JORGE RAFAEL VIDELA SE CONFIESA.
LA HISTORIA JAMÁS CONTADA DE UN PERÍODO TURBULENTO”, DEL PERIODISTA ESPAÑOL RICARDO ANGOSO
Tras años de silencio, muchas veces autoimpuesto ante
la manipulación sufrida a manos de periodistas sin escrúpulos, el
general Jorge Rafael Videla vuelve a hablar. En casi cuarenta cuestiones
responde a todo lo ocurrido en la Argentina antes y después del
denominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1982), periodo en
que se desempeñó como presidente de la República durante cinco años y
donde ocupó también responsabilidades militares al frente de la primera
Junta. También el libro hace un recorrido biográfico a través de la
carrera política y militar de Videla, y añade algunos documentos
interesantes para poder situar al personaje ante la historia.
Ahora este periodo tan controvertido de los
años 70 y 80 vuelve a estar de triste actualidad, pues como recuerda el
escritor y prologuista de la obra Horacio Palma, al que cito
textualmente: “Se vuelve a juzgar a los militares que combatieron a los
terroristas, y todo el esfuerzo estatal está abocado a mantener vivo el
relato oficial de aquella tragedia argentina. Para que se entienda bien:
En los últimos 30 años, la democracia Argentina juzgó a los principales
responsables militares y guerrilleros de los años 70. Luego los
encarceló. Más tarde los indultó. Salieron en libertad. Después la
democracia argentina declaró inconstitucional los indultos, pero solo
los indultos de los militares. Y entonces volvió a encarcelarlos, para
juzgarlos con tribunales especiales luego y condenarlos con condenas
casi calcadas. De un plumazo el relato oficial escondió a los terroristas de la historia violenta que Argentina sufrió en los años 70″.
Es casi imposible conseguir una entrevista con algún
militar detenido por el régimen kirchnerista en Argentina. Todo
periodista que se aboca a la misión de hacer los trámites para acceder
con cámaras o grabadoras a las cárceles donde los militares argentinos
(la mayoría mayores de 70 años y con serias afecciones crónicas de
salud), choca con una pared infranqueable levantada con duros ladrillos
de intolerancia. Los jueces no permiten entrevistas, y los organismos de
derechos humanos que monitorean los juicios políticos y a los militares
detenidos, han levantado un pesado cerco imposible de sortear. Pero el
autor del libro, el periodista español Ricardo Angoso, ha conseguido lo
que otros informadores argentinos no lograron en años.
Este libro tan solo
trata de romper el muro de silencio impuesto a los militares argentinos
que tuvieron responsabilidades durante uno de los periodos más
difíciles de la historia de Argentina. Le damos la voz y la palabra a
Videla, dejando a los lectores que libremente tomen una opinión acerca
de ese periodo libres de las ataduras y la manipulación impuesta por el
actual discurso oficial.
Recordando un 24 de marzo de 1976 en Argentina
24 de marzo - 2012. Todavía los 70
Coronel Ibarzábal. Así apareció asesinado tras diez meses de cautiverio a manos del terrorismo de argentina
Son tiempos de información
digital en tiempo real. Mucho podrán ustedes encontrar sobre los
distintos integrantes de los grupos terroristas que asolaron a la
República Argentina durante casi dos décadas. Y verán que la versión de
un terrorismo “idealista” y “romántico” se ha extendido de manera
oficial como una forma perversa de maquillar los violentos años
escarnecidos de un país que se desangró, dolorosamente, en intestinos
egocentrismos.
Sin embargo, y no es casual, poco y nada podrán encontrar sobre la visión de los protagonistas militares.
En los años 70 yo iba a la
escuela primaria. Quiero decir que toda mi vida de adulto la viví en una
democracia que, por alguna razón que nunca alcancé a comprender,
intentó ocultar la historia y la palabra de los militares que tuvieron
que combatir a un terrorismo impiadoso y especialmente cruel, que no
dudaba en atentar con bombas, acribillar por la espalda o secuestrar a
sus víctimas para luego fusilarlas en algún sótano “revolucionario”.
Incluso hoy, habiendo
recorrido la democracia argentina casi tres décadas ininterrumpidas, el
tema de los violentos años setenta ha sido colocado en el tapete por un
gobierno que se ha autodenominado “heredero ideológico” de aquella
generación de guerrilleros y terroristas que intentaron asaltar el poder
a sangre y fuego.
Argentino del Valle Larrabure. Así apareció asesinado tras un años de secuestrado y torturado por el terrorismo de argentina
Se vuelve a juzgar a los
militares que combatieron a los terroristas, y todo el esfuerzo estatal
está abocado a mantener vivo el relato oficial de aquella tragedia
argentina. Para que se entienda bien: En los últimos 30 años, la
democracia Argentina juzgó a los principales responsables militares y
guerrilleros de los años 70. Luego los encarceló. Más tarde los indultó.
Salieron en libertad. Después la misma democracia argentina declaró
inconstitucional los indultos, pero solo los indultos de los militares. Y
entonces volvió a encarcelarlos, para juzgarlos nuevamente en
tribunales especiales luego y condenarlos con condenas casi calcadas.
Sin querer “queriendo”, de un
plumazo el relato oficial escondió a los terroristas de la historia
violenta que Argentina sufrió en los años 70.
Es casi imposible conseguir
una entrevista con algún militar detenido por el régimen kirchnerista en
Argentina. Todo periodista que se aboca a la misión de hacer los
trámites para acceder con cámaras o grabadoras a las cárceles donde los
militares argentinos (la mayoría mayores de 70 años y con serias
afecciones crónicas de salud), choca con una pared infranqueable
levantada con duros ladrillos de intolerancia. Los jueces no permiten
entrevistas, y los organismos de derechos humanos que monitorean los
juicios políticos y a los militares detenidos, han levantado un pesado
cerco imposible de sortear.
En el mientras tanto… suceden
actos y sucesos que se asemejan y mucho a crueles amenazas contra
quienes intentan saltar el cerco. Para muestra basta un botón. A fines
del año 2011, el jefe del Servicio Penitenciario Federal de Argentina,
el Dr. Víctor Hortel, se apersonó cámara de fotos en mano en las
habitaciones de varios militares argentinos presos. Alguno de ellos
inválidos. El Dr. Hortel sacó fotos de las habitaciones y unas semanas
más tarde esas fotos aparecieron publicadas en una conocida Revista de
relato oficial.
Miedo.
Cada vez que alguien sortea
el cerco y logra hablar con los militares detenidos, sus condiciones
carcelarias se vuelven más duras y arbitrarias.
Así las cosas, muchos de los
familiares y amigos de los presos políticos (así se sienten y se
autoproclaman los militares argentinos presos) han elegido el silencio.
Un silencio que yo mismo he intentado sondear. Al principio creí que el
silencio de los familiares de los militares presos de Argentina era un
silencio que susurraba vergüenza. Años de estigmatización en el relato
podrían haber dejado esa huella. Con el tiempo entendí que el silencio
de muchos presos políticos de Argentina y sus familiares, grita una sola
palabra: Miedo.
Lástima. Con casi treinta
años de democracia ininterrumpida en Argentina, el miedo es un estadío
peor que la vergüenza. Después de todo, la vergüenza es un sentimiento
personal, es de uno… pero el miedo es, en este caso, un sentimiento
ocasionado por las actitudes y las represalias de los que desde hace
años detentan el poder en Argentina.
Represalias, quita de
beneficios como las prisiones domiciliarias, endurecimiento en los
regímenes de visitas, problemas laborales etc. son una constante en los
familiares de los militares presos, de los mismos militares que están
detenidos por haber combatido al terrorismo en Argentina y de muchos que
intentamos sondear en la otra parte de la verdad.
Un gran pensador español dijo
alguna vez: “Uno es uno, y sus circunstancias”. Una gran verdad que
parecen haber olvidado los arquitectos del relato oficial de Argentina
sobre la violencia vivida en los años 70.
Los hacedores oficialistas
del relato setentista en Argentina, han obviado con premeditación y
alevosía las circunstancias. Se han salteado especialmente la
perspectiva histórica.
Años de arquitectura
construyendo un relato obtuso de la historia, han parido una generación
de “demócratas” que creen correcto cercenarle el decir a una persona.
Por eso, en las actuales
circunstancias de Argentina, que un periodista se haya atrevido a
entrevistar en su lugar de detención al General Jorge Rafael Videla, ex
presidente de facto de Argentina, ha sido visto en el seno del Poder de
Argentina, como un acto de extrema osadía.
Algunos de los chicos que mató el terrorismo de Argentina
Haber entrevistado a un
personaje central de los años setenta de nuestro país, ha sido una
afrenta imperdonable hacia todos aquellos que desde hace años militan en
esconder la “otra parte de la verdad”.
Y a fuerza de ser sinceros,
también ha sido un acto de valentía la decisión del General Videla de
consentir la entrevista sabiendo las consecuencias.
La voz del General Videla
desde su lugar de detención, publicada por un Semanario español, ha sido
para ese espacio de Poder de la Argentina un “sapo” difícil de digerir.
De ahí la desmesurada repercusión en el seno del Poder, y esa impostura
sobreactuada alegando una preocupación que no es tal. Hasta la
presidenta de Argentina, Sra. Cristina Fernández viuda de Kirchner, hizo
varias veces alusión a la entrevista que Ricardo Angoso le realizara al
General Videla.
Luego de publicado el
reportaje, el periodista Ricardo Angoso, me consta, vivió en carne
propia el escarnio de los “demócratas” argentinos, que rápidamente le
enrostraron haberle dado voz a un “personaje tan siniestro”.
Angoso, Periodista al fin,
contestó con una obviedad olvidada en estas latitudes: “Que alguien
entreviste a alguien, o escriba sobre alguien o hable sobre alguien no
significa directamente que esté tomando partido. Yo creo que un
periodista tiene que escuchar a todas las fuentes, y desde luego un
flaco favor le haríamos al periodismo si solamente escucháramos a una de
las fuentes o a una de las partes implicadas en un conflicto.”
1976 - 24 de marzo – 2012. No
le tengamos miedo a la Historia. Escuchemos a todos… y construyamos
desde la tolerancia un futuro entre todos… y para todos.
En esta fecha tan especial,
elevo mis oraciones para TODOS aquellos que han sido víctimas de una
guerra fratricida que muchos buscaron. Que pocos pelearon. Y de la que
nadie se hace cargo.
Horacio R. Palma
El Dia de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios
Entrevista a Jorge Rafael Videla en Cambio 16: tercera entrega
TERCERA PARTE DE LA ENTREVISTA A JORGE RAFAEL VIDELA
“Las relaciones con EEUU no fueron carnales, sino maduras”
POR RICARDO ANGOSO
En esta tercera y última parte de la entrevista en
exclusiva concedida a CAMBIO16 por el sanguinario sátrapa argentino al
fin encarcelado, Videla reconoce el distanciamiento con Massera y la
buena sintonía con el gobierno de Jimmy Carter
Terminamos con esta entrega, la
larga entrevista con el expresidente y general Jorge Rafael Videla,
antaño todopoderoso hombre fuerte del régimen militar argentino y hoy
encarcelado por delitos considerados de lesa humanidad. Sin querer
entrar en la polémica desatada en Argentina por las declaraciones del
detenido, reivindicamos este texto y esta serie de entrevistas como un
simple ejercicio en defensa de las libertades de expresión y de
información que algunos nos pretenden negar desde su pedestal de
inmaculados defensores de los derechos humanos y su peculiar forma de
entender la democracia.
Quiero
concluir esta serie de entrevistas preguntándole algunas cuestiones que
han quedado en el tintero, como por ejemplo ¿cómo fue su relación con
el almirante Massera y de qué forma observaba sus pretensiones
políticas?
No
sé si siempre tuvo pretensiones políticas, pero sí puso de manifiesto
su vocación política mientras formó parte de la Junta Militar. Ambición
legítima desde todo punto de vista pero, a mi juicio, inoportuna,
formando parte de un gobierno tripartito. La política es rica en matices
que pueden llegar a convertirse en diferencias; y esa posibilidad
constituía un grave riesgo en medio de una guerra interna cuyo éxito
radicaba en la cohesión de las tres fuerzas armadas que constituían
nuestro ejército. Hasta dónde llegaban esas ambiciones, no puedo
precisarlo; pero lo cierto es que luego de pasar a retiro fundó un
partido cuya finalidad no podía ser otra que llegar al poder.
¿Qué relación mantuvieron con los partidos políticos argentinos de entonces?
El
Proceso de Reorganización Nacional mantuvo la existencia de todos los
partidos –inclusive el comunista– pero suspendió la política partidaria.
Esta situación se daba por primera vez en la Argentina, donde, por
norma, los gobiernos de facto disolvían a los partidos políticos, al
momento de hacerse cargo del poder. Incluso se permitió que los
integrantes de los distintos partidos políticos desempeñaran cargos de
embajadores, gobernadores, intendentes, integrantes del poder judicial,
etc. El partido peronista no gozó de esa ventaja, dado el desprestigio
que habían acumulado sus dirigentes en el ejercicio del gobierno que
resultó depuesto (el de Maria Estela Martínez de Perón). No obstante,
muchos de sus integrantes colaboraron lealmente con nuestro gobierno, en
relación con la guerra interna librada contra el terrorismo.
¿Cuál fue su papel en el gobierno militar de entonces y cómo evalúa su gestión al frente de sus responsabilidades?
El
éxito de mi gestión se debe a que la misma se ajustó a las normas
reglamentarias en vigor. En efecto, el Estatuto para el Proceso de
Reorganización Nacional preveía la existencia de un órgano supremo del
Estado: la Junta Militar, integrada por los comandantes de las tres
fuerzas armadas que constituían el ejército argentino. Por debajo de ese
órgano supremo, estaba dispuesta la figura del presidente de la nación
(oficial superior del ejército en situación de retiro), con las
atribuciones y competencias propias que la Constitución de la nación
determinaba para dicho cargo, pero con algunas limitaciones; por
ejemplo, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas que la carta magna
otorgaba al presidente del país, la Junta Militar se la reservaba para
ello. Dada la situación de guerra interna que vivía el país, la Junta
resolvió, por unanimidad, y con carácter de excepción, que el cargo de
la presidencia fuera desempeñado por mí, con retención de mi cargo de
Comandante General del Ejército. A mediados de 1978, con la subversión
dominada, aquella excepcionalidad había quedado superada y la Junta
resolvió, por unanimidad, nombrarme presidente de la nación,
coincidentemente con mi pase a situación de retiro, lo que se denominó
como el “cuarto hombre”. Asimismo, se fijó como término de mi mandato el
29 de marzo de 1981, cumplido el cual entregué el cargo a mi sucesor
designado, el general Roberto Viola, que había pasado recientemente a
situación de retiro. Recuerdo que yo asumí como presidente, con
retención del cargo de comandante, el 29 de marzo de 1976.
¿Quiénes fueron los más críticos con su gobierno en la escena internacional?
Las
socialdemocracias europeas, por razones ideológicas, alentadas a su vez
por los “exiliados argentinos” radicados en Europa y los Estados Unidos
cuyo presidente enarbolaba la bandera de los “derechos humanos” para su
campaña presidencial apuntando fundamentalmente a la URSS y a sus
satélites, pero no se podía soslayar y separar de la realidad que en tal
sentido se vivía en el subcontinente americano con motivo de la guerra
contra el terrorismo que afectaba a toda la región.
¿Cómo
recibieron la noticia de que Adolfo Pérez Esquivel había sido
galardonado con el Nobel de la Paz? ¿fue una sorpresa para ustedes?
Diría
que fue una inesperada sorpresa e ilustro esta afirmación con una
anécdota. Presidía yo ese día la reunión de gabinete de los viernes,
con asistencia de todos los ministros, el secretario general de la
Presidencia, el secretario de Inteligencia de Estado y el jefe de la
Casa Militar. En su momento, interrumpió un edecán y se acercó a mí
para decirme al oído que acababa de escuchar por radio de la designación
del señor Adolfo Pérez Esquivel como destinatario del Premio Nobel de
la Paz. Interrumpí la reunión, di la noticia a los asistentes y quedé a
la expectativa. Todos se miraban entre sí sin aventurar comentarios.
Preguntados: ¿Quiénes conocen a este señor? La respuesta fue unánimente
negativa. Ordené entonces al ministro del Interior que abandonara la
reunión y buscara información. Momentos después el ministro se hizo
presente e informó que el señor Pérez Esquivel era un arquitecto que no
ejercía su profesión, que era un activista de los derechos humanos pero
sin un papel protagonista ni de liderazgo, y ese perfil bajo se mantuvo
durante todo mi periodo de gobierno al frente del país. Nadie le
conocía, era un perfecto desconocido.
¿Y cómo se desarrollaron las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos?
No
fueron “relaciones carnales” como las calificó un excanciller. Fueron
relaciones maduras como corresponde a países soberanos. Ello no quita
que hubiera problemas e incomprensiones, dentro de las cuales puedo
citar como dato puntual el embargo cerealero decretado por los Estados
Unidos contra la URSS, con motivo de la invasión soviética a Afganistán,
al cual la Argentina se negó a adherir por resultar no consultada; por
afectar a nuestro país de forma unilateral (por razones climáticas,
todos los países cerealeros del hemisferio norte habían vendido sus
cereales o estaban impedidos de hacerlo por tener sus puertos
congelados). Por su parte, los Estados Unidos se abstenían de vender
grano a la URSS, pero seguía vendiéndoles bienes de otra índole, cosa
que no podía hacer la Argentina. Nuestro país, desconociendo la
imposición que se intentaba ejercer sobre nosotros, se limitó a cumplir
con sus compromisos previos adquiridos con la URSS, sin vender ni un
grano más ni uno menos de lo pactado.
El
otro problema, con mayor persistencia en el tiempo, fue el de los
derechos humanos, cuya bandera hacia como propia el presidente Jimmy
Carter, asunto que tratamos en una reunión mantenida entre ambos con
oportunidad de la firma de los acuerdos por el Canal de Panamá a fines
del año 1977. En dicha ocasión tuve la oportunidad de reunirme con el
presidente Carter. Allí se trataron, entre otros asuntos, el tema de los
derechos humanos, y se hizo con toda la crudeza por ambas partes,
sentando las bases de comprensión necesarias para que los Estados Unidos
disminuyeran sus presiones sobre nuestro país.Vale la pena recordar que
para fines de 1977 la guerra interna librada contra el terrorismo iba
llegando a su fin y sus consecuencias fueron dejando de ser materia de
críticas.
Videla responde a todas las cuestiones 36 años después de los sucesos del 24 de marzo de 1976
VIDELA HABLA TRAS AÑOS DE SILENCIO
Tras pasar los controles de la cárcel
donde se encuentra detenido desde hace años, situada en la base militar
del Campo de Mayo, me encuentro con Jorge Rafael Videla, antaño
todopoderoso hombre fuerte de Argentina y presidente de esta nación
durante cinco años (1976-1981). Ahora, nuevamente condenado por unos
hechos por los que fue juzgado por segunda vez e indultado por el
presidente Carlos Menem, en 1990, se considera víctima de una venganza
política y responde, con firmeza y convencimiento, sobre lo sucedido en
su país durante aquel periodo turbulento. Videla, considerado por
algunos como un dictador, mientras que para otros tan solo fue el
instrumento de los políticos de entonces para acabar con el terrorismo,
describe con exactitud y profusión de datos su versión de aquellos años
terribles de la historia argentina. A sus 86 años, después de haber sido
el chivo expiatorio de la sociedad argentina en la derrota del
terrorismo, se muestra lúcido, inteligente y muy político, a pesar de
que él, paradójicamente, se declara “apolítico”. Estamos en enero del
año 2012, treinta y seis años después de que la historia de Argentina
cambiara para siempre, y el general Videla responde a todas nuestras
preguntas.
“En Argentina se libró una guerra a muerte, un combate, el terrorismo y la subversión”.
“A partir de 1975, de acuerdo con
los decretos firmados por el presidente provisional del Senado, en
ejercicio del poder ejecutivo, Italo Luder, las Fuerzas Armadas entran a
combatir el terrorismo; teníamos casi licencia para matar”.
“La sociedad civil argentina apoyó mayoritariamente el golpe de Estado de 1976″.
“Los líderes radicales de entonces, con Ricardo Balbín a la cabeza, nos invitaban a cambiar el rumbo del país”.
“María Estela Martínez, viuda de
Perón, no estaba a la altura de las circunstancias para ejercer el
gobierno cuando murió Perón”.
“Con la Iglesia católica mantuvimos una buena relación, estuvo a la altura de las circunstancias”.
“Tuvimos buenas relaciones con Estados Unidos, pero también tuvimos algunas diferencias”.
“Adolfo Pérez de Esquivel era un completo desconocido cuando recibió en Nobel de la Paz”.
“No supimos dar una salida política a
un Proceso de Reorganización Nacional que había sido exitoso y había
derrotado al terrorismo”.
“Los Kirchner han actuado contra nosotros por un espíritu de revancha, de odio, y no de justicia”.
“Somos presos políticos, mientras que los terroristas están en la calle y nunca han sido juzgados”.
“La guerra de las Malvinas ocurrieron cuando ya el Proceso se había agotado en sí mismo”.
“En Argentina no hay justicia, sino venganza, que es otra cosa bien distinta”.
LA CRISIS ARGENTINA DE LA DÉCADA DE LOS SETENTA
Ricardo Angoso:¿Cómo estaba viviendo Argentina en el año 1976, qué estaba pasando en ese momento?
Jorge Rafael Videla: Mi impresión sobre
ese período es fácil de definir. Ubiquémonos en el año 1973, para
comenzar. Se cerró un ciclo militar, tras un gobierno de esas
características, y llegó el doctor Héctor Cámpora, que era un hombre de
poco carácter, manejable e incluso peligroso, en un momento en que el
peronismo se estaba redifiniendo y también radicalizando. Cámpora
representaba, siguiendo la moda del momento, una tendencia de
izquierdas, progresista podemos decir dentro del movimiento, frente al
conservadurismo. Sin ser una persona de izquierdas era más afín a esa
tendencia, plegándose a los intereses y deseos de los más jóvenes dentro
del peronismo. Cámpora se hace con el gobierno, tras haber ganado las
elecciones, el 25 de mayo de 1973, y una de las primeras medidas que
toma, sino la primera, es el decreto por el que se pone en libertad a
todos los terroristas detenidos y condenados por un tribunal que había
sido creado por el general Alejandro Danusse. Este tribunal era una
Cámara Federal en lo Penal (Cafepena) creada específicamente para
investigar y condenar actos de terrorismo cometidos en todo el ámbito
nacional y era específica para dichos actos. Como consecuencia del
trabajo llevado a cabo por las autoridades anteriores a Cámpora había
más de un millar de terroristas detenidos por delitos probados. Cámpora
firma el decreto de indulto por el cual se liberan a todos estos presos
que provienen de los sectores jóvenes y radicales del peronismo; salen
victoriosos de las cárceles y cuando salen, a la media noche, les
esperan sus seguidores y compañeros. Comienza el caos y el terror se
adueña, de nuevo, de las calles de Argentina.
Los jóvenes peronistas más radicales
le llaman al presidente el “tío Cámpora”, lo cual revela la afinidad
entre este sector del movimiento con el presidente. Esta gente, desde
luego, no salen arrepentidos ni con deseos de integrarse en el sistema
democrático, sino directamente con la idea de continuar con la
revolución y seguir por la vía violenta, incluso matando.
Simultáneamente a estos hechos, el Congreso refrenda ese indulto y
queda, digamos, legalizado de facto. Ni que decir tiene que estos
jóvenes estaban armados e iban a continuar por la vía violenta su
objetivo de hacer la revolución. Amnistía y olvido quedaban así
refrendados. Ese fue el comienzo de los hechos que vinieron después;
Perón no estaba en el país y, cuando tuvo conocimiento de los hechos,
parece que no le agradaron. Estos jóvenes no actuaban de acuerdo con
los principios que tenía Perón, que pasaban más por un reencuentro, un
acuerdo entre todos los argentinos para solucionar los problemas, y
tampoco estaban en la línea de su pensamiento.
Este desacuerdo se confirma cuando
llega Perón a Argentina y no puede aterrizar donde estaba previsto,
debido a que se había desatado una batalla campal donde estaba
programado aterrizar y porque los propios peronistas se habían
enfrentado entre ellos por el liderazgo del movimiento; se habla de que
hubo entre un centenar y dos centenares de muertos. La recepción a Perón
degeneró en un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda del
peronismo por monopolizar la figura del líder y controlarlo durante su
llegada. Y el liderazgo, siguiendo sus patrones, tenía que dirimirse por
la fuerza de las armas. El avión de Perón tiene que aterrizar en un
aeropuerto militar por razones de seguridad y le recibe el
vicepresidente que estaba en Buenos Aires. Perón toma conciencia de que
las cosas no le van a resultar tan fáciles como él pensaba y que está
juventud maravillosa de antes le iba a traer problemas; tendría que
tomar medidas para evitar que la situación se desbordase y ya toma
posiciones, considerando que estos jóvenes no eran tan idealistas sino
revolucionarios, claramente. Tiempo después, consciente de la situación
tan adversa que asume, provoca la renuncia de Cámpora y se hace un
llamado a elecciones, en donde Perón sale elegido mayoritariamente con
su esposa como vicepresidente. Perón, en esas elecciones, sale elegido
con un alto porcentaje de votos, más del 62% del censo, y decide poner
orden en un estado de cosas y en un movimiento que ya no compartía sus
ideas.
Hay un episodio que lo conmueve a
Perón, que es el atentado contra el dirigente gremial José Ignacio
Rucci, que es asesinado y ahí, el presidente dice: “Me cortaron las
piernas”. Fue un acto doloroso y mostraba que Perón no dominaba todavía
la situación, mostrando a las claras que el oponente ya no tenía
miramientos y estaba dispuesto a llegar hasta el final. Perón, entonces,
en una reunión secreta con los dirigentes peronistas, en Los Olivos, da
a entender a través de una directiva que se acabaron los miramientos
hacia estos actos y que había acabar de una vez, incluso por la
violencia, respondiendo a este tipo de acciones violentas y terroristas.
Esta decisión dio lugar a que se produjeran una serie de acciones
encubiertas. Y lamentablemente la mano ejecutora de este grupo que
operaba bajo las órdenes y el consentimiento de Perón era el ministro de
Bienestar Social, José López Rega, que organiza la Triple A, las
famosas tres A -Alianza Anticomunista Argentina-, un hombre de confianza
del presidente que se dedica a ejecutar las órdenes que le da el viejo
general y que no siempre se atienen a la legalidad. De esta manera, se
van dando los primeros pasos y pone orden en el país, pero, sin embargo,
el líder ya no es el de antes y tiene la salud muy desgastada. Hasta el
último aliento da todos sus esfuerzos por normalizar y por trabajar en
su proyecto, que desde luego no era el de los jóvenes “idealistas”, sino
el de normalizar el país de una vez por todas tras los excesos
cometidos.
MARÍA ESTELA MARTÍNEZ DE PERÓN, PRESIDENTA DE ARGENTINA
Perón muere y le sucede automáticamente
su mujer, María Estela Martínez de Perón, tal como se preveía
legalmente. La mujer de Perón, desde luego, no estaba preparada para ser
presidente y mucho menos en las circunstancias en las que estaba
viviendo el país. Para afrontar la situación que vivíamos, se necesitaba
carácter, conocimiento, capacidad para tomar decisiones y prestigio,
rasgos de los que carecía totalmente esta señora. El gobierno de María
Estela va perdiendo fuerza. Era una buena alumna de Perón, eso sí, ya
que desde el punto de vista ideológico se situaba en la extrema derecha
del peronismo y el marxismo le provoca un rechazo total. En un almuerzo
con varios generales, una treintena si mal no recuerdo, llegó a ser muy
dura con el marxismo, en ese sentido no quedaban dudas de que la
dirección ideológica estaba encaminada, pero le faltaban fuerzas y
conocimientos para llevar a cabo el combate, la lucha, y poner orden.
Incluso para poner coto a las actividades de López Rega, que mataba por
razones ideológicas pero que también lo hacía por otras razones para
cobrarse algunas cuentas pendientes. La situación, como ya he dicho
antes, era muy difícil, reinaba un gran desorden. A Isabel se le hizo
saber este estado de cosas y destituye finalmente a López Rega, que lo
envía de embajador itinerante al exterior. Así se cumplía el deseo de
muchos, entre los que me encontraba, que no queríamos que este hombre
siguiera al frente de sus responsabilidades.
La acción del terrorismo sigue por
su cuenta. Aquel calificativo de que eran “jóvenes idealistas” por
pensar distinto hasta el extremo de masacrarlos quedo en evidencia, era
una vulgar patraña. Esta gente estaba entrenada en el exterior,
principalmente en Cuba, Siria, Libia y otros países, y luego dentro del
país con instructores foráneos; además tenían armamentos y equipos de
alto nivel ofensivo, incluso de tecnologías avanzadas. Todo ello
reforzado con fábricas de armas y explosivos que llegaron a operar y
tener dentro del territorio argentino. Tenían capacidad para matar y
hacer daño a la sociedad argentina. Como remate a toda esta estructura,
estaba la crueldad que les distinguía, no eran ángeles sino terroristas.
Incluso la revista Time, en un artículo de la época, establecía que si
comparábamos a terroristas argentinos, alemanes e italianos, en términos
de crueldad, los europeos eran infinitamente más humanos que los de
nuestro país. Huelgan más comentarios. Con esos “jóvenes idealistas” y
sus crueles métodos nos teníamos que enfrentar entonces.
Así llegamos a finales de agosto de
1975, en que soy nombrado Comandante en Jefe del ejército argentino, y
en los primeros días del mes de octubre, a principios, somos invitados
los comandantes de los tres ejércitos a una reunión de gobierno
presidida por Italo Luder, que ejercía como presidente por enfermedad de
María Estela, en las que se nos pide nuestra opinión y qué hacer frente
a la desmesura que había tomado el curso del país frente a estas
acciones terroristas.
Vivíamos unos tiempos turbulentos y
había que dar una respuesta. Muestra de la debilidad del momento era la
enfermedad de la presidenta, que ni siquiera podía ejercer su mandato en
esa difícil situación. Y con el acuerdo de las otras dos fuerzas
militares, la armada y la aérea, yo expuse algunos lineamientos para
hacer frente a la amenaza terrorista que padecíamos. De acuerdo con el
gobierno de entonces se realzaban algunas medidas acordadas entre las
partes para hacer frente al terrorismo y que un periodo de año y medio
estaba amenaza fuera conjurada de una forma eficiente. Italo Luder llegó
a firmar los decretos para que las Fuerzas Armadas del país pudieran
actuar efectivamente en la lucha contra los “subversivos” y el
terrorismo. También se decidió que las fuerzas de seguridad del Estado,
conjuramente con las Fuerzas Armadas, se coordinasen en estas acciones
antiterroristas. Se había logrado un acuerdo entre el poder político y
los militares para luchar conjuntamente contra el terrorismo.
Con acuerdo de las otras dos
fuerzas, yo hube de exponer cuatro cursos de acción, que no viene al
caso detallar ahora, que culminó con la selección de parte del doctor
Luder del cuarto curso de acción, que era el más riesgoso, en cuanto que
confería más libertad de acción, pero que garantizaba en no más de un
año y medio que el terrorismo sería derrotado. Los cursos de acción del 1
al 3 eran más contemplativos, pautados con el fin de evitar errores,
pero – de ser seguidos – irían a dilatar sin término el caos en el que
se vivía.
El acuerdo se firmaba, bajo estos
decretos, para combatir el terrorismo en todas sus formas y hasta el
aniquilamiento definitivo; por otras razones, más tarde, cuando fuimos
juzgados, se le preguntó a Luder por el término aniquilar e hizo un
excelente exposición en términos semánticos sobre la cuestión, que se
resume en reducir a la nada; no tiene otra interpretación. A partir de
ese momento, de hecho y de derecho, el país entra en una guerra, pues no
salimos como Fuerzas Armadas a cazar pajaritos, sino a combatir al
terrorismo y a los subversivos. Estamos preparados, como militares, para
matar o morir, estábamos en una guerra ante un enemigo implacable,
aunque no mediara una agresión formal, estábamos en una lucha. Así, a
principios de octubre de ese año, entramos en una guerra de una forma
clara. Desde el punto de vista del planeamiento no fue sorpresa porque
el ejército ya jugaba con hipótesis de conflicto, una de las cuales era
un desborde sorpresivo terrorista que sobrepasara a las fuerzas de
seguridad y que se tuvieran que emplear a las Fuerzas Armadas para
detener la amenaza. Teníamos esa contingencia prevista y, ante tal
eventualidad, lo único que teníamos que hacer era salir a luchar con los
planes previstos.
LA LUCHA CONTRA EL TERRORISMO
Llegamos así, ya en plena lucha contra
el terrorismo, al mes de marzo de 1976, en donde padecemos una situación
alarmante desde el punto de vista social, político y económico. Yo
diría que en ineficacia la presidenta había llegado al límite. Sumando a
esto la ineficiencia general se había llegado a un claro vacío de
poder, una auténtica parálisis institucional, estábamos en un claro
riesgo de entrar en una anarquía inmediata. El máximo líder del
radicalismo, Ricardo Balbín, que era un hombre de bien, 42 días antes
del pronunciamiento militar del 24 de marzo, se me acercó a mí para
preguntarme si estábamos dispuestos a dar el golpe, ya que consideraba
que la situación no daba para más y el momento era de un deterioro total
en todos los ámbitos de la vida. “¿Van a dar el golpe o no?”, me
preguntaba Balbín, lo cual para un jefe del ejército resultaba toda una
invitación a llevar a cabo la acción que suponía un quiebre en el orden
institucional. Se trataba de una reunión privada y donde se podía dar
tal licencia; una vez utilice este argumento en un juicio y me valió la
dura crítica de algunos por haber incluido a Balbín como golpista. Los
radicales apoyaron el golpe, estaban con nosotros, como casi todo el
país. Luego algunos dirigentes radicales, como Alfonsín, lo han negado.
El hecho efectivo es que el 24 de
marzo se produce el levantamiento militar. Y conforme a los estatutos
fijados para reorganizar el Estado, el nuevo orden conducción jefatura
iba a ser la Junta de Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, de la
cual dependía el presidente con las facultades propias que le otorgaba
la Constitución y con algunas limitaciones, entre otras que el Comando
Supremo de las Fuerzas Armadas que yo retenía otorgaba autonomía a cada
uno de los componentes del ejército en su zona operacional. Los tres
cuerpos de las Fuerzas Armadas se integraban en el cuerpo institucional,
comenzaba una nueva era.
LA SOCIEDAD CIVIL ANTE LA INTERVENCIÓN MILITAR
R.A.: ¿Cómo reaccionó la sociedad civil ante la intervención militar del 24 de marzo de 1976 y después de la misma?
J.R.V.: Padecíamos vacío de poder,
parálisis institucional y riesgo de una anarquía, y frente a este estado
de cosas el clamor ciudadano, con sus dirigentes a la cabeza, pidiendo
la intervención de las Fuerzas Armadas. Había un sentir general, que
representaba Ricardo Balbín y otros dirigentes, en favor del cambio, de
la intervención. La gente nos demandaba que interviniéramos e incluso
Balbín llegó a decir en esos momentos que tenía las manos vacías de
soluciones, que la clase política no podía hacer más.
R.A.:¿Sin esa intervención militar qué habría pasado en el país?
J.R.V.: En general, el consenso era que
había que hacerlo, quizá porque en Argentina de una forma natural
siempre se ha creído que las soluciones políticas cuando los gobiernos
fracasaban se arreglaban con golpes de Estado. Y esta ocasión, además,
se veía la intervención de una forma justificada ante los extremos a los
que habíamos llegado. Hacía falta una medida de fuerza y la gente
compartía esa visión. Si nosotros no lo hacíamos, el vacío de poder iba a
ser aprovechado por la subversión para llegar al poder y ocupar todo el
espacio dejado por otros. Así de sencillo. O tomábamos el poder o la
subversión se hacía por la vía de las armas con las instituciones.
Teníamos planes, métodos para el combate al terrorismo, podíamos
hacerles frente y así lo hicimos. Pero, además, el gobierno que
teníamos, que actuaba de una forma pusilánime y anarquizante, no estaba
en condiciones de hacer frente a la amenaza que vivíamos en esos
momentos, en que cada día el deterioro era mayor.
R.A.:¿Había unidad en las Fuerzas Armadas con respecto a esta acción?
J.R.V.: Había unidad total, sin ningún
género de dudas. Así como la hubo en lo que fue la lucha contra la
subversión, también la hubo en lo que fue la necesidad de llevar a cabo
la intervención militar para poner orden en el país. Después hubo
divisiones, por otras razones, porque la política obra siempre con
matices, hubo algunas diferencias, pero en ese momento hubo total
unanimidad en lo que respecta a llevar a cabo la intervención militar.
R.A.:¿Qué relación mantuvieron con los partidos políticos argentinos de entonces?
J.R.V.: El Proceso de Reorganización
Nacional mantuvo la existencia de todos los partidos –inclusive el
comunista- pero suspendió la política partidaria. Esta situación se daba
por primera vez en la Argentina donde, por norma, los gobiernos de
facto disolvían a los partidos políticos, al momento de hacerse cargo
del poder. Incluso se permitió que los integrantes de los distintos
partidos políticos desempeñaran cargos de embajadores, gobernadores,
intendentes, integrantes del poder judicial, etc. El partido peronista
no gozó de esa ventaja, dado el desprestigio que habían acumulado sus
dirigentes en el ejercicio del gobierno que resultó depuesto (el de
María Estela Martínez de Perón). No obstante, muchos de sus integrantes
colaboraron lealmente con nuestro gobierno, en relación con la guerra
interna librada contra el terrorismo.
EL PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL
R.A.:¿Cómo podría definir lo que se denominó entonces como el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1982)?
J.R.V.: El 24 de marzo se produce el
pronunciamiento militar, que no fue una sorpresa para la mayoría de los
argentinos porque era evidente que tarde o temprano se iba a producir y
ocurrir. Estaba previsto en el guión y todos los sectores políticos y
sociales habían sido consultados para confluir en ese resultado
esperado. Nosotros éramos conscientes de la situación que se vivía, no
podíamos dejar que el país siguiera inmerso en esa crisis y teníamos que
actuar. Nuestra intención era ayudar a enderezar el rumbo y teníamos
previsto que es lo que había que hacer con urgencia. Salimos a hacer lo
que creíamos que había que hacer y estaba en nuestros planes.
El Proceso de Reorganización
Nacional preveía que Junta era el máximo órgano del Estado y que debajo
de esta entidad política estaba un presidente con las mismas funciones
que le daba la Constitución, salvo algunas como los poderes que le daba a
cada comandante de la Junta en el manejo de sus fuerzas. Luego, por
acuerdo dentro de la Junta, se me nombró presidente de la misma
reteniendo la jefatura del ejército. Vivíamos en una situación de
excepción que implicaba medidas excepcionales, valga la redundancia.
Después, cuando llegamos al año 1978, en que la situación ha mejorado
notablemente en términos de seguridad pública, yo abandonó ese esquema y
dejó uno de los dos cargos; pasó a retiro de jefe del ejército y asumo
la presidencia con las limitaciones que le he explicado antes.
LA COMUNIDAD INTERNACIONAL Y LAS RELACIONES CON LOS ESTADOS UNIDOS
R.A.:¿Cuál fue la reacción de la comunidad internacional en esos momentos?
J.R.V.: Favorable, totalmente favorable.
Así como después la comunidad internacional mostró desconocer la
realidad argentina y hacer una asociación errónea de los hechos,
especialmente lo que fue la comunidad de países europeos, que veía en la
dictadura argentina, o en su forma de autoritarismo, una suerte de
conexión con que fue el fascismo y el nazismo. Nos querían medir con esa
vara y nosotros no teníamos nada que ver con todo eso, por supuesto.
Nos costó mucho tener que mejorar esa imagen errónea que tenían de
nosotros y dedicar mucho trabajo a ese esfuerzo.
R.A: ¿Cómo fueron las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos?
J.R.V.: No fueron “relaciones carnales”
como las calificó un ex canciller. Fueron relaciones maduras como
corresponde a países soberanos. Ello no quita que hubiera problemas e
incomprensiones, dentro de las cuales puedo citar como dato puntual el
embargo cerealero decretado por los Estados Unidos contra la URSS, con
motivo de la invasión soviética a Afganistán, al cual la Argentina se
negó a adherir por resultar no consultada; por afectar a nuestro país de
forma unilateral (por razones climáticas, todos los países cerealeros
del hemisferio norte habían vendido sus cereales o estaban impedidos de
hacerlo por tener sus puertos congelados). Por su parte, los Estados
Unidos se abstenían de vender grano a la URSS, pero seguía vendiéndoles
bienes de otra índole, cosa que no podía hacer la Argentina. Nuestro
país, desconociendo la imposición que se intentaba ejercer sobre
nosotros, se limitó a cumplir con sus compromisos previos adquiridos con
la URSS, sin vender ni un grano más ni uno menos de lo pactado.
El otro problema, con mayor
persistencia en el tiempo, fue el de los derechos humanos, cuya bandera
hacia como propia el presidente Jimmy Carter, asunto que tratamos en una
reunión mantenida entre ambos con oportunidad de la firma de los
acuerdos por el Canal de Panamá a fines del año 1977. En dicha ocasión
tuve la oportunidad de reunirme con el presidente Carter. Allí se
trataron, entre otros asuntos, el tema de los derechos humanos, y se
hizo con toda la crudeza por ambas partes, sentando las bases de
comprensión necesarias para que los Estados Unidos disminuyeran sus
presiones sobre nuestro país.Vale la pena recordar que para fines de
1977 la guerra interna librada contra el terrorismo iba llegando a su
fin y sus consecuencias fueron dejando de ser materia de críticas.
R.A.:¿Qué logró, en definitiva, el Proceso de Reorganización Nacional?
J.R.V.:Estábamos en el año 1978 y el
Proceso había cumplido plenamente con sus objetivos, entre los que
destacaba el fundamental, que era poner orden frente a la anarquía y el
caos que amenazaba y enfrentaba el país el 24 de marzo de 1976. Y porque
digo que había cumplido con sus objetivos, simplemente porque no había
ni asomo ya de la amenaza terrorista y mucho menos de la delincuencia
común. Eramos uno de los países más seguros del mundo, caminábamos en la
mejor de las direcciones.
En lo económico, también se había
mejorado, aunque teníamos riesgos inflacionarios que no voy a ocultar ni
minimizar. Pero sí se había logrado la confianza del exterior, sobre
todo a través de créditos para la Argentina para remozar el aparato
productivo del país que estaba seriamente desatendido. Había, además,
una gran paz social y se aceptó, mediante un acuerdo con los gremios,
que los salarios estuvieran sujetos a la productividad y no a otros
elementos; el que más trabaja más ganaba, simplemente. Teníamos un
desempleo peligroso, podemos decir, pero no alto, del 2,5%. Digo
peligroso porque no permitía flexibilidad en el mercado de trabajo. Y la
clase política no daba muestras ni ansiedad de que el periodo se
agotase y se iniciase una nueva etapa política; nos seguían con atención
y desconocían cómo había sido la guerra, que parecía haber ocurrido en
una nebulosa. Los políticos no querían meterse mucho en estos asuntos y
los dejaban para aquellos que manejaban la seguridad del país,
responsabilidad que recaía en nosotros en aquellos momentos.
EL MUNDIAL DE FÚTBOL DE 1978
R.A.: Así llegamos al Mundial de Fútbol de 1978, ¿cómo lo vivió?
J.R.V.:Tuvimos la suerte de organizar
este evento en un momento en que la amenaza terrorista había sido
doblegada. Además, para congratularnos más, Argentina ganó ese
campeonato mundial y al margen de que habíamos ganado, el país mostró su
capacidad de organización en un corto tiempo. Mostramos al mundo que
podíamos y sabíamos organizar una actividad internacional de estas
características; fue un gran avance y en apenas unos meses, pues antes
no se habían comenzado los trabajos, desarrollamos todas las capacidades
para este Mundial. Los anteriores gobiernos que nos antecedieron no
habían hecho nada y recayó en nosotros la responsabilidad de poner en
marcha aquellos trabajos que se desarrollaron satisfactoriamente. Es
decir, se sabía del mundial desde hacia cuatro años y en los dos años en
que estuvieron los peronistas no se hizo nada para el desarrollo de la
actividad; el trabajo lo hicimos nosotros en solo dos años en los que
trabajamos mucho en infraestructuras e instalaciones. Incluso
desarrollamos la televisión en color, que hasta en ese momento no la
teníamos en Argentina. Pudimos exhibir al exterior nuestra capacidad de
organización y trabajo junto con un país en paz frente a las
maledicencias de algunos sectores interesados. Le Monde llegó a
reproducir un reportaje de un periodista que se imaginaba que unos
disparos que sonaban en los alrededores del estadio, procedentes del
Tiro Federal Argentino cercano, eran las balas dirigidas a un pelotón de
personas fusiladas. El estadio estaba a dos cuadras del polígono de
tiro y el periodista, obviamente, quería denigrarnos al precio que
fuera. Se nos atacaba injustamente, estábamos en una guerra por explicar
qué es lo que pasaba en el país frente datos y noticias calumniosas,
claramente. Eran informaciones aberrantes, tendenciosas, tendentes a
denigrar a Argentina como fuera.
R.A.:¿La Iglesia católica qué actitud tomó en aquellos momentos?
J.R.V.:La Iglesia cumplió con su deber,
fue prudente, de tal suerte que dijo lo que le correspondía decir sin
que nos creara a nosotros problemas inesperados. En más de una
oportunidad se hicieron públicos documentos episcopales en donde, a
juicio de la Iglesia, se condenaban algunos excesos que se podían estar
cometiendo en la guerra contra la subversión, advirtiendo de que se
corrigieran y se pusiera fin a esos supuestos hechos. Se puso en
evidencia de que se debía concluir con esos excesos y punto, pero sin
romper relaciones y sin exhibir un carácter violento, sino todo lo
contrario. No rompió relaciones, sino que nos emplazó a concluir con
esos hechos. Expresó lo que consideraba que no se estaba haciendo bien,
porque podía corresponder a su terreno, pero no fue a más. Mi relación
con la Iglesia fue excelente, mantuvimos una relación muy cordial,
sincera y abierta. No olvide que incluso teníamos a los capellanes
castrenses asistiéndonos y nunca se rompió esta relación de colaboración
y amistad. El presidente de la Conferencia Episcopal, Cardenal
Primatesta, a quien yo había conocido tiempo atrás en Córdoba, tenía
fama de progresista, o sea proclive a la izquierda de entonces, pero
cuando ocupó su cargo y yo era presidente del país teníamos una relación
impecable. Y debe reconocer que llegamos a ser amigos y en el problema
del conflicto, de la guerra, también tuvimos grandes coincidencias. La
Iglesia argentina en general, y por suerte, no se dejó llevar por esa
tendencia izquierdista y tercermundista, politizada claramente a favor
de un bando, de otras iglesias del continente, que sí cayeron en ese
juego. No faltó que algún miembro de esa Iglesia argentina entrara en
ese juego pero eran una minoría no representativa con respecto al resto.
R.A.:¿Y con los empresarios cómo fue esa relación?
J.R.V.: Los empresarios también
colaboraron y cooperaron con nosotros. Incluso nuestro ministro de
Economía de entonces, Alfredo Martínez de la Hoz, era un hombre conocido
de la comunidad de empresarios de Argentina y había un buen
entendimiento y contacto. Hubo algún roce, claro, como suele suceder,
porque cada uno defiende sus intereses siempre. Pero, en general, fue
una buena relación.
R.A.:Entonces, y volviendo a sus
objetivos iniciales, ¿el Proceso había cumplido sus objetivos y por qué
no abandonaron el poder?
J.R.V.:El Proceso había cumplido sus
objetivos a mediados del año 1978, este es un punto crucial que quiero
destacar. La pregunta era:¿Si el Proceso había cumplido sus objetivos
porque no darlo por terminado? No había otra razón de ser, las cosas ya
se habían hecho. O había que darle otro sentido. Y si así era, el
Proceso iba a languidecer porque no tenía otra razón de ser en aquellos
momentos. Nunca se planteó oficialmente esta cuestión que era crucial y
fundamental. Había un sector perfeccionista de las Fuerzas Armadas que
decía que ahora las cosas están bien y vamos a embarcarnos en otros
problemas, a seguir trabajando hasta que las cosas sean perfectas, pero
no era así, creo yo, porque los hombres no llegan nunca a la perfección
absoluta. Los hombres no son perfectos, solo Dios lo es. Era tan sólo
una forma de justificar el quedarse en el poder por quedarse. Y había un
sector que decía que a este Proceso que habíamos comenzado había que
darle otra razón de ser.
R.A.:¿Hablamos, entonces, de que las Fuerzas Armadas estaban divididas en ese momento?
J.R.V.: Este asunto sobre la naturaleza
del Proceso no fue tratado oficialmente, pero el debate estaba ahí,
subyacía esa división acerca de que dirección se quería tomar y había
sus matices sobre cómo afrontar el futuro. Había que dar otra
naturaleza, otro contenido al Proceso, pero también estaba la
posibilidad de abandonarlo de una forma definitiva. Luego estaba el
conflicto con Chile por las islas del Canal de Beagle y tenga en cuenta
que estuvimos a punto, en diciembre de 1978, de llegar a una guerra.
También quedaba el camino de una salida política ordenada de un Proceso
que se había mostrado exitoso en el desempeño de sus funciones; en ese
momento se podía negociar desde una posición óptima. Yo mantenía que el
Proceso, en esos momentos, tenía que ser capaz de dejar su descendencia,
es decir, hacer política de una forma que las Fuerzas Armadas
transcendieran más allá del periodo histórico que ya habíamos superado.
¿Cómo? Dejando la herencia de un
Proceso exitoso a los políticos que eran nuestros aliados y amigos, ese
era el camino de entonces que yo defendí. Pero hay hubo otros problemas,
ya que la política se hace con ideas y con hombres; las ideas eran las
del Proceso, que llevamos adelante, y luego estaban los hombres, que
tienen nombre y apellidos. Si en aquellos momentos se hubieran
antepuesto los nombres y apellidos de algunos que estaban participando
en el proceso, se hubiera roto la cohesión de las Fuerzas Armadas y este
era un valor que no podíamos poner en juego y arriesgar. No podíamos
darnos el lujo de romper la cohesión de las Fuerzas Armadas, estaban
todavía en juego muchas cosas. Lamentablemente, en ese dejar pasar el
tiempo el Proceso en sí languideció y llegó muy desgastado, sin presión
externa, hasta fines del año 1979, en que la Junta hizo públicas las
Bases políticas del Proceso y las sometía a la opinión de toda la
comunidad argentina a cuyo frente se situaría el ministro del Interior
de entonces para escuchar a todas las voces cualificadas de la sociedad
argentina para consultarlos sobre esas bases o modificarlas. O, en su
defecto, después de escuchar a todas las partes, enriquecerlas con
nuevos aportes. Se trataba de establecer un diálogo productivo entre las
autoridades y la sociedad argentina sobre estas Bases Políticas, pero
había dos preguntas ineludibles: 1) ¿Si era conveniente la revisión del
acuerdo en la guerra que habíamos librado contra la subversión?; y 2)
¿si estuvo justificado el levantamiento militar del 24 de marzo de 1976?
La respuesta a la primera llegó al 70% y A la segunda, al 80% del
acuerdo nacional, respectivamente.
R.A.:¿Cuál fue su papel en el gobierno militar de entonces y cómo evalúa su gestión al frente de sus responsabilidades?
J.R.V.:El éxito de mi gestión se debe a
que la misma se ajustó a las normas reglamentarias en vigor. En efecto,
el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional preveía la
existencia de un órgano supremo del Estado: la Junta Militar, integrada
por los comandantes de las tres fuerzas armadas que constituían el
ejército argentino. Por debajo de ese órgano supremo, estaba dispuesta
la figura del Presidente de la Nación (oficial superior del ejército en
situación de retiro), con las atribuciones y competencias propias que la
Constitución de la Nación determinaba para dicho cargo, pero con
algunas limitaciones; por ejemplo, el comandante supremo de las Fuerzas
Armadas que la Carta Magna otorgaba al Presidente del país, la Junta
Militar se la reservaba para ello. Dada la situación de guerra interna
que vivía el país, la Junta resolvió, por unanimidad, y con carácter de
excepción, que el cargo de la presidencia fuera desempeñado por mí, con
retención de mi cargo de Comandante General del Ejército. A mediados de
1978, con la subversión dominada, aquella excepcionalidad había quedado
superada y la Junta resolvió, por unanimidad, nombrarme Presidente de la
Nación, coincidentemente con mi pase a situación de retiro, lo que se
denominó como el “cuarto hombre”. Asimismo, se fijó como término de mi
mandato el 29 de marzo de 1981, cumplido el cual entregué el cargo a mi
sucesor designado, el general Roberto Viola, que había pasado
recientemente a situación de retiro. Recuerdo que yo asumí como
Presidente, con retención del cargo de Comandante, el 29 de marzo de
1976.
R.A.:¿Quiénes fueron los más críticos con su gobierno en la escena internacional?
J.R.V.: Las socialdemocracias europeas,
por razones ideológicas, alentadas a su vez por los “exiliados
argentinos” radicados en Europa y los Estados Unidos cuyo presidente
enarbolaba la bandera de los “derechos humanos” para su campaña
presidencial apuntando fundamentalmente a la URSS y a sus satélites,
pero no se podía soslayar y separar de la realidad que en tal sentido se
vivía en el subcontinente americano con motivo de la guerra contra el
terrorismo que afectaba a toda la región.
LAS VÍCTIMAS DEL CONFLICTO: DISPARIDAD DE CIFRAS
R.A.:Hay una gran disparidad en las
víctimas que se ofrecen desde la izquierda, desde las Madres de Mayo, y
desde otros colectivos, ¿cuántas víctimas o desaparecidos hubo en
Argentina entre 1976 y 1982?
J.R.V.: Hay una gran disparidad en las
cifras que se ofrecen, como usted dice, lo cual le resta credibilidad a
lo que se presenta o se intenta hacernos creer. No se puede pasar de un
extremo a otro, es decir, de 32.000 que presentan algunos a a 7.000
cifrado por otras comisiones. Creo que este asunto tiene mucho que ver
con las compensaciones o el resarcimiento económico que se le dio a las
víctimas, o a los supuestos desaparecidos, y en este caso sólo se
presentaron 7.000 personas para reclamar lo que les correspondía. Y esa
indemnización era de 240.00 dólares por cada caso probado, una cifra
nada despreciable, desde luego. Esa es la cifra real porque estamos
hablando de la época del presidente Menem y la gente no tenía miedo ya
de presentarse abiertamente para hacer sus reclamos. Los militares
habíamos desaparecido ya de la escena política. Esa es la realidad,
7.000, frente a los 30.000 que reclaman las Madres de Mayo. ¿Cómo es
posible que 23.000 personas renunciaran a esa ayuda?
Este dato demuestra que asistimos a
una clara manipulación en el asunto de los desaparecidos, se trataba de
alterar las cifras con un sentido político o con el interés de conseguir
fraudulentamente una indemnización del Estado argentino. Fue un error
de nuestra parte aceptar y mantener en el tiempo el término de
desaparecido digamos como algo así nebuloso; en toda guerra hay muertos,
heridos, lisiados y desaparecidos, es decir, gente que no se sabe donde
está. Esto es así en toda guerra. En cualquier circunstancia del
combate, abierto o cerrado, se producen víctimas. A nosotros nos resultó
cómodo entonces aceptar el término de desaparecido, encubridor de otras
realidades, pero fue un error que todavía estamos pagando y padeciendo
muchos. Es un problema que nos pesa y no podemos quitárnoslo de encima.
Ahora ya es tarde para cambiar esa realidad. El tema es que el
desaparecido no sabe donde está, no tenemos respuesta a esta cuestión.
Sin embargo, ya sabemos quienes murieron y en qué circunstancias.
También más o menos cuántos murieron, luego cada cual que invente sus
cifras.
R.A.:¿Por qué ustedes no le dieron
un reconocimiento a las víctimas del terrorismo en Argentina, cuando es
un asunto importante y todavía no resuelto en su país?
J.R.V.: Tiene usted razón, tenía que
haberse abordado este asunto. El término víctima del terrorismo no fue
tenido en cuenta, se veían muertos y víctimas por atentados, pero los
consideramos víctimas como tales de estas acciones subversivas. Hubo
también secuestros y asesinados, pero nunca se les vio como víctimas del
terrorismo. En este momento, y visto con esta perspectiva, es algo que
no se hizo. Se reivindicó a los combatientes, también se trabajó en la
reivindicación de los presos políticos, que somos nosotros, y ahora se
trabaja en esta última reivindicación, en la de las víctimas del
terrorismo. Al margen de los combatientes y muertos, y de los presos
políticos que estamos pagando un servicio a la patria, faltaban las
víctimas del terrorismo y hay ya gente que está trabajando en este
asunto, en la búsqueda de esa reivindicación, aunque si bien es cierto
que todavía no se ha tenido éxito en lograr ese justo y merecido
reconocimiento a ese colectivo por el que usted pregunta. Es un trabajo
en él que se lleva trabajando desde hace años, pero este gobierno se
niega a reconocer sistemáticamente que existieran víctimas del otro
lado, ya que sí lo hiciera tendría que juzgar a los terroristas que
produjeron aquellos hechos y actos que provocaron la existencia de
víctimas. Fíjese que hasta en el gobierno de Menem había paridad y
cierto respeto a las fuerzas de las dos partes que lucharon o se
enfrentaron en aquellos años, incluso emite varios decretos que tienen
una dirección simétrica hacia las dos partes. Reconoce con exactos
argumentos a las dos partes.
Pero el gobierno actual se ha
caracterizado por la asimetría y nos ha considerado solo a nosotros como
la parte beligerante, como el Demonio que tiene que ser condenado y
encarcelado. El otro Demonio, los terroristas o los guerrilleros, no
existen, eran simplemente “jóvenes idealistas”. Y los esfuerzos que se
han hecho en presentar casos de víctimas con nombres y apellidos siguen
abiertos esperando el sueño de los justos; la justicia, en un caso,
llegó hasta la segunda instancia, pero ahí se extinguió la acción y la
lucha sigue. El gobierno sólo reconoce a las víctimas de una de las
partes, pero les niega todos los derechos a la otra.
R.A.:¿Cómo recibieron, en 1980, la
noticia de que Pérez Esquivel había sido galardonado con el Nobel de la
Paz, fue una sorpresa para ustedes?
J.R.V.: Diría que fue una inesperada
sorpresa e ilustro esta afirmación con una anécdota. Presidía yo ese día
la reunión de gabinete de los viernes, con asistencia de todos los
ministros, el Secretario General de la Presidencia, el Secretario de
Inteligencia de Estado y el jefe de la Casa Militar. En su momento,
interrumpió un edecán y se acercó a mí para decirme al oído que acababa
de escuchar por radio de la designación del señor Adolfo Pérez Esquivel
como destinatario del Premio Nobel de la Paz. Interrumpí la reunión,
di la noticia a los asistentes y quedé a la expectativa. Todos se
miraban entre sì sin aventurar comentarios. Preguntados: ¿Quiénes
conocen a este señor? La respuesta fue unánimemente negativa. Ordené
entonces al ministro del Interior que abandonara la reunión y buscara
información. Momentos después el ministro se hizo presente e informó que
el señor Perez Esquivel era un arquitecto que no ejercía su profesión,
que era un activista de los derechos humanos pero sin un papel
protagonista ni de liderazgo, y ese perfil bajo se mantuvo durante todo
mi periodo de gobierno al frente del país. Nadie le conocía, era un
perfecto desconocido.
R.A.:Hay un tema importante:¿Es
cierto que se intentó recrear la Cámara Federal en lo penal y que no se
encontraron jueces voluntarios?
J.R.V.: Fue real, fue tal como dice. La
comunidad judicial de entonces estaba amedrentada. A partir de la
amnistía de Cámpora, que terminó con todos los condenados por actos
violentos en la calle, los jueces, por el contrario, fueron asesinados,
cesanteados y tiroteados. Esa era la realidad de entonces, de antes de
que llegáramos al gobierno. Este asunto no se llegó a tratar
oficialmente, pero quiero señalarle que tampoco se encontraban los
jueces que quisieran trabajar en el desarrollo del proyecto. No se pudo
hacer, simplemente. Aunque quiero decirle algo, los decretos de Luder
nos dieron todo el poder y competencias para desarrollar nuestro trabajo
e incluso excedían lo que habíamos pedido; Luder, prácticamente, nos
había dado una licencia para matar, y se lo digo claramente. La realidad
es que los decretos de octubre de 1975 nos dan esa licencia para matar
que ya he dicho y casi no hubiera sido necesario dar el golpe de Estado.
El golpe de Estado viene dado por otras razones que ya explique antes,
como el desgobierno y la anarquía a que habíamos llegado. Podía
desaparecer la nación argentina, estábamos en un peligro real. No es que
los militares nos levantáramos un día de la cama y nos hubiéramos
dicho: ¡vamos a ir de cacería o a matar “jóvenes idealistas”! Nada de
eso, había otras razones de otra índole. Pero realmente Luder nos había
dado para la guerra todas las formas y medios que necesitábamos, en
nosotros estaba el ser prudentes o no, queriendo reconocer que en
algunos casos hubo excesos.
R.A.:¿Por qué la Junta no dio
instrucciones más precisas, incluso por escrito, de lo que estaba
haciendo y de las órdenes que impartía?
J.R.V.: Creo que órdenes existieron y
fueron precisas, no puedo entrar en detalle ahora en todas ellas. Las
órdenes estaban y los que las impartieron, que fueron asumidas por cada
uno de los miembros de la cadena de la mando que las dieron. Creo,
sinceramente, que fue así.
EL PRIMER JUICIO A LAS JUNTAS
R.A.:¿Usted cree que fue necesario que el presidente Raúl Alfonsín juzgara a las Juntas Militares en su momento?
J.R.V.: Alfonsín era un político
claramente comprometido, no olvidemos que había sido abogado del grupo
terrorista Ejército Revolucionario del Pueblo, el ERP. Luego estaba
comprometido con la socialdemocracia europea, que fue la que le ayudó
para llegar a la presidencia, tenía que tomar una medida punitiva para
juzgar unos supuestos excesos que se habían cometido ante la sociedad y
ante algunas críticas que se habían producido; entonces, para calmar
esas críticas, toma esa medida. Pero creo que lo hizo con un poco de
decoro y puntualizó que solo debían ser sancionados, detenidos, juzgados
y condenados aquellos que hubieran cometido hechos aberrantes. No
debían ser sancionados aquellos que se limitaron a cumplir las órdenes,
en principio de lo que se llama la obediencia debida, dando lugar, más
tarde, a la Ley de Obediencia Debida, que legislaba dicho concepto.
Quien cumplía una orden sin rechistar ni preguntar no podía ser
sancionado y la responsabilidad final debía de caer sobre el superior
que daba la orden.
En definitiva, el planteamiento de
Alfonsín era prudente y también consideraba la posibilidad de que fueran
juzgados quienes se excedían en el cumplimiento de una orden e iban más
allá. Acepto que este enfoque puede ser correcto. Alfonsín, además,
cuando estalla el movimiento de los “carapintadas” (una asonada militar
que tiene lugar en el año 1987), se da cuenta que las cosas pueden
desbordarse y que los juicios no cesan nunca. Así establece la Ley de
Punto Final, por la cual los jueces tienen un plazo de treinta días para
procesar aquellos militares que consideren que tienen delitos
pendientes. Entonces, hubo una carrera de muchos jueces por procesar en
ese plazo a quienes consideraban culpables de algunos delitos y aquello
se convirtió, todo hay que decirlo, en una caza de brujas, generando una
gran inquietud en la sociedad y ello provoca que Alfonsín promulgue la
Ley de Obediencia Debida. Se trataba de que las responsabilidades no se
extendieran a todo el ejército y que sólo hubiera procesos para aquellos
que tuvieron alguna importancia o jerarquía en la cadena de mando. Pese
a todo, el juicio a las Juntas creo que fue un error y concluyo ya:
nunca debió realizarse. Menem luego desenredó ese error, en cierta
medida, y nuestro momento peor, hablo para los militares, es con la
llegada de los Kirchner al gobierno. Ha habido una asimetría total en el
tratamiento a las dos partes enfrentadas en el conflicto. Fuimos
señalados como los responsables, ni más ni menos, de unos
acontecimientos que no desencadenamos.
R.A.: ¿Cómo juzga al almirante Massera, tuvo diferencias con él?
J.R.V.:Hubo diferencias, claro, él era
esencialmente un hombre político, algo que yo no era. Era un hombre muy
político, quizá se equivocó eligiendo la profesión de militar y se
dedicó a la profesión equivocada.
R.A.:¿Cómo observaba las pretensiones políticas de Massera?
J.R.V.: No sé si siempre tuvo
pretensiones políticas, pero sí puso de manifiesto su vocación política
mientras formó parte de la Junta Militar. Ambición legítima desde todo
punto de vista pero, a mi juicio, inoportuna, formando parte de un
gobierno tripartito. La política es rica en matices que pueden llegar a
convertirse en diferencias; y esa posibilidad constituìa un grave riesgo
en medio de una guerra interna cuyo éxito radicaba en la cohesiòn de
las tres fuerzas armadas que constituìan nuestro ejército. Hasta donde
llegaban esas ambiciones, no puedo precisarlo; pero lo cierto es que
luego de pasar a retiro fundó un partido cuya finalidad no podía ser
otra que llegar al poder.
R.A.: ¿Por qué le juzgan en este momento?
J.R.V.:Como le había dicho al principio,
Alfonsín se ciño al derecho con sus más y sus menos; la justicia
funcionaba, a pesar de que se cometieron numerosos errores jurídicos
durante nuestro proceso, como por ejemplo el principio de la no
retroactividad, el principio del juez natural que fue vulnerado y otros
errores de orden penal, por citar tan solo algunas deficiencias. Todo
ello para llevarnos ante ese “teatro” que tuvo difusión mundial, pero
así todo Alfonsín cumplió a su manera. Menem llegó después a la
presidencia y también, a su forma, cumplió a través de los indultos y
los perdones. Así llegamos al matrimonio Kirchner, que vuelve a
retrotraer todo este asunto a la década de los setenta, y vienen a
cobrarse lo que no pudieron cobrarse en esa década y lo hacen con un
espíritu de absoluta revancha, con el complejo, y esta es una opinión
personal, y con el agravante de quien pudiendo hacerlo no lo hizo en su
momento. Estos señores eran burócratas que repartían panfletos y no
mataron ni una mosca entonces. Y eso les da vergüenza, claro, y
quisieron exagerar la nota de la persecución para sacar patente de
corso, de malos de una película en la que no estaban. No, no, es la
vendetta para una satisfacción personal sin razones, totalmente
asimétrica, fuera de medida. Aquí no hay justicia, sino venganza, que es
otra cosa bien distinta.
R.A.:¿¿No es sorprendente también
que se hayan juzgados a oficiales y suboficiales que aquellos días
tenían apenas una veintena de años o algo más?
J.R.V.: Mire, yo digo que si el juzgado
en este caso, independientemente de su edad, lo es en función de haberse
excedido en el cumplimiento de una orden está bien juzgado. Los demás,
le aseguro, son todos juicios políticos, como parte de esa venganza, de
esa revancha, como parte de ese castigo colectivo con que se quiere
castigar a todas las Fuerzas Armadas. Este plan sigue una política
gramsciana que esta gente cumple de punta a punta, disuadiendo a unas
instituciones que han tomado como rehenes, creando desaparecidos que
nunca existieron y vaciando de contenidos a la Justicia. Hoy la
República está desaparecida, no tiene Justicia porque la que tiene es un
esqueleto sin relleno jurídico; el mismo parlamento no tiene
contenidos, está compuesto por ganapanes que temen que les vayan a
quitar el puesto y se venden al mejor postor. No hay nadie en la escena
política con lucidez capaz de hacerles frente. El país tampoco tiene
empresarios porque están vendidos al poder. Hoy las instituciones están
muertas, paralizadas, mucho peor que en la época de María Estela
Martínez de Perón. Lo que me permite decir que no tenemos República
porque no tenemos a las grandes instituciones del Estado funcionando. La
Justicia, el Congreso y las demás instituciones, por no hablar de otros
aspectos, no existen; las realidades no son así.
LA AUSENCIA DE UN JUICIO A LOS MONTONEROS
R.A.:¿Cómo es que los antiguos
terroristas, los Montoneros, no hayan sido juzgados y condenados por los
muchos crímenes cometidos?
J.R.V.: Alfonsín y Menem hicieron un
acuerdo que era mitad y mitad, en el tema de los indultos me refiero.
Los Kirchner son los que dijeron que no habría simetría en el asunto de
la guerra que vivimos y nos señalaron a los militares como los malos,
los responsables de crímenes de lesa humanidad, y a los terroristas como
los buenos, como las víctimas de aquellos años terribles. A partir de
ese planteamiento, los montoneros quedaron exentos de juicio y nosotros
nos vemos privados de libertad, en la cárcel. Pero es un capricho del
poder, no hay más que decir.
R.A.:¿Cómo ve a la Argentina de hoy, tiene esperanzas de que haya algún cambio?
J.R.V.: La suerte nuestra, la de los
militares detenidos, está en que el país se encamine por otra dirección.
Si el país cambia hacia otro rumbo, seguramente, no estaríamos presos.
Yo digo que estamos en una situación hoy muy negativa, totalmente
negativa, hemos perdido una gran oportunidad en las últimas elecciones
de sentar puntos de apoyo a una oposición sólida y que actuara
responsablemente para cambiar este estado de cosas al que me refería
antes. Hablo de un cambio, claro, por la vía democrática, ya no es el
tiempo de los golpes de Estado, aunque tampoco habría Fuerzas Armadas
para darlo ni vocación para hacerlo. Esta situación de inmediato no va a
cambiar, lamentablemente, porque no veo el actor, el líder, y no creo
en los iluminados. La política se hace con hombres e ideas y ahora nos
los hay, ahora Argentina no los tiene. No hay tampoco movimientos de
opinión sistemáticos contra este gobierno, todos viven bajo el temor del
que dirán, de que les dejen hacer, en definitiva. Todo es miedo y
temor, y vivimos permanentemente bajo ese miedo. Y cuando una sociedad
vive bajo el miedo no puede esperar que esté en un actitud de coraje
para enfrentar un gobierno que de por sí no tiene reparos y no se
detiene ante nada. Un gobierno arbitrario, con espíritu totalitario, y
que no se detiene ante nada y ante nadie, que ha perdido la vergüenza y
etcétera, etcétera, etcétera. Este es el panorama de la Argentina de hoy
y de seguir, que todo parece que seguirá igual, permanecerá en el
futuro inmediato. No hay solución en el corto plazo.
Luego está la pretensión permanente
de seguir escarbando en el pasado, colocándonos a los militares en la
vereda de enfrente como unos indeseables. Hay que comenzar a pensar en
el futuro, pero sin concordia no hay futuro, en consecuencia, creo, que
tiene que haber un diálogo amplio y superador de todos los sectores de
la opinión pública para lograr abandonar esos puntos de fricción que
están impidiendo en este momento esa concordia. Por ejemplo, hay que
encontrar una solución para resolver el famoso problema de los
desaparecidos y ofrecérsela a la sociedad argentina. Son una realidad,
son un invento, son una especulación política o económica, ¿qué son
realmente los desaparecidos? Así sucede con otras cosas más que no han
sido cerradas y siguen presentes en nuestra vida. Repito: ese diálogo
tiene que blanquear esa situación conflictiva que vivimos hoy, superar a
través de la concordia nuestras diferencias y tirar hacia adelante con
un proyecto de nación basado en un proyecto de vida en común, algo que
le falta a la Argentina de hoy. Lo que decía Ortega y Gasset: un
proyecto de nación y de vida en común. ¿Qué político ha dicho lo que
quiere para la Argentina de hoy? Nadie, estamos en el puesto que ganamos
sin ansias de cambiar nada. Tenemos que despertar, apagar las pasiones,
y mirar hacia el futuro con otras miras, pensando en los próximos diez
años cuando menos. Y en ese encuentro que debe de buscar un punto en
común para el diálogo hay que dejar de lado todas tensiones y rigideces
que nos han paralizado, a punto está de que en Argentina estamos sin
oposición y un país no puede vivir sin oposición. Los que ejercen el
gobierno lo hacen con pretensiones de crear un caudillato sin que nadie
los critique y todo el mundo asienta.¿Se saldrán con la suya?
LOS ERRORES EN EL PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL Y EL CONFLICTO DE LAS ISLAS MALVINAS
R.A.:Para ir concluyendo, ¿cree que se
cometieron errores durante el periodo del Proceso de Reorganización
Nacional y cuáles fueron?
J.R.V.: El Proceso no fue capaz de abrir
una etapa de apertura política tras haber cumplido sus principales
objetivos. Es decir, perdimos, creo, la gran oportunidad. En lo que
respecta al final del Proceso, cuando perdimos la guerra de las
Malvinas, prefiero no referirme porque yo no participe directamente en
aquellos hechos, no tuve en absoluto ninguna relación con aquellos
acontecimientos, me entere en la noche previa de que se iba a producir
el desembarco en las islas. Pero no tuve ningún papel. Lo que si deje
claro en ese momento es que sí se cometieron errores en las Malvinas, no
sólo de índole militar o estratégica, sino que peor fue lo que se hizo
después no asumiendo una derrota, yo diría que una derrota honrosa, en
las que las Fuerzas Armadas argentinas fueron derrotadas por la tercera
potencia del mundo aliada a la primera y no fueron aniquiladas, ni
llevadas, sino que tuvieron el coraje y la capacidad de resistencia
frente al enemigo. No les resultó tan fácil derrotarnos y lo reconocen
ellos mismos. No podemos ponernos a llorar como mujeres lo que no
supimos defender como hombres, esa derrota tenía que haber sido
reivindicada porque había más de una razón para hacerlo. El frío, el
hambre, el miedo y todas esas calamidades que pasaron esos soldados,
junto a otras cosas, si son traídos a Argentina y desfilan por las
calles como héroes otra situación habríamos vivido bien distinta. El
Proceso acabó ahí, pero ya venía cabeceando y agotándose hace tiempo.
Luego nuestras Fuerzas Armadas adoptaron una posición claudicante por
haber perdido la guerra de las Malvinas y eso nos llevó a la debacle, se
gestionó mal la derrota y todavía sufrimos las consecuencias de todo
aquello. Había que haber perdido con honra, haber dado tratamiento de
honor a nuestros soldados que lucharon y murieron por la patria.
R.A.: ¿Qué mensaje le enviaría a la sociedad argentina de hoy?
J.R.V.: Algo tengo escrito que dejaré
para la posteridad de todos estos años. Tengo dos libros, que no son
realmente memorias, sino un testimonio para la historia que estoy
actualizando. He escrito sobre estos años y sobre la gestión del
gobierno, cómo se hizo y para qué. He querido contribuir con el que
quiera escribir la historia de lo que realmente ocurrió en esos años,
simplemente una colaboración de cara al futuro, para la crónica de que
ha ocurrido en este país en los últimos años. No tengo interés en
incentivar más este dolor que vive Argentina por no hacer frente a esta
tiranía que tenemos para acabar con ella, nadie hace nada, ni dice una
palabra, ni hay un gesto. Por ahora no hay futuro, tenemos un país que
tiene todo por nacer, mientras esta gente, los que nos gobiernan ahora,
lejos de estar en la tarea constructiva, destruyen todo.
Si algo tiene Argentina es su
riqueza agropecuaria, somos o éramos el granero del mundo, y el agro ha
sido borrado de la estructura nacional. Este gobierno ha asociado el
campo con la oligarquía y como enemigo de ese socialismo que ellos
pregonan, no podemos esperar de esta gente una solución, la única vía es
sacarlos del gobierno y no a través de un golpe de Estado, sino a
través de los cauces democráticos. Yo, en las últimas elecciones habidas
en el país, esperaba a que apareciera un líder o un movimiento para
hacer frente a lo que vivimos, que todos los dirigentes de la oposición
se unieran para combatir a esta lacra y salir hacia adelante, pero bueno
no apareció y no fue así. Quisiera ser optimista, pero no puedo, aunque
siga peleando desde la cárcel, desde aquí. Quiero dar a conocer al
mundo lo que pasa. La consigna del prisionero de guerra es la evasión,
mientras que para el preso político la lucha es otra, que es el campo de
la política y que es antipático quizá para los militares. Hoy hay que
ganar la guerra política a través de los mensajes y los medios de
comunicación, y esa es nuestra función: no quedarnos de brazos cruzados.
R.A.:¿Desde que está en prisión sus antiguos aliados y amigos le visitan o le olvidaron?
J.R.V.:Algunos, algunos, pero no pasan
de cinco. Nuestra sociedad, que la componen también mis amigos, la
argentina, fue la protagonista de la tremenda guerra que vivimos, porque
era un combate contra la sociedad argentina y cambiarla a través del
modelo marxista que preconizaban esos grupos alzados en armas. Ese
proyecto estaba en plena expansión en América Latina y la sociedad
argentina fue objeto y sujeto de ese proyecto totalitario. Esa sociedad
se defendió a través de su brazo armado de esa agresión que sufría de
unos grupos armados bien conocidos. Luego está la figura del chivo
expiatorio, que han sido los militares, y la sociedad argentina actuó de
una forma cobarde y dejando abandonado a su ejército, que fue el
principal actor en ese conflicto defendiendo a su país de esa verdadera
agresión.
LAS FUERZAS ARMADAS ARGENTINAS HOY
R.A.:¿Cómo se explica ese proceso de
destrucción de las Fuerzas Armadas y de indefensión de la Argentina que
denuncian algunos militares?
J.R.V.:Porque es la revancha de los
derrotados, de los “jóvenes idealistas” de Perón, que no lograron sus
objetivos, que pasaban por tomar el poder. Con Cámpora lo habían
conseguido, en parte. Como ese proyecto revolucionario que tenían de
hacerse con el poder se vio frustrado por las Fuerzas Armadas que,
cumpliendo órdenes de un gobierno constitucional, salieron a reprimirlos
y a enfrentarlos, fuimos los ejecutores de parar ese proyecto. Nos
preguntaron qué hacer ante la amenaza armada que tenía el Estado y dimos
la respuesta que había que dar, que era que nos sacaran a nosotros a
hacer frente a esa amenaza. No queda otra vía, claro. Y les derrotamos
con las armas en la mano, claramente, y eso los actuales gobernantes,
que son herederos de aquellos grupos subversivos, no nos lo perdonan.
R.A.:¿Por qué, en definitiva, en
ninguna parte de América Latina se da esta situación de más de un millar
de militares detenidos, procesados y condenados?
J.R.V.: Es cierto, esta situación no se
da en otras partes del continente. Así es, como usted dice. La
explicación es el espíritu de revancha y venganza que anima a este
gobierno.
R.A.: ¿Cómo es posible entender
actitudes como la del general Martín Balza, denostando a las Fuerzas
Armadas e incluso las tareas en las que él participó entonces?
J.R.V.: La sensación es que es un
canalla, un hombre que se vendió al enemigo para escalar posiciones.
Pregunto: ¿cuántos años lleva de embajador? Siete u ocho años. Un
trepador vendido por poder y dinero. El me envió tres cartas en el
pasado y muestra su subordinación, afecto y aprecio hacia mí. No eran
unas cartas burocráticas, sino escritas sinceramente y algunas incluso a
mano deseando mi libertad, solidarizándose conmigo y esperando un
“nuevo amanecer”. Ahora se vende por ansias de poder y denigra a sus
antiguos compañeros, ¡qué miserable!
R.A.:¿Qué mensaje le daría a los
soldados que están detenidos actualmente y a sus familias que también
sufren en sus carnes esta situación?
J.R.V.: Yo creo que el mensaje explícito
y tácito, que es al que yo me atengo, que es la conducta, el ejemplo y
el modo de vida, que siempre han sido mis guías, en los buenos y en los
malos momentos.
R.A.:¿Por qué guardo silencio durante tantos años?
J.R.V.: Porque no estaba en mi estilo la
exhibición y la publicidad. Yo me considero apolítico, no tengo
vocación para estar en el candelero, en el escaparate; he presentado
algunas declaraciones en mis juicios y he respondido cuando he debido.
Pero no tengo vocación para esas pretensiones publicitarias, no es mi
estilo como le digo.
R.A.:¿Por qué renuncia su abogado defensor cuando iba tan avanzado su proceso?
J.R.V.: Entrábamos en otra etapa,
pasábamos de la etapa instructora a la de los juicios orales y públicos.
Era más de lo mismo, con público y publicidad, más de lo mismo, un
circo, en definitiva. Entonces, llame a mis abogados y les dije: ustedes
cumplieron su tarea y ahora se trataría de que dejaran para la
historia, por escrito, todas las irregularidades y arbitrariedades de
las que hemos sido objeto. Que quede escrito y haya constancia de todo
lo sucedido para que la gente, en el futuro, conozca lo que realmente
sucedió. El abogado soportaba un enorme sacrificio para el desempeño de
sus funciones y casi tenía que dejar su trabajo. La real motivación por
la que se fue, para que no quedara duda, era que no se prestaba
gratuitamente a esa parodia de juicio sin justicia y sin derecho.
R.A.:¿Recibiría a algún líder montonero en aras de llegar a la concordia?
J.R.V.:Tal como están las cosas, en
estos momentos, definitivamente no. En un proceso final, llegado el
caso, no aceptaría un diálogo de igual entre unos militares que luchamos
por defender a las instituciones de la Nación con los cabecillas de una
organización armada formada por subversivos, creo que ese no es el
punto de partida. No creo que se puedan equiparar las dos partes, no se
puede establecer una concordia desde un punto de partida en que todos
somos iguales. Yo hablo, además, de un diálogo entre las partes que sea
representativo en la sociedad, pero no de establecer una concordia sin
justicia.
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