-GENTE Y LA ACTUALIDAD- 25 DE MAYO DE 1973–24 DE MARZO DE 1976


Comienza la ruptura. PERÓN VUELVE A LA ARGENTINA



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UNA CARA. Cámpora, presidente, recibe en Madrid las llaves simbólicas de la ciudad. Ha viajado para acompañar a Perón en su retorno definitivo.



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LA OTRA CARA. Los periodistas esperan en vano en Puerta de Hierro. Perón no sale. Perón no recibe. Perón no asiste a los actos en que Cámpora es invitado de honor. Perón desprecia a Cámpora. En una reunión secreta le grita y lo acusa. El Peronismo muestra una de sus más hondas fisuras. Después de cinco tensos días, Perón aborda el avión del retorno.


El autor de esta crónica (una crónica de apuntes ya perdidos, de imágenes borrosas, de memoria recuperada) salió de la Argentina apenas unos días después del 25 de mayo de 1973 con una mezcla de esperanza y de preocupación. La esperanza, común a todos los habitantes del país, de que el proceso iniciado ese 25 de mayo fuera un proceso de orden, de progreso, de paz, de grandeza.

La preocupación, lamentablemente no común a todos los habitantes del país, de haber asistido, en pocas horas, a hechos de vandalismo hasta entonces inéditos.

Poco días después, Madrid, hotel Gran Vía, donde había parado Cámpora en visitas anteriores a Perón. Y Casi enseguida, Puerta de Hierro. La calle Navalmanzanos desierta. El asfalto al rojo vivo bajo el sol desaforado del verano. Y una consigna de la Guardia Civil Española que custodiaba la puerta: “No acercarse. Esperar en la acera de enfrente”.

Adentro, en la quinta, ningún movimiento. En las siguientes 48 horas, un alud de periodistas frente a la puerta: españoles, franceses, italianos, brasileños, suecos, holandeses, alemanes, norteamericanos. Objetivo: entrevistar a Perón.

Pero la verdadera historia, la crónica secreta, lo que nunca se contó, empezó al medio día del 15 de junio, cuando Cámpora, su mujer Georgina Acevedo y una comitiva de sindicalistas, funcionarios y guardaespaldas llegaron al aeropuerto de Barajas.

El nuevo presidente venía a buscar al viejo presidente para acompañarlo en su regreso definitivo a la Argentina. Sonaba a fiesta, a triunfo. Sin embargo, bastaron pocas horas para que la máscara feliz cayera, rota y desteñida, y el peronismo mostrara su primera, honda, trágica figura. 

Cámpora fue recibido por Franco con todos los honores. Hubo antiguos pendones reales a lo largo del camino, uniformes brillantes, caballos con los cascos lustrados y trompetas recién afinadas. El alcalde de Madrid puso en las manos de Cámpora la gran llave dorada de la Villa del Oso y del Madroño. Cámpora no pudo evitar unas lágrimas. Sin embargo, los periodistas, apretujados en el camión del Ministerio de Informaciones y Turismo, sabían ya que esas lágrimas respondían a otra emoción que nada tenía que ver con la reluciente ceremonia.

En vano había intentado Cámpora convencer a Perón de que asistiera al acto. Una excusa, la primera de una larga serie (“No me siento bien, estoy resfriado”), se le había estrellado en la cara como un cachetazo.

Esa noche, en el Palacio de la Moncloa, Francisco Franco recibiría a Cámpora y a Perón en una comida de gala. Cámpora tenía listo el traje, la banda presidencial, todo. Sin embargo, Perón ni siquiera había contestado la invitación. Casi desesperado, Cámpora subió a su largo y negro coche y enfiló rumbo a Puerta de Hierro. Detrás, los periodistas. Se abrieron los portones. Entonces, por unos segundos, los periodistas pudieron ver a Perón. Estaba sonriente. Calzaba zapatillas deportivas. Se había puesto un pantalón claro y guayabera colorada. En la cabeza un gorro de gran visera. Saludó con las manos en lo alto y se repantigó en un cómodo sillón de caña. Borrosa, detrás de una ventana, se la podía ver a Isabel Martínez. Los portones se cerraron. Sin embargo la Guardia Civil fue tolerante y permitió que los periodistas presenciaran la escena a través del mezquino espacio que había entre las rejas y la gruesa chapa de hierro que ocultaba la casa. Cámpora, de Jacques, con la banda presidencial cruzada sobre el pecho, gimiendo bajo el verano, tembloroso y vacilante, subió las escaleras de piedra y ya en el porche trató de abrazar a Perón. Perón le tendió la mano y lo miró con severidad.

Hablaron. Desde luego, los periodistas no pudieron escucharlos. Al cabo, Cámpora se quitó la banda presidencial y trató de ponerla en las manos de Perón. Perón la rechazó con un gesto que podría traducirse así: “Vamos A ver … Lo voy a pensar”. Unas palabras más, un saludo frío, media vuelta de Cámpora. 


Otra vez se abrieron los portones y el coche largo y negro, a toda velocidad, se alejó hacia la carretera que lleva al centro de Madrid. Fue imposible abordar a Cámpora, preguntarle que había pasado. Pero la entrevista no había durado ni diez minutos, y los gestos fueron bien elocuentes. 


Cámpora se había acercado a Perón y Perón lo había despreciado..


Poco después empezaron a llegar noticias a la vereda de los periodistas, vía custodias, guardias, mucamos de la quinta. Cámpora le había rogado a Perón que asistiera a la comida de gala en el Palacio de la Moncloa. Perón se había excusado. Una excusa pueril: “Esta noche no puedo, vienen unos amigos argentinos a comer”.

Para muchos, el mayor signo de desprecio fue el atuendo con que Perón recibió a Cámpora, Presidente de la Nación, delegado, amigo.


Perón sabía por información directa de su servicio de seguridad, que Cámpora estaba por llegar, con coche del gobierno especial, vestido de gala y con banda presidencial. Sin embargo no se tomó el trabajo de cambiarse la guayabera y ni siquiera se sacó el gorro. Por otra parte, no asistir al Palacio de la Moncloa implicaba un desdén a Franco, su amigo y protector. La pregunta era obvia: ¿Por qué Perón había actuado así? No tardó en saberse. Al mediodía siguiente, pocos minutos después de que Isabel y López Rega salieran juntos en un auto deportivo rojo, sin rumbo conocido, Cámpora y Perón mantuvieron una entrevista de más de dos horas a puertas cerradas. Cámpora salió de la quinta pálido y preocupado, mientras Perón saludaba con las dos manos en alto a los periodistas, que no abandonaban la guardia ni de día ni de noche. 

También por trascendidos, aunque de fuente irreprochable, se supo lo que había ocurrido en la entrevista. Perón, con tono durísimo, lo había fustigado por los sucesos del 25 de mayo en la plaza y en la Rosada (cánticos guerrilleros, incendios, saqueos, invasión), por haber aceptado dejarse llamar “compañero presidente” en forma pública y sobre todo – esto, se dijo, lo obligó a estrellar el puño contra el escritorio – por haber recibido en audiencia oficial, en la Casa de Gobierno, a los delincuentes subversivos de FAR, FAP y Montoneros, que le habían agradecido la liberación de los presos de Villa Devoto y Caseros y el posterior decreto de amnistía. 

Para Perón, Cámpora era un traidor. 


La tragedia del peronismo (o una de sus tragedias) estaba ya desatada. Por la noche, Cámpora, su comitiva y algunos residentes argentinos en Madrid fueron a comer al restaurante “Tranquilini”, una parrilla que está cerca de la quinta Puerta de Hierro. La comida fue copiosa y muy abundante en vino. En un momento, el cantor Hugo Marcel empuñó la guitarra, discurseó un rato y anunció que iba a cantar un tango que había compuesto para celebrar la victoria del peronismo. “Se lo dedico al compañero presidente”, dijo y arrancó. A las pocas estrofas, que aludían previsiblemente a todo lo ocurrido en las elecciones de marzo y repetían machaconamente los slogan peronistas. Cámpora inclinó la cabeza y se puso a llorar. Se hizo silencio. Poco a poco, todos abandonaron el lugar. Los últimos en salir, abrazados, fueron Cámpora, Rucci y el boxeador Gregorio Peralta, que en esos días participó activamente de todos los actos. 


Así transcurrieron cinco días. Cámpora, presidente, amigo, delegado de Perón, desesperado por conseguir de su jefe una audiencia, un gesto de apoyo, una actitud cordial, corriendo de una punta a otra de Madrid y cada vez más débil en su posición política.


Perón, ex presidente y mandante de Cámpora, en su casa, sin rastros del resfrío que le había servido como excusa, vestido de sport, despidiéndose poco a poco de las autoridades españolas mientras el personal de la quinta preparaba a toda velocidad las valijas. 


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Siete de la mañana. Perón parte rumbo al aeropuerto de Barajas. Luego, Argentina. El principio del fin.


Por fin llegó el amanecer del 20 de junio, el día de la partida. A las seis de la mañana, Perón de traje oscuro, camisa blanca y corbata azul entró en el auto que debía llevarlo al aeropuerto de Barajas. Franco lo despidió con honores de presidente. Poco antes de subir al avión, el protocolo hizo que Perón y Cámpora debieran estar juntos en la tarima alfombrada que sirvió para que Franco leyera las palabras del adiós. Pero ni siquiera se miraron. Sus dos mujeres, Isabel Martínez y Georgina Acevedo, tampoco cambiaron una sola mirada cordial.

Fue una partida tensa, hosca, dramática. Perón subió la escalerilla y se hundió en la panza del avión mientras Cámpora, el último en entrar, seguía saludando con las manos en alto, como si nada sucediera.

Ya instalados, con el avión a punto de despegar, un funcionario de la diplomacia española le pidió a Perón una foto autografiada. Perón firmó con un marcador, pero la tinta resbaló sobre el papel brillante y se borroneó. 


Entonces lo llamó a Cámpora y le ordenó que le trajera un bolígrafo del saco, que había dejado en la parte de atrás del avión. Cámpora obedeció en silencio.


Por la noche, esa anécdota era la comidilla de la prensa extranjera. Era, también, un símbolo de todo lo que había ocurrido entre esos dos hombres en aquellos cinco días clave.

Al otro día, el autor de esta crónica y los demás periodistas recibieron dramáticas noticias por la televisión española. Algo grave había ocurrido en Ezeiza, Argentina, el día de la llegada de Perón. La televisión no aclaró la dimensión de la matanza. Pero una semana más tarde, cuando el autor de esta crónica llegó a su país, ya para conectarse definitivamente con la realidad – lejos Roma – lejos París – lejos Montecarlo – vio el bosque de Ezeiza quemado y yermo, como si miles de toneladas de bombas lo hubieran arrasado.

Recordó entonces todo lo ocurrido entre Perón y Cámpora a lo largo de esos cinco días, y comprendió fácilmente que le quedaba muy poco lugar para la esperanza. Los días que siguieron, los años que siguieron, le dieron la razón.

 
Cnl (R-PPP) J.C. Alsina.
La Guerra continúa...... solo cambió el ESCENARIO
CN. Artículo 18 “Ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa...." 
jueces  ¿ y ? 

 "NOTICIAS DE LA GUERRA que hoy continúa"..."EL TÍO CÁMPORA" y PERÓN...(NADA PEOR QUE UN TRAIDOR PARA UN PERONISTA)...Por La Verdad Histórica...Por La Victoria Final...Comentado y publicado por Miguel...