de que Pérez Esquivel había sido galardonado con el Nobel de la Paz, fue una sorpresa para ustedes?
J.R.V.: Diría que fue una inesperada sorpresa e ilustro esta afirmación con una anécdota. Presidía yo ese día la reunión de gabinete  de los viernes, con asistencia de todos los ministros, el Secretario General de la Presidencia, el Secretario de Inteligencia de Estado y el jefe de la Casa Militar. En su momento, interrumpió un edecán y se  acercó a mí para decirme al oído que acababa de escuchar por radio de la designación del señor Adolfo Pérez Esquivel como destinatario del Premio Nobel de la Paz. Interrumpí la reunión,  di la noticia a los asistentes y quedé a la expectativa. Todos se miraban entre sì sin aventurar comentarios. Preguntados: ¿Quiénes conocen a este señor? La respuesta fue unánimemente negativa. Ordené entonces al ministro del Interior que abandonara la reunión y buscara información. Momentos después el ministro se hizo presente e informó que el señor Perez Esquivel era un arquitecto que no ejercía su profesión, que era un activista de los derechos humanos pero sin un papel protagonista ni de liderazgo, y ese perfil bajo se mantuvo durante todo mi periodo de gobierno al frente del país. Nadie le conocía, era un perfecto desconocido.
R.A.:Hay un tema importante:¿Es cierto que se intentó recrear la Cámara Federal en lo penal y que no se encontraron jueces voluntarios?
J.R.V.: Fue real, fue tal como dice. La comunidad judicial de entonces estaba amedrentada. A partir de la amnistía de Cámpora, que terminó con todos los condenados por actos violentos en la calle, los jueces, por el contrario, fueron asesinados, cesanteados y tiroteados. Esa era la realidad de entonces, de antes de que llegáramos al gobierno. Este asunto no se llegó a tratar oficialmente, pero quiero señalarle que tampoco se encontraban los jueces que quisieran trabajar en el desarrollo del proyecto. No se pudo hacer, simplemente. Aunque quiero decirle algo, los decretos de Luder nos dieron todo el poder y competencias para desarrollar nuestro trabajo e incluso excedían lo que habíamos pedido; Luder, prácticamente, nos había dado una licencia para matar, y se lo digo claramente. La realidad es que los decretos de octubre de 1975 nos dan esa licencia para matar que ya he dicho y casi no hubiera sido necesario dar el golpe de Estado. El golpe de Estado viene dado por otras razones que ya explique antes, como el desgobierno y la anarquía a que habíamos llegado. Podía desaparecer la nación argentina, estábamos en un peligro real. No es que los militares nos levantáramos un día de la cama y nos hubiéramos dicho: ¡vamos a ir de cacería o a matar “jóvenes idealistas”! Nada de eso, había otras razones de otra índole. Pero realmente Luder nos había dado para la guerra todas las formas y medios que necesitábamos, en nosotros estaba el ser prudentes o no, queriendo reconocer que en algunos casos hubo excesos.
R.A.:¿Por qué la Junta no dio instrucciones más precisas, incluso por escrito, de lo que estaba haciendo y de las órdenes que impartía?
J.R.V.: Creo que órdenes existieron y fueron precisas, no puedo entrar en detalle ahora en todas ellas. Las órdenes estaban y los que las impartieron, que fueron asumidas por cada uno de los miembros de la cadena de la mando que las dieron. Creo, sinceramente, que fue así.
EL PRIMER JUICIO A LAS JUNTAS
R.A.:¿Usted cree que fue necesario que el presidente Raúl Alfonsín juzgara a las Juntas Militares en su momento?
J.R.V.: Alfonsín era un político claramente comprometido, no olvidemos que había sido abogado del grupo terrorista Ejército Revolucionario del Pueblo, el ERP. Luego estaba comprometido con la socialdemocracia europea, que fue la que le ayudó para llegar a la presidencia, tenía que tomar una medida punitiva para juzgar unos supuestos excesos que se habían cometido ante la sociedad y ante algunas críticas que se habían producido; entonces, para calmar esas críticas, toma esa medida. Pero creo que lo hizo con un poco de decoro y puntualizó que solo debían ser sancionados, detenidos, juzgados y condenados aquellos que hubieran cometido hechos aberrantes. No debían ser sancionados aquellos que se limitaron a cumplir las órdenes, en principio de lo que se llama la obediencia debida, dando lugar, más tarde, a la Ley de Obediencia Debida, que legislaba dicho concepto. Quien cumplía una orden sin rechistar ni preguntar no podía ser sancionado y la responsabilidad final debía de caer sobre el superior que daba la orden.
En definitiva, el planteamiento de Alfonsín era prudente y también consideraba la posibilidad de que fueran juzgados quienes se excedían en el cumplimiento de una orden e iban más allá. Acepto que este enfoque puede ser correcto. Alfonsín, además, cuando estalla el movimiento de los “carapintadas” (una asonada militar que tiene lugar en el año 1987), se da cuenta que las cosas pueden desbordarse y que los juicios no cesan nunca. Así establece la Ley de Punto Final, por la cual los jueces tienen un plazo de treinta días para procesar aquellos militares que consideren que tienen delitos pendientes. Entonces, hubo una carrera de muchos jueces por procesar en ese plazo a quienes consideraban culpables de algunos delitos y aquello se convirtió, todo hay que decirlo, en una caza de brujas, generando una gran inquietud en la sociedad y ello provoca que Alfonsín promulgue la Ley de Obediencia Debida. Se trataba de que las responsabilidades no se extendieran a todo el ejército y que sólo hubiera procesos para aquellos que tuvieron alguna importancia o jerarquía en la cadena de mando. Pese a todo, el juicio a las Juntas creo que fue un error y concluyo ya: nunca debió realizarse. Menem luego desenredó ese error, en cierta medida, y nuestro momento peor, hablo para los militares, es con la llegada de los Kirchner al gobierno. Ha habido una asimetría total en el tratamiento a las dos partes enfrentadas en el conflicto. Fuimos señalados como los responsables, ni más ni menos, de unos acontecimientos que no desencadenamos.
R.A.: ¿Cómo juzga al almirante Massera, tuvo diferencias con él?
J.R.V.:Hubo diferencias, claro, él era esencialmente un hombre político, algo que yo no era. Era un hombre muy político, quizá se equivocó eligiendo la profesión de militar y se dedicó a la profesión equivocada.
R.A.:¿Cómo observaba las pretensiones políticas de Massera?
J.R.V.: No sé si siempre tuvo pretensiones políticas, pero sí puso de manifiesto su vocación política mientras formó parte de la Junta Militar. Ambición legítima desde todo punto de vista pero, a mi juicio, inoportuna, formando parte de un gobierno tripartito. La política es rica en matices que pueden llegar a convertirse en diferencias; y esa posibilidad constituìa un grave riesgo en medio de una guerra interna cuyo éxito radicaba en la cohesiòn de las tres fuerzas armadas que constituìan nuestro ejército. Hasta donde llegaban esas ambiciones, no puedo precisarlo; pero lo cierto es que luego de pasar a retiro fundó un partido cuya finalidad no podía ser otra que llegar al poder.
R.A.: ¿Por qué le juzgan en este momento?
J.R.V.:Como le había dicho al principio, Alfonsín se ciño al derecho con sus más y sus menos; la justicia funcionaba, a pesar de que se cometieron numerosos errores jurídicos durante nuestro proceso, como por ejemplo el principio de la no retroactividad, el principio del juez natural que fue vulnerado y otros errores de orden penal, por citar tan solo algunas deficiencias. Todo ello para llevarnos ante ese “teatro” que tuvo difusión mundial, pero así todo Alfonsín cumplió a su manera. Menem llegó después a la presidencia y también, a su forma, cumplió a través de los indultos y los perdones. Así llegamos al matrimonio Kirchner, que vuelve a retrotraer todo este asunto a la década de los setenta, y vienen a cobrarse lo que no pudieron cobrarse en esa década y lo hacen con un espíritu de absoluta revancha, con el complejo, y esta es una opinión personal, y con el agravante de quien pudiendo hacerlo no lo hizo en su momento. Estos señores eran burócratas que repartían panfletos y no mataron ni una mosca entonces. Y eso les da vergüenza, claro, y quisieron exagerar la nota de la persecución para sacar patente de corso, de malos de una película en la que no estaban. No, no, es la vendetta para una satisfacción personal sin razones, totalmente asimétrica, fuera de medida. Aquí no hay justicia, sino venganza, que es otra cosa bien distinta.
R.A.:¿¿No es sorprendente también que se hayan juzgados a oficiales y suboficiales que aquellos días tenían apenas una veintena de años o algo más?
J.R.V.: Mire, yo digo que si el juzgado en este caso, independientemente de su edad, lo es en función de haberse excedido en el cumplimiento de una orden está bien juzgado. Los demás, le aseguro, son todos juicios políticos, como parte de esa venganza, de esa revancha, como parte de ese castigo colectivo con que se quiere castigar a todas las Fuerzas Armadas. Este plan sigue una política gramsciana que esta gente cumple de punta a punta, disuadiendo a unas instituciones que han tomado como rehenes, creando desaparecidos que nunca existieron y vaciando de contenidos a la Justicia. Hoy la República está desaparecida, no tiene Justicia porque la que tiene es un esqueleto sin relleno jurídico; el mismo parlamento no tiene contenidos, está compuesto por ganapanes que temen que les vayan a quitar el puesto y se venden al mejor postor. No hay nadie en la escena política con lucidez capaz de hacerles frente. El país tampoco tiene empresarios porque están vendidos al poder. Hoy las instituciones están muertas, paralizadas, mucho peor que en la época de María Estela Martínez de Perón. Lo que me permite decir que no tenemos República porque no tenemos a las grandes instituciones del Estado funcionando. La Justicia, el Congreso y las demás instituciones, por no hablar de otros aspectos, no existen; las realidades no son así.
LA AUSENCIA DE UN JUICIO A LOS MONTONEROS
R.A.:¿Cómo es que los antiguos terroristas, los Montoneros, no hayan sido juzgados y condenados por los muchos crímenes cometidos?
J.R.V.: Alfonsín y Menem hicieron un acuerdo que era mitad y mitad, en el tema de los indultos me refiero. Los Kirchner son los que dijeron que no habría simetría en el asunto de la guerra que vivimos y nos señalaron a los militares como los malos, los responsables de crímenes de lesa humanidad, y a los terroristas como los buenos, como las víctimas de aquellos años terribles. A partir de ese planteamiento, los montoneros quedaron exentos de juicio y nosotros nos vemos privados de libertad, en la cárcel. Pero es un capricho del poder, no hay más que decir.
R.A.:¿Cómo ve a la Argentina de hoy, tiene esperanzas de que haya algún cambio?
J.R.V.: La suerte nuestra, la de los militares detenidos, está en que el país se encamine por otra dirección. Si el país cambia hacia otro rumbo, seguramente, no estaríamos presos. Yo digo que estamos en una situación hoy muy negativa, totalmente negativa, hemos perdido una gran oportunidad en las últimas elecciones de sentar puntos de apoyo a una oposición sólida y que actuara responsablemente para cambiar este estado de cosas al que me refería antes. Hablo de un cambio, claro, por la vía democrática, ya no es el tiempo de los golpes de Estado, aunque tampoco habría Fuerzas Armadas para darlo ni vocación para hacerlo. Esta situación de inmediato no va a cambiar, lamentablemente, porque no veo el actor, el líder, y no creo  en los iluminados. La política se hace con hombres e ideas y ahora nos los hay, ahora Argentina no los tiene. No hay tampoco movimientos de opinión sistemáticos contra este gobierno, todos viven bajo el temor del que dirán, de que les dejen hacer, en definitiva. Todo es miedo y temor, y vivimos permanentemente bajo ese miedo. Y cuando una sociedad vive bajo el miedo no puede esperar que esté en un actitud de coraje para enfrentar un gobierno que de por sí no tiene reparos y no se detiene ante nada. Un gobierno arbitrario, con espíritu totalitario, y que no se detiene ante nada y ante nadie, que ha perdido la vergüenza y etcétera, etcétera, etcétera. Este es el panorama de la Argentina de hoy y de seguir, que todo parece que seguirá igual, permanecerá en el futuro inmediato. No hay solución en el corto plazo.
Luego está la pretensión permanente de seguir escarbando en el pasado, colocándonos a los militares en la vereda de enfrente como unos indeseables. Hay que comenzar a pensar en el futuro, pero sin concordia no hay futuro, en consecuencia, creo, que tiene que haber un diálogo amplio y superador de todos los sectores de la opinión pública para lograr abandonar esos puntos de fricción que están impidiendo en este momento esa concordia. Por ejemplo, hay que encontrar una solución para resolver el famoso problema de los desaparecidos y ofrecérsela a la sociedad argentina. Son una realidad, son un invento, son una especulación política o económica, ¿qué son realmente los desaparecidos? Así sucede con otras cosas más que no han sido cerradas y siguen presentes en nuestra vida. Repito: ese diálogo tiene que blanquear esa situación conflictiva que vivimos hoy, superar a través de la concordia nuestras diferencias y tirar hacia adelante con un proyecto de nación basado en un proyecto de vida en común, algo que le falta a la Argentina de hoy. Lo que decía Ortega y Gasset: un proyecto de nación y de vida en común. ¿Qué político ha dicho lo que quiere para la Argentina de hoy? Nadie, estamos en el puesto que ganamos sin ansias de cambiar nada. Tenemos que despertar, apagar las pasiones, y mirar hacia el futuro con otras miras, pensando en los próximos diez años cuando menos. Y en ese encuentro que debe de buscar un punto en común para el diálogo hay que dejar de lado todas tensiones y rigideces que nos han paralizado, a punto está de que en Argentina estamos sin oposición y un país no puede vivir sin oposición. Los que ejercen el gobierno lo hacen con pretensiones de crear un caudillato sin que nadie los critique y todo el mundo asienta.¿Se saldrán con la suya?
LOS ERRORES EN EL PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL Y EL CONFLICTO DE LAS ISLAS MALVINAS
R.A.:Para ir concluyendo, ¿cree que se cometieron errores durante el periodo del Proceso de Reorganización Nacional y cuáles fueron?
J.R.V.: El Proceso no fue capaz de abrir una etapa de apertura política tras haber cumplido sus principales objetivos. Es decir, perdimos, creo, la gran oportunidad. En lo que respecta al final del Proceso, cuando perdimos la guerra de las Malvinas, prefiero no referirme porque yo no participe directamente en aquellos hechos, no tuve en absoluto ninguna relación con aquellos acontecimientos, me entere en la noche previa de que se iba a producir el desembarco en las islas. Pero no tuve ningún papel. Lo que si deje claro en ese momento es que sí se cometieron errores en las Malvinas, no sólo de índole militar o estratégica, sino que peor fue lo que se hizo después no asumiendo una derrota, yo diría que una derrota honrosa, en las que las Fuerzas Armadas argentinas fueron derrotadas por la tercera potencia del mundo aliada a la primera y no fueron aniquiladas, ni llevadas, sino que tuvieron el coraje y la capacidad de resistencia frente al enemigo. No les resultó tan fácil derrotarnos y lo reconocen ellos mismos. No podemos ponernos a llorar como mujeres lo que no supimos defender como hombres, esa derrota tenía que haber sido reivindicada porque había más de una razón para hacerlo. El frío, el hambre, el miedo y todas esas calamidades que pasaron esos soldados, junto a otras cosas,  si son traídos a Argentina y desfilan por las calles como héroes otra situación habríamos vivido bien distinta. El Proceso acabó ahí, pero ya venía cabeceando y agotándose hace tiempo. Luego nuestras Fuerzas Armadas adoptaron una posición claudicante por haber perdido la guerra de las Malvinas y eso nos llevó a la debacle, se gestionó mal la derrota y todavía sufrimos las consecuencias de todo aquello. Había que  haber perdido con honra, haber dado tratamiento de honor a nuestros soldados que lucharon y murieron por la patria.
R.A.: ¿Qué mensaje le enviaría a la sociedad argentina de hoy?
J.R.V.: Algo tengo escrito que dejaré para la posteridad de todos estos años. Tengo dos libros, que no son realmente memorias, sino un testimonio para la historia que estoy actualizando. He escrito sobre estos años y sobre la gestión del gobierno, cómo se hizo y para qué. He querido contribuir con el que quiera escribir la historia de lo que realmente ocurrió en esos años, simplemente una colaboración de cara al futuro, para la crónica de que ha ocurrido en este país en los últimos años. No tengo interés en incentivar más este dolor que vive Argentina por no hacer frente a esta tiranía que tenemos para acabar con ella, nadie hace nada, ni dice una palabra, ni hay un gesto. Por ahora no hay futuro, tenemos un país que tiene todo por nacer, mientras esta gente, los que nos gobiernan ahora, lejos de estar en la tarea constructiva, destruyen todo.
Si algo tiene Argentina es su riqueza agropecuaria, somos o éramos el granero del mundo, y el agro ha sido borrado de la estructura nacional. Este gobierno ha asociado el campo con la oligarquía y como enemigo de ese socialismo que ellos pregonan, no podemos esperar de esta gente una solución, la única vía es sacarlos del gobierno y no a través de un golpe de Estado, sino a través de los cauces democráticos. Yo, en las últimas elecciones habidas en el país, esperaba a que apareciera un líder o un movimiento para hacer frente a lo que vivimos, que todos los dirigentes de la oposición se unieran para combatir a esta lacra y salir hacia adelante, pero bueno no apareció y no fue así. Quisiera ser optimista, pero no puedo, aunque siga peleando desde la cárcel, desde aquí. Quiero dar a conocer al mundo lo que pasa. La consigna del prisionero de guerra es la evasión, mientras que para el preso político la lucha es otra, que es el campo de la política y que es antipático quizá para los militares. Hoy hay que ganar la guerra política a través de los mensajes y los medios de comunicación, y esa es nuestra función: no quedarnos de brazos cruzados.
R.A.:¿Desde que está en prisión sus antiguos aliados y amigos le visitan o le olvidaron?
J.R.V.:Algunos, algunos, pero no pasan de cinco. Nuestra sociedad, que la componen también mis amigos, la argentina, fue la protagonista de la tremenda guerra que vivimos, porque era un combate contra la sociedad argentina y cambiarla a través del modelo marxista que preconizaban esos grupos alzados en armas. Ese proyecto estaba en plena expansión en América Latina y la sociedad argentina fue objeto y sujeto de ese proyecto totalitario. Esa sociedad se defendió a través de su brazo armado de esa agresión que sufría de unos grupos armados bien conocidos. Luego está la figura del chivo expiatorio, que han sido los militares, y la sociedad argentina actuó de una forma cobarde y dejando abandonado a su ejército, que fue el principal actor en ese conflicto defendiendo a su país de esa verdadera agresión.
LAS FUERZAS ARMADAS ARGENTINAS HOY
R.A.:¿Cómo se explica ese proceso de destrucción de las Fuerzas Armadas y de indefensión de la Argentina que denuncian algunos militares?
J.R.V.:Porque es la revancha de los derrotados, de los “jóvenes idealistas” de Perón, que no lograron sus objetivos, que pasaban por tomar el poder. Con Cámpora lo habían conseguido, en parte. Como ese proyecto revolucionario que tenían de hacerse con el poder se vio frustrado por las Fuerzas Armadas que, cumpliendo órdenes de un gobierno constitucional, salieron a reprimirlos y a enfrentarlos, fuimos los ejecutores de parar ese proyecto. Nos preguntaron qué hacer ante la amenaza armada que tenía el Estado y dimos la respuesta que había que dar, que era que nos sacaran a nosotros a hacer frente a esa amenaza. No queda otra vía, claro. Y les derrotamos con las armas en la mano, claramente, y eso los actuales gobernantes, que son herederos de aquellos grupos subversivos, no nos lo perdonan.
R.A.:¿Por qué, en definitiva, en ninguna parte de América Latina se da esta situación de más de un millar de militares detenidos, procesados y condenados?
J.R.V.: Es cierto, esta situación no se da en otras partes del continente. Así es, como usted dice. La explicación es el espíritu de revancha y venganza que anima a este gobierno.
R.A.: ¿Cómo es posible entender actitudes como la del general Martín Balza, denostando a las Fuerzas Armadas e incluso las tareas en las que él participó entonces?
J.R.V.: La sensación es que es un canalla, un hombre que se vendió al enemigo para escalar posiciones. Pregunto: ¿cuántos años lleva de embajador? Siete u ocho años. Un trepador vendido por poder y dinero. El me envió tres cartas en el pasado y muestra su subordinación, afecto y aprecio hacia mí. No eran unas cartas burocráticas, sino escritas sinceramente y algunas incluso a mano deseando mi libertad, solidarizándose conmigo y esperando un “nuevo amanecer”. Ahora se vende por ansias de poder y denigra a sus antiguos compañeros, ¡qué miserable!
R.A.:¿Qué mensaje le daría a los soldados que están detenidos actualmente y a sus familias que también sufren en sus carnes esta situación?
J.R.V.: Yo creo que el mensaje explícito y tácito, que es al que yo me atengo, que es la conducta, el ejemplo y el modo de vida, que siempre han sido mis guías, en los buenos y en los malos momentos.
R.A.:¿Por qué guardo silencio durante tantos años?
J.R.V.: Porque no estaba en mi estilo la exhibición y la publicidad. Yo me considero apolítico, no tengo vocación para estar en el candelero, en el escaparate; he presentado algunas declaraciones en mis juicios y he respondido cuando he debido. Pero no tengo vocación para esas pretensiones publicitarias, no es mi estilo como le digo.
R.A.:¿Por qué renuncia su abogado defensor cuando iba tan avanzado su proceso?
J.R.V.: Entrábamos en otra etapa, pasábamos de la etapa instructora a la de los juicios orales y públicos. Era más de lo mismo, con público y publicidad, más de lo mismo, un circo, en definitiva. Entonces, llame a mis abogados y les dije: ustedes cumplieron su tarea y ahora se trataría de que dejaran para la historia, por escrito, todas las irregularidades y arbitrariedades de las que hemos sido objeto. Que quede escrito y haya constancia de todo lo sucedido para que la gente, en el futuro, conozca lo que realmente sucedió. El abogado soportaba un enorme sacrificio para el desempeño de sus funciones y casi tenía que dejar su trabajo. La real motivación por la que se fue, para que no quedara duda, era que no se prestaba gratuitamente a esa parodia de juicio sin justicia y sin derecho.
R.A.:¿Recibiría a algún líder montonero en aras de llegar a la concordia?
J.R.V.:Tal como están las cosas, en estos momentos, definitivamente no. En un proceso final, llegado el caso, no aceptaría un diálogo de igual entre unos militares que luchamos por defender a las instituciones de la Nación con los cabecillas de una organización armada formada por subversivos, creo que ese no es el punto de partida. No creo que se puedan equiparar las dos partes, no se puede establecer una concordia desde un punto de partida en que todos somos iguales. Yo hablo, además, de un diálogo entre las partes que sea representativo en la sociedad, pero no de establecer una concordia sin justicia.
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