Recuerdos de Manchalá
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Como suele ocurrir en muchas
ocasiones de la historia, hay seres comunes que se ven atrapados en sus
engranajes y viven momentos que han hecho girar las sociedades y las
épocas. Este es el caso de Marcelo Dorado, soldado conscripto clase 54,
que combatió en Manchalá.
Por Daniel Sagarnaga
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Como suele ocurrir en muchas
ocasiones de la historia, hay seres comunes que se ven atrapados en sus
engranajes y viven momentos que han hecho girar las sociedades y las
épocas. Este es el caso de Marcelo Dorado, soldado conscripto clase 54,
que combatió en Manchalá y allí recibió dos balazos que le arrancaron 10
centímetros del fémur. Aún hoy camina con dificultad. “Hace poco he dejado el bastón”, cuenta.
“Ya me han operado dos veces. Me han dolido más las operaciones que los tiros”, asegura.
Dorado casi pospone su ingreso al
servicio militar obligatorio pidiendo una prórroga para seguir
estudiando, pero finalmente formó parte del contingente de 30 soldados
de la compañía enviada a Tucumán en 1975. Formaban el primer grupo de
soldados que sirvió en el Operativo Independencia. En esos años, Dorado
cursaba la carrera de Ingeniería Química, tenía una novia y le gustaba
cantar zambas con los amigos.
“El día de la batalla nosotros
estábamos esperando a que viniese el camión con el mate, con la
merienda. Y como ya era la hora, varios estábamos afuera, muy relajados.
Yo estaba sentado en el cordón de la calle, hablando macanas con los
changos”, dice Dorado.
“Cuando de pronto, por la calle
principal, veo llegar un camión cargado de gente que estaba uniformada
de verde, porque así se vestían. Yo suponía que era el camión que
estábamos esperando y salimos a recibirlo. Estábamos en una actitud
relajada, con los fusiles al costado. Cómo será que no teníamos ni
contraseñas! Pero cuál sería la sorpresa cuando desde arriba del camión
comenzaron a dispararnos nomás. Tiraban con FAL y con Itakas. Yo, antes
de caer, atiné a agarrar un arma y disparé al boleo. Ahí me vi la
pierna: estaba desgarrada, realmente fea, colgando de un hilito de
carne... Perdí mucha sangre. Como me había quedado expuesto a las balas
ahí afuera, me puse la pierna al hombro y me fui a proteger detrás de un
árbol. Yo seguía tirando. No me podía mover más por mí mismo. Y las
balas me silbaban cerca de las orejas. En un alto, un suboficial de
apellido Alcalá me enganchó de los hombros con una soga y comenzó a
tirar hacia adentro de la escuela, hasta donde estaban ellos. Habré
recorrido unos diez metros así. Pero me quedé en el patio cuando volvió a
producirse el tiroteo. Ahí veía cómo las balas levantaban la tierrita
que me daba en la cara”, cuenta.
Según relata Dorado, había sido muy poca la información brindada por sus superiores a la llegada de los salteños a Tucumán. “Apenas
teníamos dos meses de entrenamiento con armas, y como éramos de
Ingenieros, nos hacían hacer un montón de cosas para los pueblos de la
zona: arreglar puentes, caminos vecinales, pintar escuelas, hospitales,
capillas... Por eso era tan esperada la hora del mate, estábamos
cansados de verdad!”, explica.
No recuerda muy bien los lapsos de
tiempo en que sucedieron las cosas, pero sí que finalmente lograron
ingresarlo a la escuela, donde lo tumbaron sobre un pizarrón que habían
puesto a suerte de cama. En ningún momento, hasta ahí, Dorado había
dejado de disparar.
“¿Dolor? Supongo, pero no en la
misma medida de la herida que tenía. Nunca me desmayé tampoco, ni dejé
de atender lo que pasaba a mi alrededor. Y eso que perdí mucha sangre.
Ahí me lavaron los changos la herida... Aunque estaba en estado de
shock. Igual entregué la carga de mi fusil al suboficial que nos pidió
que solamente tiráramos tiros bien medidos, que no desperdiciáramos
balas. Algunos ya se estaban asustando y decían que en cualquier momento
los guerrilleros entraban y nos mataban a todos. Entonces tuvimos que
seguir hablando, para mantener la moral y que el miedo no creciese.
Estuvimos ahí por varias horas. No sé por qué los guerrilleros no
entraron por detrás, donde había una chacra de cañas de azúcar. Después,
cuando salimos, descubrimos que habían tirado muchas granadas que
dieron en el follaje de los arboles de la escuela y cayeron en el patio.
Por suerte no entraron en donde estábamos porque hubiera sido un
desastre. Pero lo peor era que no les habían quitado el seguro a las
granadas; ese modelo lo tiene doble y hay que conocerlo para que
funcione”, explica. A esto
Dorado no lo ve ni lo oye, pero el camión de víveres ya se había
aproximado a la escuelita. Aunque oyeron la balacera, los cuatro
soldados y el suboficial que llegaban no se percataron del combate. El
chofer recibió una ráfaga en el estomago mientras pedía “No tiren, no tiren que somos soldados!”
Luego llegó otro camión de Ingenieros, alertado por el humo y el traqueteo de las balas. Traía a dos soldados y a un suboficial.
Este camión tenía un problema de
carrocería, por lo que el ruido que provocaba al andar semejaba a un
tanque de guerra en movimiento. Al oír su proximidad, muchos de los
guerrilleros abandonaron sus armas y se perdieron en la floresta.
Casi cinco horas después llegarían algunos gendarmes hasta la escuela de Manchalá. “No
se sabía muy bien qué es lo que había pasado. Como todos teníamos que
estar a las 19.30 dentro del Comando en Famaillá, todos se preguntaron
por nuestro paradero y nos fueron a buscar. Los gendarmes nos
preguntaban qué había pasado, porque ya no había nadie afuera, todos
habían huido. Solamente quedaban los nuestros que se habían parapetado y
algunos estaban heridos. Entonces me pusieron una droga y me desperté
en el hospital, al otro día. El médico me decía que iban a hacer lo
imposible para salvar mi pierna. Y así lo han hecho. Pero después tuve
dos operaciones más. Eso me dolió mucho más que los tiros!”, repite Dorado.
El Ejército se había ocupado de
brindarle la atención y los remedios que Marcelo necesitaba. Incluso
recibió un subsidio y le facilitaron un puesto público. “Hace poco nomás que camino suelto”,
se enorgullece. También hace poco ha decidido dejar el anonimato y dar
la cara para reclamar ante la posibilidad de que quiten el monumento que
recuerda el combate donde perdió el movimiento de su pierna.
“Yo he defendido al sistema
democrático. Eso es lo que hice. No tomé las armas contra la Nación ni
contra la democracia. Tampoco defendí a mi ideología, porque no tenía
ninguna en ese tiempo. Al contrario! Lo único que quería era estudiar,
después trabajar y ganar mi dinero honestamente. Pero bueno, me pasaron
todas estas cosas... Aun así quiero llamar la atención de la sociedad
salteña, porque se olvida de los soldados que la defendieron. Yo siento
que defendí a mi país en un momento especial y dentro de un sistema
democrático. Yo estaba bajo una ley de la Nación, eso debe tener un
significado para todos. No se nos puede tratar de genocidas a nosotros,
que cumplimos con nuestro deber. Esto tiene que ver con el honor de
nuestra sociedad”, reflexiona Dorado.
Luego del combate de Manchalá, el
Ejército organizó rastrillajes por la zona, descubriendo a los
atemorizados guerrilleros que deambulaban sin sentido por la selva. De
esta manera se desarticuló a la organización que pretendía tomar el
poder del país. “Tengo guardadas las astillas de unos huesos tuyos”, le dijo un suboficial cuando Dorado estaba aún convaleciente. “Los encontré entre las cañas. Me los quedo, como recuerdo”, le advirtió. Todo aquel año Dorado pasó de hospital en hospital, con férulas, clavos e injertos de huesos. “Recién tres años después me dejó de doler”, cuenta.
Aparte de su pensión, Dorado recibió
un automóvil para trasladarse. Aún así, se reventaron los clavos que lo
sostenían y tuvo que ingresar a una nueva operación. “No tengo odio para nadie. Creo que sucedió lo que debía suceder”, señala. “El
problema es ahora. Lo que pasa ahora. Los otros, por ejemplo, han
recibido subsidios de miles de pesos. Y nosotros que seguimos a la ley,
que defendimos al sistema democrático como nos indicaron y no nos
levantamos contra la sociedad, somos vapuleados, insultados y ahora
olvidados. ¿Cómo se explica? ¿Qué pasó? Ninguno de nosotros es culpable
de lo que sucedió después de 1976. Para nada. Te da bronca realmente que
encima te maltraten y señalen al monumento que te recuerda como a un
signo de desgracia. Nada que ver! Tenemos que tener en cuenta a toda la
historia, pero a todas sus partes, sin dejar ninguna a un costado. No
hay que quedarse con la parte que te conviene y descartar lo otro con
suposiciones nomás. Eso crea resentimientos y te envenena la vida”.
Una batalla confusa
Según se sabría después, gracias al “guerrillero arrepentido”
Capitán Armando, los guerrilleros habrían planeado para el 29 de mayo
de 1975 un ataque al Puesto de Comando Táctico de Famaillá.
El ERP contaba con 117 uniformados y
50 hombres de civil para tomar el Comando Táctico de la localidad
tucumana. Habían fijado el ataque para ese día, así coincidía con el Día
del Ejército. Pero, a la hora de la movilización de los guerrilleros,
la columna se topó con nueve conscriptos y tres suboficiales de la
Compañía de Ingenieros 5. El encuentro casual provocó que los mal
entrenados combatientes de la “Compañía Ramón Rosa Giménez” del ERP,
tuvieran bajas, no supieran cómo copar la escuelita con los soldados
dentro, ni repeler la acción de los conscriptos y que finalmente huyeran
desperdigándose por las serranías.
El proyecto contra el monumento
A principios de año el concejal
Martín Ávila presentó un proyecto de ordenanza para quitar el monumento a
los Héroes de Manchalá. Este monumento recuerda la participación de
soldados conscriptos de la Compañía de Ingenieros de Montaña 5 con
asiento en Salta, que el 28 de mayo de 1975 repelió a un grupo de
guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), que se
movilizaba para tomar el Comando Táctico de Famaillá y que casualmente
se topó con ellos.
Según Ávila, su ordenanza fue motivada “porque es un monumento al Plan Cóndor”.
Sin embargo, el cóndor que exhibe el
monumento es el símbolo de la Compañía de Ingenieros de Montaña y es
anterior al nefasto plan del mismo nombre.
A pesar de haber sucedido durante un
gobierno democrático, muchos señalan al Combate de Manchalá como el
inicio del terrorismo de Estado. “La Secretaría de DDHH de la Nación
dictaminó que en realidad ese monumento es un símbolo al Plan Cóndor. Y
pide la intervención de un juez federal para constatar, con la remoción
del monumento, la existencia o no de cuerpos de desaparecidos debajo”, señaló Ávila.
Más información www.politicaydesarrollo.com.ar
Contacto: politicaydesarrollo@gmail.com
"BASTARDOS SIN GLORIA"..."Podrán destruir el monumento a Manchalá, ya que son piedras, lo que no podrán destruir es el monumento que se encuentra en el corazón de cada soldado que combatió al terrorismo asesino..."...Comentado y publicado por Miguel...
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DEDICADO A TODOS LOS HÈROES VIVOS Y MUERTOS QUE COMBATIERON AL INFAME TERRORISMO PARA CONSEGUIR LA LIBERTAD DE NUESTRA NACIÒN...¡GLORIA Y HONOR!
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martes, 14 de agosto de 2012
"BASTARDOS SIN GLORIA"..."Podrán destruir el monumento a Manchalá, ya que son piedras, lo que no podrán destruir es el monumento que se encuentra en el corazón de cada soldado que combatió al terrorismo asesino..."
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