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martes, 15 de octubre de 2013

"JUAN CABANDIÉ...Hebe de Bonafini...Estela de Carlotto "...Y el Día que un Policía le hace una MULTA a Perón (quién se molesta), pero EVITA en el acto ASCIENDE AL POLICÍA ¡¡¡...

De Cabandié a Evita


Rogelio Alaniz
Cualquiera puede cometer una infracción de tránsito e incluso fastidiarse con un agente, pero no cualquiera está en condiciones de amenazar a quien le cobra una infracción, no cualquiera dispone de la facultad de hacer una llamada telefónica a un intendente y no cualquiera logra que el empleado público que osó cobrar una infracción pierda su trabajo, una hazaña moral que seguramente será atribuida por los epígonos a las heroicas y bizarras peripecias del relato nacional y popular.
Pero lo más reprochable, lo que merece una impugnación de fondo a la conducta de Juan Cabandié, no es su mal humor, su prepotencia o su pedantería, sino la certeza de que ser hijo de desaparecidos le otorga privilegios, lo instala en una suerte de aristocracia que lo habilita -entre otras cosas- a enrostrarle en la cara a una modesta funcionara pública esa condición, una altanería que seguramente el rey Juan Carlos o la reina Isabel tendrían mucho cuidado en practicar.
Cabandié, para ser justos, no hace nada diferente a lo que a su manera hacen todos los días la señora Hebe de Bonafini, con su prepotencia o la señora Estela de Carlotto con su oficialismo servil y su desparpajo para instalar a sus familiares en la función pública. En todos los casos, y como consecuencia de un desenvolvimiento perverso de los hechos, se trata de personas convencidas -por los halagos del poder kirchnerista- de que su drama histórico les otorga privilegios y beneficios que los distinguen del resto de los mortales, a quienes no les queda otra alternativa que arrodillarse ante su majestad.
Distinciones
A la hora de ser rigurosos con los hechos que incluyen a Cabandié, admitamos que. con las prevenciones y los escrúpulos del caso, puede haber un reconocimiento a quienes en los años sesenta se comprometieron con la lucha política. Pero esa suerte de distinción moral no le alcanza a quien en todo caso fue una víctima de una tragedia política; en ninguna circunstancia un protagonista conciente de esa épica.
Ocurre que nadie elige a los padres y contar con padres considerados héroes por el relato, debería ser en todo caso un compromiso, una exigencia y no una prebenda. Aunque le cueste admitirlo, Cabandié debería saber que no es culpable de ser el hijo de quien fue, pero tampoco eso constituye un mérito moral. Aunque a algunos les cueste admitirlo, es necesario decir que el más humilde militante de base tiene más derecho a ser diputado que alguien cuya exclusivo mérito proviene de la cuna y de ningún otro lugar. Es verdad que uno de los capítulos macabros de la dictadura militar es el que escribieron los verdugos secuestrando a los hijos de las víctimas, pero esa tragedia no puede ser una fuente de privilegios, un retorno a las canonjías de cuna o una coartada para practicar la prepotencia.
Se dirá que una oposición mediática, aviesa y sensacionalista intenta descalificar a un candidato a diputado a partir de un episodio menor. Habría que decir, al respecto, que son esos episodios menores, esos detalles de la vida cotidiana los que suelen poner en evidencia los rasgos de un rostro despojado del maquillaje y los afeites de las ideologías y los relatos del marketing. Conozco más de Cabandié por esa anécdota que por todas las palabras que haya dicho o escrito. Y digo palabras, porque en realidad -y es necesario al respecto insistir en ello una vez más- Cabandié habla de una lucha en la que nunca participó, pero a la cual le debe su auspiciosa carrera política.
Contrapunto
Por último, una anécdota que cuenta como personajes a dos protagonistas que seguramente Cabandié respeta. Esto ocurrió a fines de 1946 cuando Perón era presidente y Eva Duarte su esposa que ya empezaba a ser Evita. La pareja sale de la Casa Rosada en dirección a la finca de San Vicente. Esta oscureciendo. En el auto viajan, además de Perón y Evita, el ministro Ramón Cereijo, autor de esta historia. El que maneja es Perón, que ha rechazado el servicio del chofer. A pocas cuadras, el auto se mete en contramano y en una esquina es detenido por un policía que insiste en cobrarle la multa. Perón, fastidiado, invoca su condición de presidente. El policía acepta todo, pero exige cobrar la multa. La situación se torna espesa y para zanjar el conflicto Cereijo mete la mano en el bolsillo y paga.
Según la anécdota, Perón retoma el viaje mientras masculla algunas palabras contra el policía imprudente. Llegan a San Vicente donde los espera una reunión política. Perón es el primero en entrar a la casa; lo siguen algunos legisladores y ministros; uno de los últimos es Cereijo, quien casi a la entrada de la sala es detenido por Evita.
El diálogo pudo haber sido más o menos así: -Señor ministro, le ordeno que averigüe inmediatamente el nombre del policía que nos detuvo y nos cobró la multa. Cereijo vacila, pero promete hacerlo. Evita insiste: -Quiero que lo averigüe ya y que ya haga lo que le voy a decir. Cereijo suspira, seguramente resignado acerca de la intromisión de la esposa del presidente, y se dispone a escuchar el veredicto. Evita lo mira como sólo ella sabe hacerlo y le dice con ese tono de voz algo enronquecido que tenía cuando estaba enojada: Averigua ese nombre, averigua su grado en la repartición y en el acto, me oyó bien, en el acto, lo asciende.
Cereijo está incómodo; mira hacia la sala donde está reunido Perón con los ministros, como dando a entender que al general esa decisión probablemente no lo satisfaga. Evita lo capta al vuelo y le dice a modo de conclusión: -Por Juan no se haga problemas; él ya se olvidó del percance. Y luego, mirándolo fijo, agrega: -Pero yo, ministro Cereijo, no me olvido; por lo que apenas termine esta reunión haga lo que le ordeno.
Yo nunca fui devoto de Evita; es más, soy muy crítico de su gestión y su liderazgo, pero esta anécdota la pinta de cuerpo entero:. autoritaria, prepotente, pero en algún punto justa. Esa generosidad, esa grandeza para ejercer el poder es la que el señor Cabandié ignora. Esta claro que este señor no es Evita; en todo caso, de la heroína del peronismo ha conservado sus defectos pero ninguna de sus virtudes, Equivocada o no Evita usaba el poder para hacer algo grande; Cabandié lo quiere para dejar cesante a una modesta empleada pública, aunque, como se dice en estos casos, la culpa no la tiene el chancho, sino quien le da de comer.
"JUAN CABANDIÉ...Hebe de Bonafini...Estela de Carlotto "...Y el Día que un Policía le hace una MULTA  a Perón (quién se molesta), pero  EVITA en el acto ASCIENDE AL POLICÍA ¡¡¡...Por La Verda Histórica...Por La Victoria Final...Comentado y publicado por Miguel...

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