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jueves, 30 de abril de 2015

"ARGENTINA: GUERRA EN TUCUMÁN"...OPERATIVO INDEPENDENCIA...(1974-1975-1976)...ESTA ES LA VERDAD HISTÓRICA...ESTA ES LA GUERRA LIBRADA POR EFECTIVOS DE TODAS LAS FUERZAS CONTRA LOS ASESINOS TERRORISTAS QUE PRETENDÍAN PONER DE RODILLAS A NUESTRA PATRIA...ESTOS SON LOS QUE DEFENDIERON Y DEFENDIMOS NUESTRA PATRIA HASTA PERDER LA VIDA ¡¡¡¡¡



OPERATIVO INDEPENDENCIA: GUERRA CONTRA LA GUERRILLA EN TUCUMÁN...
( 1974 - 1975 - 1976 )


El 5 de febrero de 1975 Isabel Martínez de Perón firmó el decreto Nº 261 que puso en marcha el Operativo Independencia, respuesta del gobierno al accionar subversivo de las bandas terroristas que asolaban a la nación desde 1970 y que intentaban abrir un frente rural en Tucumán, declarando a la provincia “territorio liberado” para el cual pretendían reconocimiento internacional
En 1973 el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) decidió incrementar su accionar terrorista abriendo un frente de guerra en Tucumán. El objetivo era simple: declarar a la provincia “zona liberada” y solicitar reconocimiento internacional con el fin de obtener apoyo del exterior, tanto económico como político y militar.
El territorio escogido tenía antecedentes de presencia subversiva, al menos desde 1959, cuando los “uturuncos”, guerrilla rural peronista, ensayó en la región del cerro Cochuna, a 20 kms. de la capital provincial, una guerrilla foquista, comandada por Enrique Manuel Mena e inspirada por John William Cooke. La aventura fracasó y los guerrilleros que no fueron apresados, lograron huir al exterior, especialmente a Cuba, donde se había instalado recientemente la revolución castrista.
En 1963 se produjo la incursión “guevarista” de Jorge Masetti que invadió Salta desde Bolivia (regía en la Argentinaun gobierno democrático), seguida por la desastrosa tentativa de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), que a la manera de los uturuncos, emprendió una nueva intentona, rápidamente desbaratada por las fuerzas de seguridad.


La Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez”



Decididos a desencadenar la guerra civil en todo el ámbito el país, los dirigentes del ERP con Roberto Mario Santucho a la cabeza, comenzaron el entrenamiento de sus cuadros para enviarlos al monte tucumano, en un claro intento por iniciar operaciones de combate. Entre octubre de 1973 y mayo de 1974 comenzaron a convergir sobre Tucumán los primeros combatientes, con instrucciones precisas de iniciar maniobras de reconocimiento, exploración del terreno, adaptación al clima y captación de los pobladores rurales, siempre por medio de engaños y falsa promesas.
En el mes de marzo los subversivos realizaron cursos en plena selva, donde unos 20 efectivos recién llegados escucharon la arenga y las directivas del Comandante “Carlos”, nombre de guerra de Santucho, que había viajado especialmente para recibir al grupo. Los combatientes se mantuvieron lejos de las zonas pobladas para evitar ser detectados, mientras instalaban campamentos en la espesura y comenzaban a hacer acopio de alimentos, medicamentos y armas.
El reducto más importante de la guerrilla en el monte, al menos en esa primera fase de las operaciones, fue el del Ingenio Fronterita, su primer base de operaciones en la que se establecieron el Capitán “Santiago” (Hugo Irurzún), comandante a cargo de la flamante Compañía de Monte; Mario Roberto Santucho, Manuel Negrín, Roberto Coppo, Antonio Fernández, Eduardo Pedro Palas, Salvador Falcón y 15 combatientes más, provenientes casi todos de las unidades que el ERP mantenía activas en los centros urbanos.
Un segundo campamento con la misma cantidad de efectivos fue montado en Potrero Negro, a cargo del comandante “Raúl” (Leonel Juan Carlos Mac Donald), y varios otros de menores dimensiones, surgieron en los alrededores, siempre en el sector oeste de la provincia, entre los ríos Lules y Salí, en una región selvática y montañosa, ideal para el accionar de grupos guerrilleros.
Finalizado el curso de entrenamiento que consistió en clases teóricas, prácticas de tiro, patrulla y ejercicios de resistencia física, el ERP se dispuso a esperar el momento propicio para entrar en acción, intentando siempre incrementar el número de efectivos, armas y municiones.
Los jefes subversivos decidieron bautizar a la compañía con el nombre de “Ramón Rosa Jiménez”, un supuesto joven tucumano, hijo de humildes campesinos, que se habría unido al partido comunista en 1968 para “...levantar en alto la bandera de la justa violencia revolucionaria”1 y que habría muerto en 1971 a manos de la policía.


La zona de operaciones

Tucumán es la provincia más pequeña y densamente poblada de la Argentina. Su superficie, de 22.524 kilómetroscuadrados, albergaba una población de 780.776 habitantes con el 64% en la zona urbana y el 36% restante en el sector rural.
Atravesada por numerosos ríos y arroyos, destacan sobre el oeste las sierras del Aconquija y los valles Calchaquíes, con alturas de hasta 5000 metros sobre el nivel del mar, donde en un remoto pasado, florecieron antiguas culturas aborígenes, que dejaron su huella en las ruinas de fortalezas, ciudades, santuarios y monumentos que hoy atraen a centenares de turistas.
La zona subtropical serrana es la más importante, ubicada en el centro y oeste de su territorio, y se halla cubierta por una exuberante vegetación en la que abundan árboles altos y de gran envergadura, helechos, lianas, enredaderas y plantas reptadoras que tornan intransitable el paso por amplias zonas el monte. Pumas, gatos monteses, zorros, reptiles, tortugas y aves, son abundantes en esa región, cuyas principales poblaciones son Acheral, Famaillá, Lules, Ibatín, Concepción y Monteros. La producción se basa especialmente en el azúcar, los cítricos, el sorgo, el maíz, las legumbres, el forraje y el tabaco además del yeso y el mármol proveniente de sus canteras.

San Miguel del Tucumán fue fundada el 31 de mayo de 1565 por don Diego de Villarroel, hecho que tuvo lugar en un emplazamiento anterior, desde el que fue trasladada a su sitio actual, 65 km al norte, en 1685. Allí fue donde Belgrano obtuvo una significativa victoria sobre el ejército realista en 1812, donde el 9 de julio de 1816 se juró la Independencia y de donde surgieron ilustres personalidades de nuestra historia como el general Gregorio Aráoz de La Madrid; Juan Bautista Alberdi, los presidentes Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca, este último comandante de la Campaña al Desierto y el obispo José Eusebio Colombres que en 1820 introdujo el cultivo del azúcar.
Dice el coronel Eusebio González Bread que “La zona elegida [por los guerrilleros] presentaba dos regiones perfectamente diferenciadas: Una llana, situada a caballo de la ruta Nº 38 donde se encuentran las principales localidades, la mayor densidad de población, los cultivos de caña de azúcar y los establecimientos industriales. Otra montañosa, que se extiende al oeste y en forma paralela a la anterior; serranías cubiertas con densos bosques, que impiden la observación aérea y terrestre y limitan considerablemente la transitabilidad”2.
La región se encuentra atravesada por buen número de caminos que convergen sobre la ruta Nº 157 y constituyen verdaderas vías de escape por las que la guerrilla podía evadirse con facilidad.
El clima ofrece marcadas variantes a lo largo del año, siendo el tropical serrano, en el sector central, el más común, con abundantes lluvias, mucha humedad y elevadas temperatura entre diciembre y marzo.


El cuadro de situación al inicio de la guerra
Las acciones en Tucumán comenzaron pocos meses después de la muerte de Perón (1 de julio de 1974). Para entonces el país era un caos y la violencia mantenía en vilo a la sociedad argentina que desde 1955 no vivía un conflicto armado.


Mario Roberto
Santucho
(TERRORISTA)
Los argentinos venían experimentado angustia y zozobra desde 1969. Demasiada, según la opinión de muchos analistas. Aún estaban frescos en la memoria colectiva los asesinatos de Augusto Timoteo Vandor y el Gral. Pedro Eugenio Aramburu, el “Cordobazo”, el secuestro y muerte de Oberdan Sallustro, los copamientos de localidades, los raptos, las bombas, los atentados, la masacre de Ezeiza y la apertura de las cárceles a los subversivos.
Seguían latentes también, los sangrientos copamientos de La Calera y Garín, donde los terroristas atacaron vistiendo uniformes policiales; el asesinato del dirigente sindical José Alonso en 1970; los violentos ataques a comisarías y unidades militares; la voladura de la sede del country del Jockey Club de Córdoba; el asesinato en Rosario, del teniente general Juan Carlos Sánchez, comandante del II Cuerpo de Ejército (1972) donde también fallecieron su chofer y la propietaria de un kiosco cercano; la evasión hacia Chile de los principales cabecillas de la guerrilla (octubre de 1972), la “masacre” de Trelew el mes anterior, un intento de fuga que acabó con la vida de 16 guerrilleros; el ataque al Cuartel del Batallón de Comunicaciones 141 de Parque Sarmiento, en la ciudad de Córdoba; el copamiento de la Central Nuclear de Atucha el 25 de marzo de 1973; el asesinato del coronel Héctor Alberto Iribarren, jefe del Destacamento de Inteligencia 141 de Córdoba; la terrible muerte del contralmirante Hermes Quijada; la emboscada y crimen del dirigente de SMATA Dirk Henry Kloosterman cuando viajaba desde La Plata a Buenos Aires; el ataque al Comando de Sanidad del Ejército; el resonante asesinato de José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT, el 25 de septiembre de 1973 y el asalto al Regimiento 10 de Caballería Blindada con asiento en Azul, provincia de Buenos Aires, donde fueron fusilados a mansalva el coronel Arturo Gay y su esposa.
Al momento de comenzar las acciones en Tucumán, ya había sido secuestrado el coronel Larrabure (que sería torturado y asesinado tras largo cautiverio, un año después), se había atacado el Regimiento 17 de Catamarca y ultimado al comisario Alberto Villar y a su esposa, al estallar con inusitada violencia un aparato explosivo en su lancha de fin de semana, en el Tigre.


Enrique Gorriarán Merlo (TERRORISTA)
Los antecedentes del accionar subversivo en la provincia eran estremecedores. El 11 de octubre de 1971 el ERP tomó por asalto el Registro Civil de Villa Carmela apoderándose de documentos de identidad, máquinas de escribir y sellos oficiales del gobierno. El 4 de septiembre de 1972 asaltó la Compañía de Teléfonos, robando 30.000.000 de pesos y dos días después atacó la prisión de Villa Urquiza (Tucumán), asesinando a cinco guardias y liberando a 14 guerrilleros.
El 4 de octubre del mismo año la banda terrorista copó el puesto policial de San Felipe, en el área rural; quince días después Montoneros voló la sede del Jockey Club de Tucumán y el 9 de diciembre el ERP atentó contra el propietario de la fábrica “Norglas”.
En mayo de 1973, en un clima de plena efervescencia, mientras los estudiantes se apoderaban de todas las universidades, se produjo un nuevo intento de copamiento a la cárcel tucumana de Villa Urquiza, con miles de manifestantes intentando derribar sus portones de acceso.


El comienzo de las acciones

Tal era el cuadro de situación cuando la poderosa agrupación subversiva inició operaciones. Ese mismo mes, el 30 de mayo de 1974 a las 20.30 horas, una columna de la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez” dividida en cinco pelotones, ocupó la población de Acheral, en el departamento de Monteros, apoderándose de la comisaría, la estación ferroviaria y la oficina de correos al tiempo que bloqueaba las rutas de acceso. El objetivo se cumplió sin derramamiento de sangre y al final, los guerrilleros se retiraron hacia el monte, sin sufrir bajas.
El 11 de agosto del mismo año, el ERP realizó su primer operación de envergadura al atacar el Regimiento de Infantería Aerotransportado 17 con asiento en Catamarca, operación que el alto mando subversivo planeó con gran meticulosidad, despachando hacia la zona de operaciones a varios de sus cabecillas.



Efectivos del Ejército sobre la Ruta 38 tras el ataque
al RI17 de Catamarca



Tomando la ruta provincial Nº 38, los subversivos dejaron atrás sus campamentos y enfilaron hacia tierra catamarqueña a bordo de un ómnibus Mercedes Benz de la empresa “Point Sur”, previamente alquilado, un camión frutero y una camioneta F-100. Eran en total 70 guerrilleros fuertemente armados, decididos a tomar por asalto la unidad militar en un ataque simultáneo que otro pelotón que llevaría a cabo sobre la Fábrica Militar de Villa María, en la provincia de Córdoba3.
El ómnibus con los guerrilleros a bordo se detuvo a 10 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca, en medio de un paraje serrano, poco poblado y transitado, donde los subversivos procedieron a cambiar sus ropas por uniformes militares y a preparar sus armas, hecho que fue advertido por dos individuos que pasaban por el lugar.
Sumamente alarmados, los lugareños, que circulaban en bicicleta, se encaminaron a una vivienda cercana y dieron aviso a las fuerzas de seguridad que, al mando del subcomisario Rolando Romero, abordaron varios vehículos y se encaminaron hacia el sector. Se produjo entonces un violento tiroteo cuando, una vez frente al ómnibus Mercedes Benz, las fuerzas del orden dieron la voz de alto.
Los guerrilleros abrieron fuego sin mediar palabras, forzando a la policía a buscar cobertura detrás de sus vehículos. En pleno intercambio de disparos, uno de los agentes dio aviso por radio a su base y al poco tiempo, un segundo destacamento se hizo presente, justo en el preciso instante en que los terroristas comenzaban a replegarse.
Dos subversivos cayeron muertos y un tercero fue herido de gravedad y capturado horas después en un rancho de las inmediaciones.
En vista de lo sucedido, el RI17 con el apoyo de la policía de la provincia, inició un operativo de rastrillaje que arrojó como resultado el descubrimiento del camión frutero en el que los atacantes habían llegado a la provincia y el ómnibus Mercedes Benz con numerosos impactos de bala en su carrocería, abandonados ambos en el camino. Para entonces, el pelotón extremista se había dividido en dos columnas, una al mando de Antonio Fernández y la otra al de Hugo Irurzún (Capitán Santiago) e intentaba ganar la espesura en pos de sus campamentos. El primero, integrado por una veintena de efectivos, tomó hacia Capilla del Rosario, a unos 5 kilómetros de la sede del Regimiento, donde intentó reorganizarse pero fue sorprendido por las fuerzas militares trabándose en nuevo combate.
“El grupo del ‘Negrito’, luego de varios encuentros armados con las fuerzas policiales, pudo replegarse hacia un sector boscoso...a fin de reorganizarse y evaluar las bajas propias. En ese lugar fueron descubiertos por una compañía del Regimiento 17. Los paracaidistas intimaron la rendición a los guerrilleros, y ante su negativa, abrieron fuego con armas automáticas, morteros y cañón. Este duro y recio intercambio de disparos duró cerca de cincuenta minutos, siendo abatidos la totalidad de los subversivos , y falleciendo en uno de los enfrentamientos previos, un integrante dela Policía provincial”4.
Cayeron abatidos 16 subversivos mientras el resto, cargando varios heridos, logró escapar. El grupo de Irurzún, en cambio, regresó a Tucumán y alcanzó sus bases en la espesura donde Mario Roberto Santucho, recién llegado de la Capital Federal, los esperaba.
La guerrilla minimizó la derrota haciendo hincapié en la victoria que había obtenido en Villa María, donde tomó prisionero al mayor Larrabure y se lo llevó, para ejecutarlo un año después.

Escaramuzas en la espesura

Entre el 13 de agosto y el 2 de septiembre fuerzas del Ejército y la policía provincial iniciaron operativos antisubversivos en las regiones de Famaillá, Raco, Tafi del Valle y Monteros. No obtuvieron resultados ya que, advertidos a tiempo, los guerrilleros habían abandonado la región. Poco después, el ERP reforzó sus filas con nuevos combatientes y casi un mes después ocupó el pueblo de Santa Lucía, donde fusiló al agente de policía Eudoro Ibarra y al vecino Héctor Oscar Zaraspe, acusados ambos de traición. En esa acción se apoderó de armas y víveres, destacando entre las primeras una pistola Colt Nº 6381, un revolver 38, 25, proyectiles calibre 11,25, otros tres calibre 38, una máquina de escribir portátil, una cartuchera, dos cargadores y un correaje completo además de documentos, sellos y $24.000 en efectivo.
Por entonces, la compañía disponía de un estado mayor encabezado por cuatro comandantes que tenían a su cargo tareas de inteligencia, sanidad, política y personal. La autoridad máxima recaía en Mario Roberto Santucho, que iba y venía con frecuencia de las zonas urbanas al monte. Lo secundaba Enrique Gorriarán Merlo, Benito Urteaga, Domingo Menna y Juan Carlos Molina, pero en la espesura, la milicia subversiva estaba al mando de Hugo Irurzún, comandante general a quien respondían los pelotones que operaban en el sector.


Asesinato del Capitán Viola y su hija de tres años

Uno de los golpes más crueles y sanguinarios que el ERP dio en Tucumán fue el asesinato del capitán Humberto Viola, oficial del Destacamento de Inteligencia 142 del Regimiento 19, con asiento en aquella provincia, y su pequeña hija María Cristina, de 3 años.
Primaba desde el 12 de septiembre de 1974 la orden, de ejecutar a mansalva a cualquier oficial del Ejército, estuviese donde estuviese, como represalia por la “ejecución” de los 16 compañeros que habían tomado parte en el ataque al RI 17 de Catamarca.


Capitán Humberto Viola

El 1 de diciembre 11 guerrilleros dejaron sus campamentos en la espesura y se dirigieron a la capital de la provincia con el objeto de cumplir una orden recién llegada de Buenos Aires: ejecutar al capitán Viola, iniciando así la serie de fusilamientos que el alto mando subversivo había dispuesto como parte de su siniestro plan de acción. Los comandaba el implacable Hugo Irurzún a quien secundaban Pilín Gutiérrez, Federico Coutra Siles y el sargento Lin, quienes, previo trabajo de inteligencia, se encaminaron en varios automotores al domicilio del padre de Viola, sabiendo que ese caluroso domingo, la familia se reuniría a almorzar.
El ERP distribuyó a sus combatientes a lo largo del recorrido, en espera del vehículo de Viola. El militar llegó con su esposa, María Cristina Picón, sentada a su lado y sus dos pequeñas hijas de 5 y 3 años en el asiento posterior.
Una vez frente a la casa de su padre, Viola detuvo el auto y permaneció en el interior mientras su esposa embarazada de cinco meses descendía para abrir el garaje. Fue en ese preciso instante que uno de los vehículos en los que se desplazaba la guerrilla, se le puso a la par y desde su interior le dispararon a quemarropa, tan mal, que habiendo impactado los proyectiles en el parante delantero izquierdo, dieron de lleno en la pequeña María Cristina, de tres años, que falleció en el acto.
Habiendo fallado en su primer intento, otro guerrillero (al parecer Lin), descendió con su ametralladora para disparar una corta ráfaga que dio a Viola de lleno en la espalda, a la altura de la base del pulmón izquierdo.
Pese a las heridas, el militar alcanzó a descender de su vehículo y comenzó a correr en dirección a la calle San Lorenzo, pasando cerca del automóvil con el que los guerrilleros que bloqueaban el camino. Su intención era alejar el peligro de su familia y atraerlo sobre sí, objetivo que logró en parte ya que, detrás suyo, corría Lin, pistola en mano (su ametralladora se había trabado), disparando constantemente.
Viola cayó en plena calle, alcanzado nuevamente en la espalda, en momentos que de un segundo automóvil descendía otro sujeto para descargar sobre él una nueva ráfaga y pegarle el tiro de gracia. Lo increíble fue que un tercer subversivo también se le acercó para disparar sobre su cuerpo inerte, algo totalmente innecesario a esa altura.
La confusión fue terrible y la desesperación de la esposa de Viola indescriptible, al ver a su hija menor muerta en el asiento trasero del rodado y a su esposo acribillado en medio del pavimento.
En momentos en que Viola corría hacia la calle San Lorenzo con los terroristas disparándole detrás, su otra hija, María Fernanda, de 5 años, comenzó a correr tras él, pasando frente a otro grupo guerrillero que, desde su automóvil, observaba la escena atónito. La niña recibió heridas de balas cuando algunos de los disparos a quemarropa que le efectuaron a su padre rebotaron sobre el asfalto y quedó tendida sobre la acera, gravemente herida5.
Finalizado el operativo, los terroristas abandonaron el lugar liberando a dos taxistas que habían secuestrado para sustraerles sus automotores y regresaron al monte, dejando atrás un cuadro estremecedor.


El aparato militar subversivo
Lejos de beneficiar a la guerrilla y de captar las simpatías del elemento rural y proletario, la muerte del capitán Viola y su hija, provocaron la ira de toda la población, generando un sentimiento adverso, como nunca antes había ocurrido. Como consecuencia de ello, Santucho ordenó suspender las ejecuciones masivas pero ascendió a los cuadros que habían tomado parte en el ataque, elevando a Irurzún al grado de capitán, a otros tres combatientes a los de tenientes y a otros once a sargentos, uno de los cuales, fue designado abanderado.


Conferencia de prensa del ERP


Se trataba de un verdadero ejército, con uniformes militares, plana mayor, comandancia, insignias e himno propio, dotado a partir de ese momento, de un poderoso aparato de radio que lo mantenía en contacto con Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe e incluso, el exterior.
Días después, comenzaron a llegar nuevos combatientes que elevarían el número de efectivos de 150 a 5000, distribuidos por toda la provincia, ya en la zona rural, ya en los montes y la espesura, ya en las ciudades, donde muchos de ellos se abocaron a tareas de inteligencia. De esos efectivos, un importante número provenía del exterior, especialmente de Cuba, Centroamérica, Bolivia, Perú, de la desbaratada banda Tupamaros del Uruguay e incluso, de los países del este europeo, fortaleciendo con su presencia las posiciones del ERP. Tan seguros estaban los altos mandos subversivos, tan ensoberbecidos y confiados, que sintiéndose suficientemente poderosos, intentaron gestionar ante las UN y la OEA el reconocimiento de Tucumán, como “territorio liberado”, objetivo que, de haberse logrado, le habría dado una fuerza y poder inusitados.
Envalentonada y sin ningún tipo de remordimiento, la fuerza agresora siguió adelante con su accionar, secuestrando, fusilando, copando poblaciones, asaltando camiones de transporte y asesinando a inocentes.
“El armamento empleado era similar al de las fuerzas de seguridad, fusil FAL, ametralladoras PAM, escopetas Batan, granadas de mano, algunos lanzagranadas Energa y la efectiva ametralladora casera Yarará. Las armas de puño eran del más variado origen. Manejaban a la perfección las trampas explosivas, las minas tipo vietnamitas, el trotyl y el gelamón. Durante su estancia en el monte, acampaban en ‘embutes’ o ‘tatuceras’, especie de escondites construidos en maderas y ramas entre la espesura, vigilados por centinelas subidos a los árboles. Estos campamentos, ocultaban víveres, armas y ropa cuando no operaban en el monte. A medida que se llegaba al campamento por los tortuosos senderos, se superaban los puestos de centinelas mediante el uso de palabras clave, que eran contestadas por los guerrilleros de guardia. Las comunicaciones tácticas, se efectuaban mediante el uso de modernos Handy-Talkye de origen americano”6.


El Operativo Independencia
En los días que siguieron a la muerte del capitán Viola, tuvieron lugar nuevos hechos de violencia. Un camión que transportaba azúcar hacia el establecimiento industrial Norwinco fue asaltado; el sábado 18 de enero de 1975 una columna guerrillera ocupó la finca Norry, en Potrero de Las Tablas, obligando a los pobladores a concurrir al almacén del pueblo para escuchar la arenga de tres de sus combatientes. Finalizada la misma, los subversivos se trasladaron al domicilio de un supuesto “entregador”, de apellido Córdoba y lo ejecutaron frente a su familia; después, se apropiaron de alimentos, armas y un equipo de radio y tras incendiar el destacamento policial, se retiraron. Cinco días después, fue asesinado en la capital provincial el Dr. Juan Mario Magdalena.
Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el gobierno de la Nación, encabezado por la presidenta María Estela Martínez de Perón, decidió adoptar medidas tendientes a contrarrestar los efectos del accionar guerrillero, dictando el 5 de febrero de 1975 el decreto Nº 261 que en su Artículo 1º establecía: “El Comando general del Ejército procederá a ejecutar las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en la Provincia de Tucumán”. El segundo artículo, por su partes decía: “El Ministerio del Interior pondrá a disposición y bajo control operacional del Comando general del Ejército los efectivos y medios de la Policía Federal que le sean requeridos a través del Ministerio de Defensa para su empleo en las operaciones a que se hace referencia en el art. 1º” y el tercero: “El Ministerio del Interior requerir al Poder Ejecutivo dela Provincia de Tucumán, que proporcione y coloque bajo control operacional y los medios policiales que le sean solicitados por el Ministerio de Defensa (Comando General del Ejército), para su empleo en las operaciones precisadas”.
Firmaron ese decreto, además de la jefa de Estado, los ministros José López Rega, Antonio Benítez, Oscar Ivanissevich, Alfredo Gómez Morales, Alberto J. Vignes y Ricardo Otero, poniendo en marcha, de esa manera, la respuesta del gobierno a la agresión marxista y mantener abierto un corredor para entrar y salir de la zona con facilidad.

Al conocerse la noticia, a fines de enero de 1975, la guerrilla se desplazó hacia la periferia del dispositivo dispuesto por las Fuerzas Armadas, dejando en el sector central a un reducido grupo de combatientes, plan táctico con el que pensaba desbaratar cualquier redada del Ejército.
Fue en ese tiempo que las FF. AA experimentaron su primer baja significativa de la guerra cuando un avión Twin Other DHC-6 matrícula AE-259 de la Aviación de Ejército que llevaba a bordo a los generales de brigada Enrique Eugenio Salgado, comandante militar del III Cuerpo de Ejército y Ricardo Agustín Muñoz, comandante de la V Brigada, se precipitó a tierra, pereciendo toda la tripulación.
La aeronave, que realizaba un vuelo de inspección sobre la zona de operaciones, se estrelló en una zona boscosa, en pleno monte tucumano, constituyendo el hecho un duro revés para las fuerzas gubernamentales.
Con los generales Salgado y Muñoz, designados para comandar el operativo, perecieron también el coronel Eduardo Wilfredo Cano; los tenientes coroneles Oscar Rubén Bevione, Pompilio Schilardi y Pedro Santiago Petrecca; los mayores Roberto Dante David Biscardi, Pedro Antonio Zelaya, Héctor Abel Sánchez y Aldo Emilio Pepa, el capitán Roberto Carlos Aguilera, el teniente primero Carlos Eduardo Correa y el sargento primero Aldo Ramón Linares.
Y aunque en un primer momento se habló de que se había tratado de un accidente, no tardó el ERP en atribuirse el derribo, intensificando, de ese modo, su acción psicológica.




El Ejército se moviliza

El 9 de febrero de 1975 columnas motorizadas del Ejército Argentino comenzaron a desplegarse hacia Tucumán para iniciar operaciones de guerra. El alistamiento involucró al Regimiento de Infantería 19 (RI19), la Compañía de Arsenales 5 (Ca. Ars. 5) y la Compañía de Comunicaciones 5 (Ca. Com. 5) con asiento en Tucumán; al Regimiento de Infantería de Monte 28 (RIM 28), al Destacamento de Exploración de Caballería 105 (DEC105), a la Compañía de Sanidad 5 (Ca. Sanid. 5) y a la Compañía de Ingenieros de Montaña 5 (Ca. Ing. Mta. 5) de Salta; al Regimiento de Infantería de Montaña 20 (RIM 20) y al Grupo de Artillería de Montaña 5 (GAM5) con base en Jujuy, todas ellas unidades de la V Brigada de Infantería a la que se acoplaron el Batallón de Aviación de Combate 601, fuerza integrada totalmente por helicópteros; el Grupo de Operaciones Electrónicas 602, efectivos de Aviación Naval, escalones logísticos, Policía Federal, Policía de la Provincia de Tucumán y Gendarmería Nacional, todos ellos a las órdenes del general Adel Edgardo Vilas, que, tras le muerte de los generales Salgado y Muñoz, fue designado para encabezar el Operativo (13 de enero).
En menos de un mes, el general Vilas elaboró un plan táctico consistente en el avance y ocupación de la zona dominada por la guerrilla y misiones de patrullaje permanentes con el objeto de detectar sus centros de operaciones. Para ello, instaló su comando general en Famaillá disponiendo, al mismo tiempo, la creación de otras tres bases como
asiento de las fuerzas de tarea en operaciones (FT) una en Los Sosa, otra en Santa Lucía
y la tercera en Las Fronteritas agregándoseles, tiempo después, una cuarta, destinada a los efectivos del Regimiento de Infantería de Montaña 22 (RIM 22) procedentes de San Juan.
Temiendo un repliegue masivo del ERP hacia las zonas urbanas, el comando dispuso también la creación de otras dos bases, una en San Miguel de Tucumán y otra en Concepción, destinadas a neutralizar a los cuadros subversivos que se moviesen fuera del área de operaciones o que intentasen dirigirse a ella.
La Argentina entraba en una guerra abierta y lo hacía movilizando un importante aparato militar que, al cabo de un año y medio de combate, alcanzarían una rotunda victoria.

Primeras incursiones en la espesura
Las primeras entradas en el monte las efectuó el comisario Alberto Villar, al frente de su escuadrón de “Centuriones” de la Policía Federal (mayo de 1974), seguido unos meses después por el entonces mayor Mario Benjamín Menéndez, que lo hizo en dos oportunidades, la primera en agosto y la segunda en noviembre, sin detectar al enemigo que alertado desde la capital de la provincia, rehuyó el combate con el objeto de producir lo que comúnmente se denomina, “vacío táctico”.


El comisario Alberto Villar penetra en el monte
al frente de los Centuriones



Tanto Villar como Menéndez encontraron escondites, refugios y varios campamentos abandonados pero no dieron con ningún subversivo, por lo que, cumpliendo directivas impartidas de antemano, abandonaron el área, en dirección a sus campamentos.
En base a esa experiencia, el general Vilas puso en práctica su propia estrategia ocupando el área dominada por la guerrillera y efectuando patrullas constantes, similares a las que llevaron a cabo Villar y Menéndez.
Sin embargo, pese a ello, el 2 de noviembre de 1974 la Compañía de Monte tomó Los Sosa y haciendo alarde de seguridad y confianza, llevó a cabo un desfile que finalizó cuando sus jefes izaron su bandera en el mástil de la escuela.
Como explica Ricardo Burzaco en Infierno en el monte tucumano, en ese momento el ERP poseía una importante infraestructura de retaguardia, especialmente en San Miguel de Tucumán, punto desde donde operaban tres niveles de componentes: los combatientes propiamente dichos, los militantes y los simpatizantes que, desde sus puestos de lucha, vigilaban y realizaban inteligencia sobre las fuerzas de seguridad. Sin embargo, el Ejército y la policía también trabajaban incesantemente y la información que a diario llegaba al centro de operaciones de la V Brigada desde diferentes puntos del país, permitiría disminuir los desplazamientos del enemigo, reduciendo considerablemente su personal.
En su necesidad de refuerzos, el ERP inició una importante tarea de reclutamiento, seleccionando cuidadosamente a los efectivos que iba a enviar a la zona de combate.
En vista de ello, aprovechando que la Compañía de Monte se hallaba momentáneamente replegada en las zonas urbanas, el general Vilas y sus fuerzas penetraron en el sector rural para reconocer el terreno y aclimatarse a la selva.
El plan táctico de la V Brigada de Infantería consistía en la ocupación de puntos críticos, la neutralización de posibles vías de escape, el ejercicio progresivo de control sobre la población en diferentes localidades, el control de las rutas internas, el de las vías de acceso a la provincia, la progresiva intensificación del patrullaje ofensivo, la intensificación de acciones contra la guerrilla urbana, la implementación paralela de un programa de acción cívica sobre la población y los desplazamientos tácticos hacia nuevas áreas de combate.


El combate de la Quebrada de Lules


Las acciones a gran escala comenzaron el 9 de febrero de 1975 cuando una compañía de la guardia de Infantería dela Policía Federal que exploraba a bordo de una unidad móvil el camino entre San Pablo y Potrero de La Tablas, recibió fuego continuo desde cinco puestos de tiro diferentes, sobre la punta de una loma ubicada entre dos barrancas.
Los siete guerrilleros que constituían la emboscada eran guiados por un observador ubicado en un improvisado mangrullo, sobre la copa de un árbol, pero no fueron efectivos a la hora de disparar.
Viéndose blanco de una nutrida descarga, incluso de FAL y granadas de mano, la unidad móvil en la que se desplazaba la policía aceleró la marcha y doscientos metros más adelante, paró.
Una granada de FAL estalló sobre la barranca, al otro lado del camino, provocando una nube de humo que facilitó a la policía volver sobre sus pasos y pasar nuevamente, frente las posiciones guerrilleras pero en sentido inverso, recibiendo descardas que perforaron su carrocería en varios sectores.
La fuerzas del orden (policiales), con dos heridos a cuestas, bajaron del vehículo y repelieron el ataque, forzando a los terroristas a retirarse. Por esta acción fueron condecorados sobre el terreno con la medalla "valor en combate" los integrantes de Guardia de Infantería: Reyes Juan y Miguel Geri.
Los efectivos policiales se lanzaron tras los subversivos que huían, escalando el cerro dejando a sus espaldas a un compañero para solicitar ayuda médica. Al cabo de unos minutos llegaron a un campamento abandonado en pleno monte, donde comprobaron la existencia de puntos fortificados, un mangrullo y un sector desmontado destinado a carpas.


El combate de Río Pueblo Viejo

Cinco días después se produjo un enfrentamiento de mayor envergadura muy cerca de la localidad de Yacuchina, en las inmediaciones del río Pueblo Viejo, donde efectivos del Ejército se trabaron en combate con un grupo de entre veinte y treinta guerrilleros que se desplazaban por el sector.
Ese día, una compañía del Regimiento de Infantería de Montaña 20 y una batería del Grupo de Artillería de Montaña 5, con base en la escuela de Los Sosa, emprendieron una misión de exploración en dirección a Villa Quinteros. Las tropas del Ejército partieron en dos camiones, hacia la Ruta Nacional Nº 38, dejando atrás Monteros, después de cruzar el puente sobre el río Pueblo Viejo. De ese modo llegaron a Villa Quinteros, sin inconvenientes, previo paso por León Rouges y tras un alto en ese punto, reanudaron la marcha por un camino secundario que pasaba por La Florida, siempre bordeando la gran reserva forestal por la derecha.
Después de atravesar Pueblo Viejo, histórico caserío que alguna vez fue la antigua ciudad de Tucumán, los soldados, que llevaban como guía a un poblador civil, echaron pie a tierra y siguieron la marcha a pie, imposibilitados de seguir el avance en sus unidades.


La bibliografía castrense especializada en la guerra antisubversiva tiene por costumbre omitir los nombres de los valerosos combatientes que lucharon en Tucumán, a excepción de los caídos en combate. Se trata de una medida cautelar que impide reproducir al detalle las acciones que tuvieron lugar en tan tremenda contienda y reivindicar a aquellos que se jugaron la vida en defensa de la patria.
Según relata el Cnel. González Breard, el dispositivo de avance estuvo encabezado por la Infantería al mando del teniente R, siendo el teniente C el oficiad de comando. El pelotón, dividido en dos compañías de treinta y siete efectivos cada una, inició su avance (según los subversivos, llevando perros), patrullando los flancos para brindar protección hasta una distancia de 200 metros.
Afortunadamente, gracias a la obra de Ricardo Burzaco, sabemos que “R” era el valeroso teniente Rodolfo Ritcher y “C” el teniente primero Héctor Cáceres, ambos con aptitud de comando y miembros de la Fuerza de Tareas (FT) “Chañí”.
Siendo las 16.00hs., el pelotón alcanzó las compuertas del río Pueblo Viejo donde se dispuso un alto. En ese punto, los oficiales a cargo decidieron regresar al poblado pero a través de una ruta diferente, bordeando el curso del río para cubrir un radio de acción más amplio.
Se hallaban las tropas en plena marcha cuando, a las 17 hs., el teniente Ritcher advirtió en un camino lateral la presencia de un hombre armado. El sujeto vestía uniforme y sin mediar palabra, abrió fuego obligando al oficial a buscar protección.
Cuando retrocedía hacia un grupo de matas, sobre un montículo, Ritcher recibió un disparo de Itaka en la espalda y cayó gravemente herido mientras, a su alrededor, se generalizaba el combate.
Al ver tirado a su compañero, el teniente primero Cáceres corrió a su lado para asistirlo y brindarle protección, sin dejar de disparar. Fue abatido de un certero impacto en el cuello que lo tumbó sobre la hierba, falleciendo casi al instante. Viendo aquella escena, mientras el combate recrudecía, Ritcher tomó una granada y tras decorrer su cerrojo, la arrojó sobre los atacantes corroborando, al dispersarse la humareda, que uno de ellos había muerto.
En ese momento, dos helicópteros artillados de la Aviación de Ejército intentaron aterrizar en el área pero fueron rechazados por misiles tierra-aire.
A esa altura, el intercambio de disparos era infernal y en pleno fragor del combate, las aeronaves se presentaron por segunda vez, lanzando sus misiles sobre la línea enemiga en la orilla izquierda.
La descarga abatió a varios subversivos mientras uno de los helicópteros se posaba en un pequeño islote, próximo a la orilla derecha, con el objeto de evacuar heridos.
Todavía se luchaba cuando el teniente Ritcher fue evacuado en camilla hasta el helicóptero y conducido a Tucumán.
Pese a la fiereza con la que habían luchado, los guerrilleros comenzaron a dar señales de agotamiento por lo cual, decidieron retirarse, tomando una senda en dirección oeste mientras la primera sección del Ejército efectuaba un rodeo por el sur sin lograr cerrar el cerco a tiempo.
Al caer la noche, las fuerzas nacionales pudieron comprobar que dos guerrilleros habían sido abatidos en tanto sus filas habían experimentado la muerte de un oficial, el teniente primero Héctor Cáceres y una baja considerable, la del teniente Ritcher, herido de gravedad.


Acciones posteriores

El combate del río Pueblo Viejo tomó a ambos bandos por sorpresa y puso a prueba sus respectivas capacidades. En días posteriores las acciones recrudecieron notablemente cuando el ERP reorganizó sus pelotones y se lanzó a nuevas acciones, una de ellas, la que tuvo lugar el 26 de febrero en el ingenio La Fronterita (Famaillá), donde se produjo un nuevo choque armado.
Dos días antes, un nuevo accidente aéreo repercutió profundamente en la marcha de las operaciones cuando un avión militar de la Aviación de Ejército que tenía por misión patrullar la zona de combate, se estrelló en la ladera oriental de las sierras del Aconquija. Sus dos tripulantes, el teniente primero Casagrande y el subteniente López, perecieron en el acto y sus restos, junto a los del avión, serían encontrados dos años y medio después, cubiertos por la maleza, cuando un soldado patrullaba el área en misión de rutina. Era la segunda aeronave que las fuerzas nacionales perdían durante el conflicto.
Fue en esa oportunidad que el general Adel Vilas decidió extender el radio de operaciones hasta las localidades de Lules, Tapia (norte) y Villa Nougués (sur), incluyendo El Cadillal y Tafi Viejo y llevar la guerra a los rincones más profundos de la espesura, donde, hasta ese momento, la guerrilla señoreaba confiada.
En el mes de marzo, un grupo guerrillero que intentaba subir por la ladera de un monte próximo a Acheral, fue emboscado por una patrulla del Ejército que lo puso en fuga. En las acciones cayeron dos subversivos y se incautó un poderoso equipo de radio que resultó de suma utilidad en acciones posteriores.
El 3 de abril un pelotón de la FT “Rayo” atravesaba el puente sobre el Río Seco cuando recibió sobre sí nutrido fuego enemigo, proveniente de posiciones próximas al curso de agua. Los soldados se arrojaron cuerpo a tierra y repelieron la agresión abatiendo a dos subversivos y obligando a huir al resto. Nueve días después, en un nuevo choque en Ischillón, cayó el soldado Gutiérrez (clase 54) y fue abatido otro integrante del ERP. En otros enfrentamientos en proximidades del río Lules (5 de abril), en Atahona (29 de abril) e Ibatín (29 de abril) cayeron otros cuatro terroristas descubriéndose posteriormente, un significativo número de puestos y campamentos que las fuerzas armadas dinamitaron después de incautar armamento, municiones e importante documentación.


Operaciones de rastrillaje

El plan del general Vilas parecía surtir efecto. En el mes de abril, las fuerzas subversivas habían sufrido varios reveses y se hallaban desorientadas. Y cuando el suministro de fondos a la compañía de monte logró ser cortado, sus efectivos comenzaron a desertar.
La situación se tornó preocupante para al alto mando del ERP que en una reunión de emergencia, decidió profundizar el entrenamiento de sus cuadros e impedir el abandono de la zona de operaciones.
A raíz de ese cambio de táctica, el Ejército movilizó sus fuerzas desplegando al escuadrón “San Juan” de la Gendarmería al sur del río Pueblo Viejo, cubriendo el área hasta la Ruta Nacional 65 en virtud del cambio de dirección que demostró la guerrilla al incursionar sobre San Pedro, Taco Ralo, Lamadrid, Atahona, Río Seco, Concepción, León Rugés y Simoca.
La medida permitió la detección de cuatro nuevos campamentos en proximidades de La Higuera, posiciones que la Compañía de Comunicaciones 5 atacó violentamente, desalojando a sus ocupantes y volándolos después, situación que se repitió en otros puntos cercanos al embalse de Escaba.
De esa manera, un amplio sector ocupado por la guerrilla volvía al control de las fuerzas nacionales. Hubo acciones también en el noroeste de la provincia, cuando la FT “San Martín” abortó un movimiento tendiente a abrir nuevos frentes en aquel sector. Sin embargo, no todo serían éxitos ya que el 11 de mayo se produjo un tiroteo en un puesto de control ubicado en plena Ruta Provincial 301, en el que murió el subteniente Raúl Ernesto García. El grupo subversivo que atacó estaba al mando del sargento Lin, de origen boliviano, que siguiendo los lineamientos de la guerra de guerrillas, emprendió la retirada internándose en la espesura.


El combate de Manchalá

A fines de mayo el alto mando del Ejército Revolucionario del Pueblo se reunió en San Miguel de Tucumán con el objeto de planificar nuevas acciones armadas.
Cumpliendo las nuevas directivas, los guerrilleros, encabezados por Manuel Negrín, Julio Abad y Wilfredo Siles, decidieron un ataque al Puesto de Comando Táctico de la V Brigada de Infantería, convocando para ello al total de sus efectivos con el objeto de ocupar Famaillá, neutralizar las posiciones del ejército, asesinar al general Vilas y tomar rehenes que luego serían negociados. Con ese golpe, pensaban levantar la moral de sus combatientes, un tanto alicaída a esa altura a causa de los últimos reveses. Eran los tiempos en que sus dirigentes, a través de una publicación aparecida en París, reivindicaban la lucha armada y se jactaban de mantener aferrada a una brigada de 4000 efectivos del ejército con solo 300 combatientes.
Convocando a sus principales cuadros, algunos de ellos miembros del PRT oriundos de Córdoba y Santa Fe e incluso elementos provenientes del exterior (Bolivia, Perú, Centroamérica), el ERP reunió un total de 180 hombres de primera línea más un número no determinado de simpatizantes dispuestos a la lucha7 y dividió sus fuerzas en seis columnas: el Grupo Comando al mando del capitán Lin, con la asistencia de el sargento “Julio” e integrado por nueve subversivos, que tendría s su cargo la dirección las operaciones; el Grupo de Asalto 1, al mando de “Roberto” cuya misión era tomar el puesto táctico, incautar armas y aniquilar al mayor número posible de personal; el Grupo de Asalto 2, que atacaría un objetivo a determinar, desde el que intentaría impedir la llegada de refuerzos (integrado por 12 efectivos); el Grupo de Seguridad, al mando del sargento “Bartolomé”, cuya misión era apoderarse del puente del río Famaillá; el Grupo “Plaza”, que apoyaría al Grupo de Asalto 1 cubriendo su repliegue (40 efectivos) y la posta sanitaria cuya labor era la evacuación de heridos.
“La escuelita de Manchalá está ubicada en un paraje de la Ruta provincial Número 99, a 10 kilómetros de la Rutaprovincial Número 38, lugar este donde el camino hace un codo. En la pequeña escuela, un reducido número de efectivos pertenecientes a la Compañía de ingenieros de Montaña 5 de Salta, se encontraba abocado a la realización de reparaciones en el edificio, como una de las tantas tareas de acción cívica que desarrollaba el Ejército como producto del operativo”.
Desde una finca cercana, el ERP, abordó las unidades de su columna motorizada y se puso en marcha transportando el total de los 180 efectivos fuertemente armados. Componían la columna una camioneta pick up Ford F-100 como vehículo de punta, un camión Mercedes Benz 608 color verde, otro 1114 color bordó, de cuatro toneladas cada uno y un Rastrojero Diesel.


Cerca de las 17.30 los vehículos que avanzaban encolumnados por la Ruta Provincial 38, se toparon con un camión Unimog del Ejército que se hallaba detenido junto al camino, sobre uno extremo de la curva donde se encontraba la escuela.
Al ver a un soldado parado junto al rodado, los terroristas echaron pie a tierra y abrieron fuego sin mediar palabra, obligándolo a buscar cobertura.
Al escuchar los disparos, los diez soldados que trabajaban en el interior del establecimiento, dos de los cuales eran suboficiales, tomaron sus armas y salieron al exterior para trabarse en combate.
Un guerrillero cayó muerto a metros de la ruta y otros dos resultaron heridos mientras sus compañeros se reagrupaban e intentaban rodear la escuela. Disparando desde diferentes sectores alcanzaron a un soldado que cayó gravemente herido junto a la puerta mientras sus compañeros intentaban cubrirlo con nutridas descargas, desde el interior.
En ese momento se escuchó una voz que exigía la rendición pero los efectivos leales la ignoraron. Ciento cuarenta guerrilleros atacando a diez o doce efectivos dentro de una pequeña escuela rural representaban un cuadro propio de las gestas heroicas de los tiempos de la Independencia y las contiendas civiles del siglo XIX, pero al mismo tiempo, constituía una verdadera trampa de la que resultaba imposible salir.
Al ver que el soldado herido no podía moverse, sus compañeros le arrojaron una cuerda y a viva voz le indicaron que la sujetase firmemente para arrastrarlo hacia el interior. Y así ocurrió. Tomando se fuertemente de la cuerda, el soldado fue introducido en el edificio mientras las balas del enemigo repiqueteaban a su alrededor.
En el fragor del combate, siete efectivos de Ejército que trabajaban en Balderrama, acudieron al lugar en apoyo de sus compañeros. Recibieron nutridas descargas que les ocasionaron una baja (un soldado herido) y los obligaron a arrojarse a una banquina en busca de protección en el preciso instante en que otro camión del Ejército con cinco hombres a bordo, llegaba por la ruta.
Desde los cañaverales cercanos, los subversivos centraron su fuego sobre el vehículo hiriendo a otro soldado al tiempo que su columna motorizada intentaba reiniciar la marcha. Sin embargo, la unidad que la encabezaba se empantanó y no pudo seguir, impidiendo el desplazamiento de las unidades que venían detrás.
El tiroteo era intenso cuando uno de los soldados logró eludir el cerco y se dirigió a toda prisa hacia el comando de la Brigada, para dar inmediato aviso.
Impartidas las órdenes de rigor, partieron hacia la zona de combate tres camionetas con cinco oficiales y diez soldados fuertemente pertrechados, quienes llegaron a la escuela cuando comenzaba a obscurecer.
Al ver las luces de los vehículos, los subversivos pensaron que lo que se aproximaba eran refuerzos y por esa razón, decidieron huir.
Lo hicieron a toda prisa, internándose en la espesura, en dirección a la Ruta 301, dejando a sus espaldas dos muertos, Domingo Villalobos Campos y Juan Carlos Irustia; dos heridos graves, Héctor Burgos y un individuo apodado El Hippie junto a dos camiones dañados, tres camionetas, tres equipos de radio, cinco fusiles FAL, dos pistolas ametralladoras, diez escopetas, cuatro carabinas, dos revólveres, seis pistolas, veintiséis granadas de mano, otras veintiocho antitanque, ochenta bombas “molotov” y tres mil cien proyectiles, además de instrumental quirúrgico, indumentaria militar, una maqueta del Puesto de Comando Táctico, equipos y una bandera.
Una hora después, habiendo finalizado el enfrentamiento, se hizo presente un escuderón de Gendarmería Nacional y un equipo de combate de la Fuerza de Tareas “Rayo” con instrucciones de iniciar la persecución nocturna del enemigo en fuga. Quince días después, el ERP seguía abandonando heridos en la espesura.
El de Manchalá fue uno de los combates más importantes de la guerra de Tucumán y significó un duro golpe para la subversión ya que, un reducido grupo de soldados, abocados a tareas comunitarias, había logrado rechazar a una fuerza numerosa y mucho mejor equipada.
El comunicado aparecido en “Estrella Roja” confirmaba la cantidad de combatientes empeñados en la lucha pero mentía descaradamente al hablar de blindados, dominio aéreo, elevado número de efectivos leales, veinte muertos de Ejército, el doble de heridos y una retirada ordenada. Era un intento desesperado por hacer creer a la opinión pública que la “lucha” seguía en pie, con mayor firmeza y decisión que nunca.


Nuevos choques en la espesura

Entre junio y julio las FF. AA. de la Nación pusieron en marcha dos nuevos operativos, “Parapa” y “Péndulo”, con el objeto de patrullar, emboscar y rastrillar la zona de operaciones. Se pretendía “sacar” a la guerrilla de sus madrigueras y forzarla a presentar batalla en campo abierto, sabiendo que era en ese terreno donde acabaría por ser desbaratada. Con esa idea, la V Brigada recibió refuerzos que elevaron su número a 4800 efectivos, e inició aprestos para internarse en el monte.
Por otra parte, la documentación capturada en Manchalá permitió determinar que la guerrilla contaba con fuerte apoyo desde San Miguel de Tucumán donde al menos 402 personas de la organización habían fijado su domicilio.
Durante esa segunda fase del operativo, fueron abatidos más terroristas, cuatro el 23 de junio cuando el Ejército emboscó a una de sus columnas en el INTA, otro cuando las FTs “Chañí” y “Rayo” incursionaron en Las Maravillas, un sexto al pasar por Los Sosa y dos más cuando chocaron con elementos de la compañía de monte al sudoeste de Famaillá.
El 18 de julio el ERP intentó un ataque contra las fuerzas emplazadas en Las Maravillas, aldea próxima a Los Sosa, movilizando un escuadrón de 40 efectivos al mando de Lionel MacDonald. Ese grupo entabló un recio combate nocturno cerca del objetivo, enfrentamiento que finalizó con dos atacantes muertos y el resto de su gente en fuga.
Los subversivos se reagruparon en el puesto El Tiro y emitieron un nuevo parte de guerra dando cuenta que, siendo las 20.30 del 18 de julio, la unidad de combate “Sargento Dago” había atacado los puestos de guardia de la Fuerza de Tarea “Chañí” en un choque que duró cerca de tres horas. Doce días después, el Ejército Argentino dio con el mencionado campamento, abatiendo a dos de sus defensores y poniendo en fuga al resto, que huyó en dirección sur, a través de la espesura. Los subversivos cayeron en una emboscada muy bien planificada, en la que murió el combativo sargento Lin, de origen boliviano, que tanta participación había tenido a lo largo de la guerra. El Tiro fue dinamitado, previo secuestro de fusiles FAL y las tropas regulares emprendieron el regreso a su base.
Ese mismo día el Ejército Revolucionario del Pueblo emboscó en La Antonieta a un camión Unimog, abatiendo a un soldado e hiriendo gravemente a otros tres, entre ellos un oficial, casi en el mismo instante en que la fuerza “Chañí” se enfrentaba con otros pelotones en diferentes puntos de la región.
El 5 de agosto pereció el teniente José Conrado Mundani cuando intentaba desactivar una trampa “cazabobos” y cinco días después la cúpula militar pudo determinar que el ERP pretendía abrir nuevos frentes en Salta y Jujuy, especialmente en la región de Ingenio Ledesma, así como también incrementar su presencia en centros urbanos como la ciudad de Córdoba, Villa Constitución (provincia de Santa Fe) y San Nicolás de los Arroyos.


Guerra aérea

Entre los meses de agosto y septiembre el alto mando de la V Brigada de Infantería ordenó el desplazamiento hacia el sector sur, del escuadrón “Jesús María”, que inmediatamente después de recibida la orden, movilizó sus unidades hacia el perímetro que formaban las localidades de Aguilares, Trinidad y Monteagudo, un amplio sector entre los ríos Marapa y Gastona, al este del embalse del Río Hondo, sobre el que los guerrilleros convergían con el firme propósito de iniciar operaciones.


Un cazabombardero Skyhawk A4B de la V Brigada Aérea con asiento
en Villa Reynolds se prepara para decolar


Durante la misión, se produjo un enfrentamiento en Las Mesadas donde pereció el cabo primero Miguel Dardo Juárez y fueron heridos algunos subversivos, sin que pudiera precisarse su número exacto. Fue la antesala de un hecho que habría de conmocionar a la opinión pública nacional.
Desde 1974 operaban en el área de combate un sistema de navegación inercial Omega adquirido en los EE.UU. y otro de censores infrarrojos para ser montado en unidades aéreas con el objeto de detectar posiciones enemigas.
Para la misión fue seleccionado un avión Beechcraft B-80 King Air de la Armada Argentina, matrícula 4-F-21, perteneciente al Grupo Aerofotográfico del Comando de Aviación de Punta Indio que arribó al aeropuerto “Benjamín Matienzo” de la ciudad de Tucumán, el 12 de febrero de 1975 y comenzó a operar de manera inmediata luciendo las siglas del Instituto Geodésico Nacional con personal a bordo vestido de civil8.
Otras unidades aéreas se fueron sumando al operativo en los meses posteriores, entre ellas, cuatro helicópteros UH-1H de la Sección de Asalto de la Aviación de Ejército y dos aviones Piper L-21B del Batallón Aeromóvil 601 de la misma arma, con el correspondiente equipo de mantenimiento. Estas unidades serían reforzadas sobre el final de la contienda por otros cinco UH-1H, un helicóptero SA 315 B Lama y un Hiller FH 1100, los dos últimos de Gendarmería Nacional. Por su parte, la Armada Argentina desplegó además del Beechcraft B-80, un Grumman 1H 16 B Albatros para búsqueda y salvamento, un helicóptero Alouette III y numerosos lanzacohetes de fabricación nacional para ser montados en los aparatos.
Cuando en octubre del 75 las acciones se intensificaron, la Fuerza Aérea, que ya había tenido su bautismo de fuego el 16 de junio de 1955, despachó hacia la región prototipos preserie de aviones Pucará, que entrarían en combate por primera vez durante este conflicto junto a cazabombarderos Skyhawks A4B y A4C, con base en Villa Reynolds y biplazas Mentor T-34 y B45 de entrenamiento, que se utilizaron en misiones de reconocimiento y bombardeo.
Pero el arma de mayor envergadura empleada por la Fuerza Aérea en Tucumán fue el Hércules C-130 unidad de carga en la que se transportaron tropas, equipos y armamento, elemento de fundamental importancia a lo largo del conflicto.
El hecho más desconcertante fue que la guerrilla también contó con unidades aéreas, una al menos, el mítico “Jilguero”, un pequeño Hiller secuestrado por el ERP a la empresa de Aguas y Energía, que fue visto en más de una oportunidad por efectivos del ejército en tierra.
Según refiere Ricardo Burzaco9, la presencia de esta unidad obligó al comando de la V Brigada de Infantería a instalar un radar de vigilancia en el área de combate, que funcionó las 24 horas del día.
El “Jilguero” estuvo a punto de provocar un derribo durante un vuelo nocturno, cuando un UH-1H de la Aviación de Ejército que llegaba a su base después de una misión de reconocimiento, detectó las luces de su tablero de control. Al escuchar la información radial emitida por el piloto, un segundo helicóptero, que también regresaba del monte, viró en busca del aparato “fantasma”, previa comunicación a la base y recibió gran cantidad de impactos de bala que obligaron a su piloto a abortar la misión. Una vez de regreso, tripulantes y técnicos pudieron apreciar las perforaciones en el fuselaje, producto del fuego de su compañero, que pudieron haber causado una verdadera tragedia.
Nunca se pudo dar con el “Jilguero” ya que es posible que al haber sido detectado, el alto mando subversivo haya decidido retirarlo del área.


Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina derribado

En el mes de agosto el Ejército Revolucionario del Pueblo recibió un inesperado refuerzo, cuando la organización Montoneros hizo su aparición en el teatro de operaciones.
A poco de puesto en marcha el Operativo Independencia, la Fuerza Aérea había desplegado unidades de combate para la custodia del Aeropuerto "Benjamín Matienzo", misión que complementaría con vuelos de soporte logístico y relevos de efectivos cada 30 días. El traslado de las tropas le fue encomendado a los C-130 y los Friendship / Troopship F.27 de la I Brigada Aérea que debían relevar un total de 100 efectivos cada 30 días con el objeto de comprometer al mayor número de personal posible y evitar el desgaste de los cuadros que combatían en la zona.


El 28 de agosto de 1975, cerca del medio día, el Hércules C-130 matrícula TC-62 de la Fuerza Aérea Argentina se disponía a decolar desde San Miguel de Tucumán con destino a San Juan, transportando a bordo 114 efectivos de Gendarmería que acababan de cumplir un período de 45 días a las órdenes de la V Brigada de Infantería.
Lo que nadie imaginaba era que desde bastante tiempo antes, efectivos de la agrupación Montoneros habían estado trabajando en el montaje de un poderoso artefacto explosivo en un canal de desagüe subterráneo que cruzaba la pista de lado a lado.
Los ingenieros del grupo de demolición subversivo había iniciado su tarea en marzo y trabajando día y noche, finalizaron en agosto, pocos días antes del atentado.
Después de explorar el túnel y determinar por donde pasaba la pista, los montoneros colocaron 5 kilogramos de TNT, 60 de Dietamon y 95 de Amonita, todo ello sobre un dispositivo eléctrico que debía operar a distancia.
En la mañana del 28 de agosto, todo estaba listo para detonar la carga. Advertidos de antemano por su compañía de Inteligencia, los montoneros sabían que, pasado el mediodía, un Hércules de la Fuerza Aérea partiría del aeropuerto con destino a San Juan, llevando de regreso a efectivos de la X Agrupación.
A las 13.00 en punto el avión dio máxima potencia a sus turbinas y comenzó a carretear desde la cabecera sur, con su tripulación ignorante de lo que estaba a punto de suceder. Muy cerca, el grupo terrorista observaba la maniobra listo para hacer detonar el dispositivo.
Eran las 13.05, cuando se produjo la explosión. La aeronave, que en esos momentos remontaba vuelo, perdió sustento y se precipitó a tierra, estallando violentamente.
De nada valieron los desesperados intentos del piloto por mantener la estabilidad. La aeronave se estrelló y se incendió rápidamente, en medio de fuertes detonaciones, muy cerca del barrio obrero que se extendía más allá del perímetro del aeropuerto.
Los relojes marcaban las 13.09 cuando la tripulación abrió las compuertas y las patrullas de rescate se hicieron presentes para evacuar al personal.
Los restos del Hércules quedaron esparcidos en un radio de aproximadamente 300 metros, mientras su estructura se incendiaba junto a la pista desprendiendo una densa columna de humo visible a gran distancia.
La explosión de los tanques de combustible y el armamento a bordo, tornaron difícil y riesgosa las tareas de rescate.
De todas formas, personal militar y del aeropuerto, bomberos, gendarmes e incluso, gente del Barrio San Cayetano, trabajaron heroicamente en el rescate de los heridos, evitando que la tragedia fuera mayor.
Fallecieron seis efectivos de Gendarmería, otros nueve resultaron con heridas de gravedad y 28 con lesiones de diversa consideración.
Los héroes caídos ese días fueron los sargentos Pedro Yánez y Juan Riveros y los soldados Marcelo Godoy, Juan Luna, Evaristo Gómez y Raúl Ramberto Cuello, este último durante las tareas de salvataje.
Ricardo Burzaco sostiene que el acontecimiento marcó un hito en la historia de la Fuerza Aérea Argentina porque, por primera vez, uno de sus aviones fue derribado en una acción de combate.
Es digna de resaltar la acción del gendarme Cuello que habiendo salido ileso de la nave, ayudó en las tareas de rescate, entrando y saliendo una y otra vez para salvar numerosas vidas, pereciendo en el último intento al quedar envuelto entre las llamas. Siete años antes de Malvinas, las FF. AA. argentinas daban pruebas de heroísmo y abnegación en una guerra mucho más cruel, que tenía en vilo a gran parte de la opinión internacional.


La muerte del subteniente Berdina

La magnitud del conflicto en Tucumán se ve reflejada en acciones como la descripta y el atentado contra el destructor “Santísima Trinidad”, en los astilleros de Río Santiago, ocurrida seis días antes. En la oportunidad, un comando anfibio de Montoneros integrado por cuatro buzos tácticos al mando de Máximo Nicoletti, el mismo que en 1982 sería reclutado por la Armada para llevar a cabo la frustrada Operación Gibraltar10, hizo detonar una carga explosiva bajo el casco de la embarcación, provocando su hundimiento parcial.
Para entonces, el ERP seguía sus incursiones bajo el mando directo de Santucho, incentivado por esas acciones de envergadura que, pese a que beneficiaban su accionar, no le correspondían porque habían sido planificadas y llevadas a cabo por otra organización.
Sin embargo, la opinión pública estaba conmocionada y se temía una escalada de violencia sin precedentes en todo el país.
A esta altura del relato, no cabe ninguna duda que la Argentina estaba inmersa en una guerra civil y que las fuerzas subversivas contra las que se combatía eran organizaciones poderosas, capaces de montar y llevar a cabo operaciones de magnitud.
A mediados de septiembre, el ERP organizó un nuevo pelotón con el objeto de compensar las bajas experimentadas a lo largo del año. Y en ese sentido instaló un campamento en la Quebrada de Artaza, una zona de difícil acceso en pleno monte, desde el que pensaba lanzar nuevos ataques. Pese a ello, Inteligencia detectó el lugar y eso llevó a la FT “Aconquija” a movilizar un total de 120 efectivos, que se desplazaron hacia el sector con la ayuda de guías civiles, de gran utilidad durante todo el conflicto.
Siguiendo el curso de los ríos Cerda y Tortorilla, se produjeron enfrentamientos en Laureles Norte, Arroyo Machado, Santa Lucía y Tres Almacenes donde la guerrilla experimentó casi una veintena de bajas pese a su nueva táctica de incendiar los cañaverales para dificultar el avance de las fuerzas regulares.
Por esa misma éwpoca, el Ejército alcanzó el campamento de la Quebrada de Artaza también conocido como Chupadero de Aguas Hediondas, lo que significó un duro golpe para la subversión. En su avance, dieron con el cuerpo destrozado de un guerrillero que se había topado con una trampa cazabobos propia y con otras señales que evidenciaban que el enemigo había sufrido graves pérdidas.
El 31 de agosto tuvo lugar la acción de Las Carboneras, donde un camión Unimog de la FT “Aconquija” fue emboscado y sufrió algunas bajas, entre ellas el sargento mayor a cargo, aunque ninguna fatal.
Cinco días después, dos secciones de la Compañía B de la misma fuerza de tareas regresaban a sus bases, dejando atrás la zona montañosa. Debían atravesar tres kilómetros a pie hasta Potrero Negro, donde unidades motorizadas los esperaban para recogerlos.
Adoptando las medidas precautorias correspondientes, el jefe de la 2ª Sección, subteniente Rodolfo Hernán Berdina, dispuso adelantar una patrulla a modo de vanguardia, con la que pensaba mantener contacto de radio y a través de estafetas, mientras se desplazaban por el sector asignado.
Aquella vanguardia se topó repentinamente con una avanzada enemiga, generándose un intenso combate que la obligó a aferrarse al terreno. Al escuchar los disparos, Berdina ordenó el avance y se lanzó a la carrera por la espesura, en abierto desafío al peligro. Una bala de Amet 9 mm lo alcanzó de lleno en el tórax, lo mismo al soldado Ismael Maldonado, que corría detrás. Su segundo, mientras tanto, ordenó batir la zona con fuego de metralla mientras algunos jeeps que aguardaban a la tropa en Potrero Negro, se acercaban temerariamente para dar cobertura a los efectivos.
Maldonado pereció en el acto, no así Berdina, que fue retirado del campo de batalla gravemente herido, falleciendo en el helicóptero cuando era trasladado a San Miguel de Tucumán.


Ataque al Regimiento de Infantería de Monte 29



Guerrillero abatido durante el asalto al Regimiento de Infantería de Monte 29

Dado el incremento de las acciones, en el mes de septiembre el general Vilas dispuso reforzar sus tropas con dos nuevas fuerzas de tareas destinadas a incrementar el hostigamiento al enemigo que, pese a la magnitud de las últimas acciones, comenzaba a evidenciar cierto debilitamiento.
El 23 de ese mes efectivos policiales abatieron a tres extremistas en Los Laureles. Al día siguiente, en un nuevo enfrentamiento en Yacuchina, cayó muerto un cuarto subversivo. Una semana después, chocaron fuerzas leales y guerrilleras en la intersección de las rutas 333 y 38 y casi al mismo tiempo se producía un segundo encuentro en Río Colorado, con un total de cinco muertos en ambos choques.
La acción más sangrienta del mes de octubre tuvo lugar fuera de Tucumán, cuando la organización Montoneros propinó un nuevo y espectacular golpe al Regimiento de Infantería de Monte 29 con asiento en Formosa, posiblemente, la operación armada mejor planificada de la guerra antisubversiva. La misma, dejó en evidencia la capacidad operativa de Montoneros, la preparación de sus cuadros, su volumen de fuego y el apoyo que le estaba brindando al ERP.
En Buenos Aires, su plana mayor, encabezada por Mario Eduardo Firmenich y Fernando Vaca Narvaja, planificó la operación minuciosamente, reclutando para llevarla a cabo a 200 de sus combatientes más decididos, 70 de los cuales se verían involucrados en acciones directas.
Las diferentes columnas de la célula partieron de Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Resistencia y la misma ciudad de Formosa, para convergir en forma conjunta sobre el objetivo.

A las 15.15 del 5 de octubre decoló del Aeroparque Metropolitano el Boeing 737 matrícula LV-JNE de Aerolíneas Argentinas con destino a Córdoba, entre cuyo pasaje viajaba disimulado, un grupo de montoneros dispuesto a secuestrar la aeronave y llevarla a la provincia de Formosa. El plan consistía en aterrizar en el aeropuerto provincial para evacuar a los combatientes una vez finalizada la operación.
Mientras tanto en tierra, se ponía en marcha un movimiento perfectamente sincronizado en el que 19 unidades móviles subversivas tomaba posiciones en un camino lateral, en espera del Boeing. Mientas eso ocurría, grupos subversivos vistiendo uniformes militares procedió a detener a todo automovilista que pasaba por el sector, incautando algunos de los rodados por si era necesario emplearlos durante el ataque.
En pleno vuelo, los terroristas pusieron en marcha el operativo abandonando sus asientos y esgrimiendo sus armas. Y dando indicaciones a los gritos irrumpieron en la cabina de mandos para ordenar al piloto desviarse hacia la mencionada provincia. Al mismo tiempo, otro grupo subversivo se apoderó en el Aero Club Chaco de Cessna de cuatro plazas 182D LV-HOT, mientras un tercer hacía lo propio con una aeronave de la gobernación de Formosa.
Los subversivos tomaron el aeropuerto formoseño de “El Pucú”, entablando combate con cuatro efectivos de la Gendarmería que se hallaban apostados en el lugar. En el enfrentamiento, un gendarme el sargento ayudante Falcón cayó muerto cuando enviaba un alerta a sus superiores. En ese preciso instante un patrullero que debía cubrir la llegada del interventor provincial, fue atacado con furia, pereciendo uno de los agentes en tanto el oficial a cargo y un compañero caían gravemente heridos a causa de las balas.
Para ese momento, la torre de control se hallaba en poder de los montoneros quienes montaron una ametralladora pesada, con la que pensaban cubrir la llegada del Boeing.
En el cercano cuartel del RIM29, en tanto, se ignoraba lo que ocurría. El personal que no había salido de franco disfrutaba de una agradable tarde de domingo, dedicado a diversas actividades. Y tampoco se sabía que un soldado traidor, Luis Roberto Mayol, que cumplía su servicio militar en la unidad, aguardaba el momento oportuno para abrir las puertas a la guerrilla.
El Boeing secuestrado aterrizó cerca de las 17.00, cubierto desde la torre de control y otros puntos estratégicos donde los montoneros habían apostado a sus efectivos. Una vez en tierra, el pasaje fue obligado a descender y concentrarse en el edificio principal, bajo vigilancia armada, mientras los pilotos eran forzados a reabastecer la nave y colocarla en la cabecera, lista para un despegue de emergencia.
Con el aeropuerto en su poder, la columna montonera se puso en marcha, con el camino completamente despajado por sus grupos de apoyo y cuando aparecieron frente al cuartel, Mayol se acercó a la Puerta Nº 2 e inmovilizó a su guardia luego de lo cual, abrió las puertas de par en par y permitió el acceso de los atacantes.
La batalla que tuvo lugar fue realmente violenta con los soldados conscriptos presentando una resistencia que no era la esperada.
Los terroristas atacaron el Casino de Oficiales con granadas, matando a un soldado e hiriendo a otros tres. Inmediatamente después, intentaron apoderarse del Casino de Oficiales y la ametralladora pesada apostada en la Plaza de Armas pero alertados por las explosiones, los oficiales que en esos momentos descansaban, saltaron de sus cuchetas y ganaron el exterior, disparando contra los asaltantes que pugnaban por ingresar en el arsenal.
El subteniente Ricardo Massaferro y un soldado asistente que trabajaba en las oficinas de la Compañía “A” murieron al recibir las esquirlas de una granada mientras y varios de los conscriptos que estaban con ellos recibieron heridas menores.


Raid aéreo de las fuerzas
subversivas

La batalla se tornó particularmente dura en la Compañía de Servicios, a la que los subversivos también atacaron con granadas. Sin embargo, pese a que un conscripto resultó muerto y otros siete heridos, los soldados ofrecieron resistencia y forzaron al grupo agresor a replegarse.
Cuando los guerrilleros intentaron apoderarse de la sala de armas contigua a la Compañía “A”, la batalla había alcanzado proporciones dantescas, incluso en la distante guardia, donde yacía muerto el sargento primero Víctor Sanabria. Durante la refriega Mayol, el traidor que había facilitado el acceso a los subversivos, cayó abatido por el subteniente Cáceres, oficial de servicios que había asumido la defensa del sector y acababa de ver morir a cinco conscriptos al estallar una granada mientras dormían. Cáceres logró replegarse en compañía de varios soldados, abatiendo a dos guerrilleros en el camino.
A esa altura, las fuerzas legales había inutilizado a cinco de los siete vehículos que habían ingresado al cuartel, matando a un varios guerrilleros, no sin pagar un alto precio en vidas.
Comprendiendo que la situación era insostenible, los montoneros abandonaron el objetivo, algunos a bordo de los vehículos que aún se mantenían operables y otros a la carrera mientras eran tiroteados por los defensores de la unidad. Llevaban como “botín”, 50 fusiles FAL y un FAP, magro resultado para tan espectacular intento.
Sobre el campo de batalla quedaron tendidos los cuerpos sin vida de 16 guerrilleros, sin poder especificarse cuantos habían resultado heridos. Del lado del Ejército cayeron el subteniente Ricardo E. Massaferro, el sargento primero Víctor Sanabria y los soldados conscriptos Antonio Arrieta, Heriberto Avalos, José Coronel, Hermindo Luna, Dante Salvatierra, Ismael Sánchez, Tomás Sánchez, Edmundo Sosa, Marcelino Torantes y Alberto Villalba, 12 víctimas fatales a las que se sumaron 19 heridos, algunos de gravedad.
Una vez en el aeropuerto, los subversivos abordaron los aviones y huyeron a toda prisa, simulando volar en dirección a Misiones para virar, poco después, hacia el sur. El Boeing aterrizó a las 18.30 horas en un lugar descampado próximo a Angélica, localidad vecina a Rafaela, previamente marcado por elementos allí apostados y el Cessna, en una plantación de arroz cercana a Nueva Valencia, provincia de Corrientes.


El combate del arroyo San Gabriel
Después de ese ataque, el gobierno, encabezado interinamente por el Dr. Italo Argentino Luder, expidió el Decreto Nº 2770 por el que se constituía el Consejo de Seguridad Interior presidido por el Presidente de la Nación e integrado por los ministros del Poder Ejecutivo y los comandantes generales de las Fuerzas Armadas. El mismo establecía la dirección de los esfuerzos nacionales para la lucha contra la subversión, la ejecución de toda tarea que en orden a ello impusiese el presidente de la Nación, el asesoramiento al Poder Ejecutivo en todo lo concerniente a la lucha contra la subversión, la conducción de las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Seguridad y Fuerzas Policiales para la lucha contra la subversión y la adopción de medidas y estrategias para aplicar en el campo de batalla. El artículo 4º establecía que la Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación y la Secretaría de Informaciones de Estado quedaban funcionalmente afectadas al Consejo de Defensa y el 5º que la Policía Federal y el Servicio Penitenciario Nacional quedaban subordinados a los mismos fines.
Firmaban el decreto Luder, en calidad de presidente interino de la Nación y los ministros Aráuz Castex, Vottero, Ruckauf, Émery, Cafiero y Robledo.
El decreto dio origen a la Directiva 1/75 “Lucha contra la subversión” impartida en octubre del mismo año, cuyo apartado 5 decía textualmente: “Las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Seguridad, Fuerzas Policiales y demás organismos puestos a disposición de este Consejo de Defensa, a partir de la recepción de la presente Directiva, ejecutarán la ofensiva contra la subversión, en todo el ámbito del territorio nacional, para detectar y aniquilar las organizaciones subversivas a fin de preservar el orden y la seguridad de los bienes, de las personas y del Estado”11.
La Argentina estaba en guerra y se aprestaba a responder la agresión. Mientras tanto, el general Vilas ponía en práctica nuevos planes tácticos para cercar a la guerrilla y evitar su fuga, trayendo como refuerzo tropas de Mendoza y Salta.
Sin embargo, el enemigo todavía se mantenía activo y en ese sentido, el 6 de octubre perdió tres hombres al enfrentarse a un pelotón combinado del Ejército y la policía de Tucumán. Pese a ello, al día siguiente montó una emboscada en cercanías del río Los Sosa y atacó un camión militar que todos los días hacía el recorrido entre Tafí del Valle y Acheral, llevando provisiones y armas.
Una treintena de efectivos del ERP se aprestaba a tomar posiciones a ambos lados del camino cuando, repentinamente, tropezaron con una batallón de 14 hombres que en esos momentos patrullaba el área.
A las 18.15, muy cerca de la Ruta Provincial 307, a sólo 5 kilómetros de Santa Lucía, se produjo un choque armado en el que cayeron muertos dos soldados Juan C. Castillo y Enrique Ernesto Gustoni, ambos clase 54, además de un subversivo, mientras dos efectivos del Ejército resultaron heridos.
El ERP, que en su comunicado exageró considerablemente el número de adversarios y la cantidad de caídos, se internó en la espesura, seguido de cerca por la patrulla militar y durante esa segunda fase de la acción, cayeron el comandante guerrillero Jorge Carlos Molina, conocido por Capitán Pablo y el soldado Alfredo Ordóñez.
En la noche del 8 al 9 de octubre el ERP sufrió otro golpe de consideración al perder cerca del Ingenio Santa Lucía a Oscar Asdrúbal Santucho, hermano de Mario y a Manuel Negrín, dos importantes componentes del alto mando guerrillero, abatidos durante el enfrentamiento
El hecho forzó a la guerrilla a levantar el campamento de La Comandancia y solicitar refuerzos en armas y hombres, entrega que se concretaría el siguiente 10 de octubre en el puente del arroyo San Gabriel.
Ese día, cerca de las 13.00, una docena de combatientes llegó al lugar, sobre la Ruta Nacional 38, a 3 kilómetros de Acheral, ignorando que el Ejército había detectado su presencia gracias a la información de dos lugareños que se acercaron hasta el puesto de mando para alertar sobre gente sospechosa que se movía en los cañaverales.


Una columna del Ejército Revolucionario del Pueblo (TERRORISTAS) vadea un riacho


En esos momentos, el jefe de la FT “Ibatín” se hallaba en Santa Lucía reconociendo los cadáveres de Santucho y Negrín, abatidos el día anterior. Informado del hecho (09.30), dio cuenta de lo que acontecía a la superioridad y puso en marcha un operativo para establecer un cerco en torno al enemigo, despachando hacia la zona a sus unidades de combate.
26 efectivos de la FT “Ibatín” llegaron al sector (10.30) seguidos por varios pelotones menores y tres helicópteros UH-1 H (11.00), uno de ellos al comando del subteniente Oscar Delfino, procedentes del puesto de comando de la Finca Garro.
Con las tropas regulares a cubierto, se ordenó a uno de los helicópteros efectuar dos pasadas a baja altura para observar el sector.
El primer vuelo no arrojó resultados, pero el segundo (aparato matrícula AE-412), detectó a dos combatientes agazapados en la maleza (11.38).
La aeronave abrió fuego, sin alcanzar el objetivo y eso dio tiempo a los subversivos para abatir al cabo primero José A. Ramírez, artillero de puerta y provocar serias heridas al capitán Valiente, además de serios daños en el fuselaje y el mecanismo del aparato.
El helicóptero debió efectuar un aterrizaje de emergencia a ochenta metros del lugar donde se hallaban apostados los efectivos del ERP, posándose en la maleza con bastante brusquedad. Su piloto, Oscar Delfino, apagó el motor mientras las tropas regulares cubrían la evacuación del muerto y el herido.
A las 12.00 llegó un segundo helicóptero disparando varios cohetes sobre el cañaveral que desencadenaron un incendio de proporciones.
En esos momentos arribaron a la zona veintiún soldados de refuerzo, provenientes del Puesto de Comando Táctico, quienes, pusieron en marcha un movimiento de pinzas muy bien planificado que permitió cerrar el cerco por el norte y evitando la fuga del enemigo.
A esa altura el enfrentamiento era intenso, con varios muertos y heridos por ambos lados, en especial, el enemigo.
Pasadas las 13.00 llegó un cuarto helicóptero con el general Adel Vilas a bordo, quien aconsejó mantener el contorno mientras hubiera luz, batiendo siempre el sector para desgastar al adversario. La idea era evitar bajas propias y forzar al ERP a tomar la iniciativa.
El combate se prolongó hasta las 17.00 cuando los helicópteros se retiraron y el Ejército inició su avance, adelantando 50 efectivos del Regimiento de Infantería 19 y dejando a otros tantos a retaguardia para mantener el cerco.
El resultado final fueron 12 subversivos y un suboficial de las fuerzas regulares muertos, tres heridos y dos helicópteros averiados.
El comunismo sufrió ese día una terrible derrota al perder una docena de sus cuadros a escasas horas de que dos de sus principales comandantes cayeran abatidos.
Fue el golpe de gracia para las filas de la insurrección y si bien la guerra siguió hasta mediados de 1976, solo se limitó a acciones evasivas por parte de la guerrilla y a misiones de persecución de las Fuerzas Armadas.


El relevo del general Vilas



General
Antonio Domingo Bussi

Octubre fue un mes decisivo en cuanto a resultados. El Ejército Revolucionario del Pueblo había experimentados duros golpes y comenzaba a dar señales de colapso, lo que hizo suponer a los altos mandos de las FF. AA., que estaba derrotado.
En lo que iba del año había sufrido importantes bajas, entre ellas las de sus mandos principales; había perdido armamento y equipo y comenzaba a quedar aislado, forzando a muchos de sus combatientes a abandonar la zona en dirección a las ciudades. Cuando el 18 de octubre el Ejército ocupó el campamento central guerrillero seguido, cuatro días después, por su comandancia, la cúpula del ERP llegó a la conclusión de que había que desconcentrar urgentemente el área, ello después de un plenario que se llevó a cabo en el campamento El Niño Perdido12.
Pese a lo dicho, a los duros golpes recibidos, a la pérdida de hombres y a la falta de apoyo por parte de la población, la subversión seguía contando con hombres dispuestos a todo, tal como lo demuestra el combate nocturno del arroyo Fronterita, el 24 de octubre, donde cayeron el subteniente Diego Barceló y el conscripto Orlando Moya.
El 31 de octubre se produjo un nuevo combate en Finca Triviño donde una columna subversiva que bajaba por la ladera de la montaña se topó con fuerzas leales y perdió siete efectivos. Una semana después, en Los Higuerones, cayeron el cabo primero Wilfredo Napoleón Méndez y el conscripto Benito Oscar Pérez a quienes siguió otro oficial, el sargento Miguel Angel Moya, abatido en Yacuchina (Almacén Díaz), el 16 de noviembre.
Como explica el coronel Eusebio González Bread en La guerrilla en Tucumán. Una historia no escrita, a lo largo de 1975, en 37 combates, las fuerzas leales habían sufrido 53 bajas, provocando 160 al enemigo (sin contar las que se produjeron durante los ataques a los cuarteles del al del RI17 de Catamarca y el RIM29 de Formosa); se destruyeron 58 campamentos y se montaron 18 emboscadas con resultados positivos, además de ser tomados varios prisioneros y capturada valiosa documentación.
En el mes de diciembre se produjo el relevo del general Vilas, comandante de la Brigada de Infantería V y el Operativo Independencia a quien reemplazó el general Antonio Domingo Bussi, que había sido designado gobernador de la provincia, con retención del cargo de comandante de la brigada.
El mensaje de despedida al pueblo de Tucumán del primero (partía hacia su nuevo destino en Bahía Blanca, como segundo comandante del V Cuerpo de Ejército) y la arenga del segundo, durante la toma de posesión, hablan a las claras de que la misión se estaba llevando a cabo de acuerdo a lo planeado y que se pensaba seguir adelante hasta erradicar definitivamente la guerrilla del territorio nacional.
“Si la subversión ha perdido su capacidad de reclutamiento, si las fábricas han de producir normalmente, si una comunidad como esta se ha reencontrado con sus valores trascendentes de argentinidad, si hemos aislado a los sediciosos en el monte cortándoles abastecimientos y comunicaciones, si le hemos infligido tantas bajas al oponente, si hemos aniquilado a los principales cabecillas y provocado la deserción de sus filas, si conocemos sus planes, sus objetivos, sus métodos, si los desalojamos de los centros de producción, hemos logreado todo esto , gracias al espíritu sereno y solidario de este pueblo, ya que el Señor ilumina nuestra causa justa, en defensa de la unidad de destino. De todos estos logros, yo quiero recatar uno: el rescate de una comunidad que desconcertada y temerosa transitaba vacilante por el andarivel ciudadano. Esto, y no el número de bajas, constituye nuestro principal factor de éxito en esta guerra diferente de las demás”.
Estas palabras, extraídas del discurso de despedida del general Vilas a la V Brigada de Infantería, se complementan con las que el general Bussi pronunció al asumir el mando:
“No os llaméis a engaño ante la posibilidad de un éxito inmediato. La eliminación física de los últimos delincuentes que aún deambulan derrotados por estos cerros y montes tucumanos, no será ni mucho menos la solución de los graves problemas que afectan a la Argentina de nuestros días. Aún resta detectar y destruir a los grandes responsables de la subversión desatada. A aquellos que, desde la luz o desde la sombra, valiéndose de las jerarquías, cargos y funciones logradas, atentan día y noche, con su hacer o no hacer, encubren, cuando no protegen a estos delincuentes que hoy combatimos. A los ideólogos que alimentan y destruyen a la delincuencia y también a aquellos que encaramados o infiltrados en los distintos estamentos de la Nación, delinquieren o delinquen, justificando, facilitando o favoreciendo a la subversión en cualquiera de sus manifestaciones. A todos ellos por igual, tarde o temprano, haremos sentir el poder de nuestras armas y la fuerza de nuestra causa, cualquiera sea el grado de encubrimiento alcanzado, el tiempo transcurrido o la instancia lograda. Porque entiendo que solo el saneamiento moral y físico total, ya hasta las últimas consecuencias, de la República, nos permitirá erradicar de una vez y para siempre esta subversión que nos repugna, que nos avergüenza como ciudadanos, como sociedad y como Estado”.
Era evidente que el alto jefe militar se refería a los funcionarios infiltrados en el gobierno democrático de turno, muchos de ellos simpatizantes y otros militantes de las bandas subversivas que atacaban a la sociedad.



Monte Chingolo
El 23 de diciembre de 1975 el Ejército Revolucionario del Pueblo (TERRORISTAS) llevó a cabo la operación de mayor envergadura de toda la guerra antisubversiva: el ataque al Batallón de Arsenales 601 “Domingo Viejobueno” de Monte Chingolo, en el partido de Lanús, al sur de Buenos Aires, donde la guerrilla intentó extraer armamento para el frente tucumano.
De acuerdo a lo planificado, el ataque debió realizarse el día 21, después del horario de visita, pero el pronunciamiento de la Fuerza Aérea encabezado por el brigadier Orlando Cappellini13, había obligado un acuartelamiento general provocado por la
renuncia del brigadier Héctor L. Fautario y su reemplazo por Orlando Ramón Agosti.
Decidido a emprender acciones, el ERP, aliado a Montoneros, cuarteló a sus pelotones urbanos y dos días después, puso en marcha la operación. Recibieron la orden de alistamiento: el Batallón “José de San Martín”, las compañías “Héroes de Trelew”, “Héroes de 1917”, “Combate de San Lorenzo”, “Decididos de Córdoba” y efectivos de la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez” que viajaron especialmente a la capital, para incorporarse a la fuerza agresora junto a numerosos cuadros de la organización Montoneros y combatientes de unidades menores que constituyeron un aguerrido batallón de trescientos hombres y mujeres decididos a todo.
Para ello, en días previos, el alto mando subversivo había alquilado una casa en Quilmes donde estableció su cuartel general. Desde allí, Mario Roberto Santucho dirigió las acciones, ordenando el secuestro de camiones, ómnibus y colectivos el robo de automotores particulares que los guerrilleros pensaban utilizar para aproximarse al objetivo.
El relato de las acciones por parte de la guerrilla, es más que elocuente.
“El objetivo era recuperar para la causa 13 toneladas de armamento y otros medios para el ejército del Pueblo. La consigna era ‘vencer o morir’. Fuimos saliendo por grupos y nos concentramos quince minutos antes en el hotel alojamiento en espera de los vehículos necesarios para la acción. La Unidad ‘Pérez’ encabezaba la acción. Cuando estábamos a 50 metros del portón comenzamos a sentir las primeras ráfagas del ejército opresor. Entramos decididamente en el cuartel. Era evidente que nos estaban esperando. Desde una torre de observación que dominaba todo el cuartel nos tiraban con ametralladoras pesadas. A medida que ingresábamos íbamos bajando de los autos y orientando nuestra acción hacia los lugares preestablecidos. El movimiento fue muy dificultoso por la acción del enemigo. Fueron cayendo muchos compañeros y nuestros movimientos en el interior se hacían cada vez más difíciles”.
El ataque comenzó a las 19.00 cuando un camión Mercedes Benz embistió violentamente el portón principal del batallón e irrumpió en su interior, seguido por nueve vehículos colmados de combatientes.
Se produjo entonces un violento intercambio de disparos que incrementó su intensidad con la llegada de mas guerrilleros.
Eran 70 hombres al mando del “comandante” Abigail Attademo, a quien secundaban Ricardo Daniel Waisberg y Liliana Alcira Malamud, que tenían como misión capturar los puntos estratégicos del arsenal, apoyados desde afuera por dos centenares de combatientes dispuestos a sacrificar su propia vida.
Sometida a intenso fuego, la guardia alcanzó a dar aviso al coronel Eduardo Abud, comandante del batallón, quien se apresuró a comunicar a los altos mandos en la Capital Federal, para poner en marcha el contraataque.
Con la guardia intentando repeler la agresión y el radio-operador de turno transmitiendo desde el suelo, el Casino de Oficiales recibía el ataque de otro grupo por retaguardia. Sin embargo, lejos de lo que la guerrilla suponía, la resistencia fue dura y eso le dio la sensación de que el Ejército estaba alerta. Los ocho subversivos que ingresaron por retaguardia fueron abatidos desde el puesto de ametralladoras, apoyado por un blindado que avanzó sobre ellos disparando intermitentemente.
A esa altura, el ERP habían cortado todos los accesos al Batallón y llevaba a cabo “acciones de distracción” sobre el Regimiento de Infantería 7 de La Plata y varias comisarías en diferentes puntos de la zona sur (Bernal, Quilmes, Lanús, Villa Domínico, Puente Avellaneda, Puente 12 de la Autopista Ricchieri, Camino Negro, Camino Gral. Belgrano, Camino de Cintura).
Fueron atacados e incendiados varios colectivos de línea, un ómnibus de larga distancia y un par de camiones que los guerrilleros atravesaron en las calles para obstaculizar el paso. En otro punto, el guardabarreras de Pasco y Caaguazú (Ferrocarril Gral. Belgrano) fue obligado a bajar las barreras y un tren, que venía de la capital, fue forzado a detenerse para obligar a los pasajeros a descender.
Caía lentamente la noche cuando entraron en escena helicópteros artillados de la VII Brigada Aérea con asiento en Morón, que al llegar a la zona de combate recibieron sobre sí mortíferas descargas de fuego reunido forzando su retirada.
A las 20.00 una columna blindada procedentes de La Tablada llegó al río Matanza, iniciando el cruce del puente sobre el Camino de Cintura, donde el ERP había cruzado varios automóviles y provocado un incendio con el combustible derramado de un camión cisterna.
Los subversivos retrocedieron cuando los carriers rompieron el bloqueo. Mientras eso ocurría, se combatía en Avenida Pasco y el Puente de La Noria, cerca de donde se hallaba acantonado un segundo pelotón subversivo. Uno de sus componentes, Alejandro Bulit (“Juancito”), intentó arrojar una granada casera sobre el convoy militar, pero la misma estalló en su mano, y se la voló, desfigurándole el rostro. Bulit cayó sobre la calle, mortalmente herido, mientras sus compañeros abandonaban el sector y la columna leal seguía su marcha
Para ese momento convergían sobre el arsenal tropas de refuerzo provenientes de la Capital Federal, La Plata y La Tablada, atacadas por guerrilleros desde casas particulares, azoteas y otras posiciones, hecho que tornó la lucha infernal.
En los alrededores del arsenal, efectivos de la Policía Federal y la provincia de Buenos Aires intentaban cubrir a los civiles que huían despavoridos en todas direcciones mientras el vecindario trababa puertas y ventanas y agazapado en el interior de las viviendas, aguardaba el desenlace de los acontecimientos.
Con la llegada de la noche, la batalla se tornó aún más confusa. Fue en ese momento que entraron en escena los bombarderos Canberra de la II Brigada Aérea para lanzar bengalas y bombas luminosas con el objeto de iluminar la zona y facilitar el avance de las tropas leales. Detrás de ellos, otras unidades aéreas efectuaron vuelos de observación en misiones rotativas, detectando las posiciones del enemigo.
Para entonces, se hallaban en el lugar refuerzos del Batallón 3 de Infantería de Marina, de la Gendarmería Nacional, Policía Federal y Policía de la Provincia de Buenos Aires, que debido a su número y agresividad combativa, sellaron la suerte del enemigo.
El parte que el ERP dio a conocer en días posteriores, habla a las claras de la magnitud de la batalla.
La acción duró más de tres horas y media y durante ese lapso, no pudimos lograr hacer pie en ningún sector, siendo lo más lamentable el tener que abandonar a una gran cantidad de compañeros muertos y heridos sin poder prestarles una adecuada atención. Los que aún estábamos en condiciones de movernos, comenzamos a alejarnos de la zona. Muchos de nosotros pudimos meternos en una villa adyacente donde tomamos contacto con muchos pobladores que nos ofrecieron ayuda, brindando atención a los heridos, al tiempo que nos protegían de la búsqueda que hacían las tropas y los helicópteros”.
La lucha finalizó cerca de las 23.00 con un saldo tremendo: 58 subversivos y seis efectivos leales muertos, cinco del Ejército y uno de la Marina, más un número indeterminado de civiles inocentes fue abatido en las inmediaciones, una cifra que nunca se conoció exactamente.
Cayeron ese día, defendiendo a la patria, el capitán Luis María Petruzzi cuando una patrulla del ERP lo interceptó en el Camino de Cintura para secuestrarle su camioneta; el teniente primero José Luis Spinassi, cuando las tropas del Regimiento de Infantería 3 de La Tablada se desplazaba hacia la zona de combate en apoyo del Batallón 601 (falleció mientras lo trasladaban al Hospital Militar); el sargento ayudante Roque Cisterna, jefe de guardia del batallón, al que destrozaron la cabeza a culatazos; los conscriptos Benito Manuel Ruffolo y Raúl Sessa y el conscripto de la Armada Enrique Grimaldi, del Batallón 3 de Infantería de Marina.
La batalla de Monte Chingolo fue la peor derrota que sufrió la subversión. Su objetivo de apoderarse del arsenal (900 fusiles FAL con 60.000 tiros, 100 M-15 con 100.000 con otros 100.000, 6 cañones antiaéreos automáticos de 20 mm., 15 cañones sin retroceso Italasas con proyectiles y 150 ametralladoras livianas), fracasó completamente y lo dejó prácticamente indefenso.
Las cúpulas del ERP y Montoneros acusaron el cimbronazo y lo demostrarían después, con las duras derrotas experimentadas en el campo de batalla tucumano y el lento repliegue hacia las áreas urbanas.



La guerra en 1976
La primera medida adoptada por el general Bussi una vez en el mando, fue la puesta en marcha de la Operación Lamadrid, consistente en una serie de emboscadas y rastrillajes que cerrarían a la guerrilla toda vía de escape (29 de diciembre de 1975).


Campamento subversivo capturado por el Ejército en el monte



La época del año en la que el plan se puso en marcha no era la adecuada debido a las lluvias y altas temperaturas propias de toda región subtropical. Sin embargo, se efectuaron prolongadas recorridas y misiones de exploración por el llano, el monte y la espesura, capturando uno a uno los campamentos y depósitos que el enemigo iba abandonando.
Entre el 19 y el 25 de enero de 1976 se puso en marcha la segunda fase del plan, consistente en un rastrillaje intensivo por la región selvática próxima al río Salí y sus afluentes, utilizados por los guerrilleros para sus desplazamientos.
La tercera arrancó el 27 de enero y se extendió hasta el 25 de febrero, destruyéndose 15 asentamientos con la correspondiente captura de armamento y equipo aunque sin combates dado que el enemigo evitaba a toda costa el enfrentamiento.
El 9 de enero se puso en práctica la Operación Salud, un movimiento de pinzas sobre las termas de Río Hondo en el que dos columnas del Ejército, una desde San Miguel de Tucumán y otra desde Santiago del Estero, establecieron un rodeo tendiente a encajonar a los subversivos al sudoeste de la primera ciudad, cerco que sin embargo, no dio resultados.
Pese a ello, como refiere González Breard, “Si bien no se logró el aniquilamiento de los subversivos, ni la captura de los elementos materiales, se cumplió con la finalidad de tornar inestable la zona, negándosela como base de apoyo a los guerrilleros que operaban en Tucumán, mediante acciones menores en rastrillaje y patrullaje en las localidades”14.
Entre el 17 de enero y el 28 de febrero de 1976 se pusieron en marcha otras operaciones, una de ellas “Fanfarria”, con extensos recorridos por la región del río Salí; “Inmaculada”, en la ciudad de Concepción; “Monteros”, con allanamientos en esa localidad; “San Miguel de Tucumán”, también consistente en allanamientos masivos y selectivos en la capital provincial; “Tafi Viejo”; “Albergue”, con registros minuciosos en hoteles, posadas, hostales y pensiones que pudiesen haber sido utilizados por el enemigo y “Cerrojo”, en la que fueron bloqueadas todas las vías de acceso a San Miguel de Tucumán.



El combate de El Cadillal


Por esa época, en vista de los reveses sufridos, el ERP probó abrir dos nuevos frentes en Embalse El Cadillal y Sierra de Medina, intento desesperado por mantener su presencia en el ámbito rural después de los repetidos fracasos y el descalabro de Monte Chingolo.
Por entonces, Montoneros había condenado a muerte a varios de sus jefes, acusándolos de traición y deserción. Al mismo tiempo intentó dar magnitud a sus acciones incursionando en el monte para apoyar al ERP. Prueba de ello fueron el viaje de reconocimiento de Juan Carlos Alsogaray, militante montonero, hijo del ex comandante en jefe del Ejército, Julio Alsogaray y el atentado contra el general Vilas en Buenos Aires, al cumplirse un año de la puesta en marcha del Operativo Independencia.
En esa ocasión, las autoridades militares habían organizado un almuerzo en el Regimiento de Infantería 1 con asiento en Buenos Aires, en el que la oficialidad pensaba agasajar al general Vilas por su brillante desempeño al frente de la operación.
Montoneros había planeado su ejecución encomendando la misión al Pelotón “Pueblo de Tucumán”, uno de cuyos integrantes
, el soldado dragoneante Miguel Romero (clase 54), debía envenenar la comida a servir.
El fuerte olor que desprendían los platos alertó a los comensales y la intentona fracasó, lo que constituyó un nuevo fracaso en las acciones subversivas. Conocido el hecho, se impartió la orden de detener a Romero pero a esa altura el conscripto ya había abandonado el regimiento sin dejar rastros.
Era evidente que la Compañía de Monte se hallaba gravemente herida y que, por esa razón, sus jefes solicitaron refuerzos. La “cúpula” respondió enviando nuevos combatientes, pertenecientes a la compañía “Decididos de Córdoba”, especializada en operaciones urbanas, aunque sumamente combativa y fanática, refuerzos que sirvieron para levantar la moral y llevar adelante operaciones en El Cadillal, hacia donde el ejército y la policía enviaron numerosas patrullas y pelotones.
El 19 de febrero, se produjo un violento combate en la región de Merendero donde el ERP se topó con fuerzas regulares a escasos metros de la bifurcación de la Ruta Nacional Nº 9 con el acceso al Dique El Cadillal. Allí cayó abatido el médico subversivo Eduardo Pedro Palas, cuyos nombres de guerra eran teniente “Manolo” y “Médico Loco”, un veterano de la primera hora en Tucumán.
Mientras los guerrilleros escapaban hacia el interior del monte, las fuerzas leales se hicieron de un considerable botín consistente en 3 fusiles FAL, 1 carabina, 9 portacargadores, 12 mochilas, 11 cascos verde oliva, 8 bolsas de dormir, 7 caramañolas, 7 camperas verde oliva, 400 cartuchos calibre 7,62; 300 calibre 22,11, medicamentos, elementos de cirugía, vajilla y víveres.
El día 20 las FF. AA. procedieron a patrullar el sector utilizando helicópteros y el 21 se produjeron nuevos choques armados en los que cayeron tres guerrilleros más.
Un tercer combate tuvo lugar el 22, en el que murieron seis combatientes, entre ellos Héctor Raúl Penayo (teniente “Marcos”) y al día siguiente, en Burruyacu, una patrulla mixta de la policía provincial y el Ejército se enfrentó a un grupo de individuos que a la voz de alto abrió fuego. En el intercambio de disparos cayó su cabecilla que, para asombro de la opinión pública, resultó ser el mismo Juan Carlos Alzogaray mencionado anteriormente, hijo del comandante en jefe del Ejército en tiempos del teniente general Onganía.
La guerrilla perdía sus cabecillas y demostraba una vulnerabilidad desconocida hasta ese momento.



Comandos en acción


Según relata Ricardo Burzaco en Infierno en el monte tucumano15, a mediados de 1975 finalizó el curso de “comandos” correspondiente a ese año. A instancias de su oficial instructor, el mayor Mohamed Alí Seineldín, se elevó al alto mando la solicitud de que la última etapa de entrenamiento, se llevase a cabo en la zona de operaciones.
Concedida la autorización, se dispuso el alistamiento de la Compañía de Comandos 601, la misma que siete años después combatiría en Malvinas a las órdenes del mayor Mario Castagneto.
Provista de ropa de camouflage, borceguíes negros, boina verde y un sofisticado armamento consistente en fusiles FAL calibre 7,62 NATO, ametralladoras MAG, lanzacohetes, granadas, equipo de comunicaciones de última generación y puñales, los efectivos se trasladaron a la base aérea de El Palomar donde abordaron un avión Hércules C-130 en el que partieron rumbo al teatro de operaciones.
El terreno en el que se disponían a operar no les era del todo desconocido ya que, parte de su entrenamiento había tenido lugar en las selvas de Misiones y en el Delta del Paraná, con largas travesías por la espesura, “operaciones de asalto”, emboscadas y pruebas de buceo en las que pusieron a prueba su entereza física y resistencia corporal.
La Compañía llegó a Tucumán luciendo uniforme verde oliva e insignias de grado, como las tropas regulares que combatían desde 1974, debido a que el aeropuerto se hallaba bajo permanentemente vigilancia por parte del ERP y su aliado y se temía que pudiesen ser detectados.
Siguiendo directivas superiores, una vez en tierra su jefe, el mayor Seineldín, se presentó ante el general Vilas para coordinar las acciones e implementar un cambio de tácticas consistente en patrullas por la espesura, desde el monte hacia los centros poblados, es decir, a la inversa de lo que se venía practicando desde comienzos de la guerra. Para ello, fue trazado sobre el mapa un rectángulo que abarcaba la zona de operaciones, con su frente en la Ruta NacionalNº 9 y los contrafuertes sobre las sierras del Aconquija16.
La primera misión de los comandos se puso en marcha al día siguiente de su llegada, cuando la compañía, integrada por su jefe, su plana mayor, el grupo de apoyo y tres secciones de asalto (50 hombres en total), abordó diez helicópteros Bell UH-1H y partió en vuelo nocturno hacia la zona de operaciones.
Las aeronaves enfilaron hacia el sur, doblando luego hacia el oeste con la idea de rodear los cerros y aterrizar, aún de noche, en el área señalada para introducirse inmediatamente en la espesura17.
Los helicópteros descendieron a pocos centímetros del suelo y los comandos saltaron a tierra para dispersarse por el sector al mejor estilo Viet Nam, muy cerca del lecho seco de un arroyo.
Reagrupados en el punto establecido durante la planificación de la misión, las tropas especiales se introdujeron en la selva, en busca de los campamentos del enemigo mientras los aparatos se alejaban. Si llegaban a entrar en combate y el mismo se tornaba intenso, debían solicitar apoyo de artillería cuyos cañones Oto Melara de 105 mm. aguardaban listos en cercanías de Famaillá17.
La misión se prolongó tres días, al cabo de los cuales, los comandos fueron reabastecidos mediante helicópteros, para permanecer otras tres jornadas en el área. En la oportunidad, el mayor Seineldín reunió a sus jefes de sección y les comunicó que, a efectos de no delatar su presencia, la entrega de víveres se suspendería, no así la misión, ya que era prácticamente seguro que el paso de las aeronaves pondría en sobre aviso a las fuerzas del ERP18.
Impartida la directiva, se dispuso el racionamiento de los alimentos como para consumirlos con moderación a lo largo de las diez jornadas que quedaban por delante y evitar el reabastecimiento.
En esa primera misión, nuestras tropas de elite descubrieron varios campamentos en los que incautaron armas, documentación e indumentarias. Trece días después, regresaron a Famaillá satisfechos por el deber cumplido aunque un tanto decepcionados por no haber entrado en contacto con el enemigo. Había sido una marcha realmente extenuante en la que cada integrante de la compañía perdió entre 8 y 10 kilogramos de peso19.
El bautismo de fuego de los comandos tuvo lugar en el mes de octubre, al oeste de Famaillá, durante su segunda misión de patrulla, cuando en una serie de enfrentamientos, breves pero intensos, lograron abatir a numerosos guerrilleros y capturar otros campamentos. Mientras tanto, en Campo de Mayo, al norte de Buenos Aires, otras secciones de la 601 completaban su entrenamiento y se preparaban para marchar al frente con el objeto de relevar a sus compañeros. Las mismas, integradas por 30 efectivos, terminaban su período instrucción intensiva, al término de los cuales, se dispuso el primer recambio (diciembre), el primero de una serie que se prolongó hasta el fin de la contienda, constituyendo un arma novedosa y eficaz.



La Aviación de Ejército


La Aviación de Ejército entró en acción a principios del conflicto, cuando helicópteros Bell UH-1H iniciaron vuelos de reconocimiento en apoyo de las tropas del general Mario Benjamín Menéndez (agosto de 1974).
El 7 de febrero de 1975 el alto mando de las FF. AA. dispuso la constitución del Equipo de Combate “Cóndor” integrado por una docena de helicópteros UH-1H que constituyeron la 1ª Sección; dos aviones Piper L-21B de reconocimiento pertenecientes al Batallón Aeromóvil 601 y personal de mantenimiento de la Compañía de Abastecimiento y Mantenimiento de Aeronaves 601. La dotación recibió, en octubre de 1975, el refuerzo de otros cinco UH-1H además de un helicóptero SA 315B Lama y un Hiller FH 1100 de la Gendarmería Nacional que también trasladó tropas al teatro de operaciones.
La Aviación de Ejército fue el arma aérea con más horas de vuelo durante la guerra, 3500 en total, durante las cuales perdió cuatro aeronaves, el DHC-6 Twin Otter matrícula AE-259, de la Sección de Aviación del III Cuerpo de Ejército y el Piper L-21B matrícula AE-008 (perecieron ambas tripulaciones). El 10 de octubre de 1975 fue abatido en Acheral el helicóptero UH-1H matrícula AE-412 y el 5 de mayo de 1976, cerca del río Caspichango, cayó el matrícula AE-411, falleciendo el piloto y parte de su tripulación.
El Piper L-21B se estrelló contra la ladera oriental de un cerro próximo al Ingenio Santa Lucía y sus restos, con los cuerpo del subteniente Gustavo P. López y el teniente primero Carlos M. Casagrande en su interior, fueron hallados por un baqueano, dos años después de finalizada la contienda.
La Aviación de Ejército perdió siete efectivos y sus cuadros demostraron un grado de valor y profesionalidad dignos de elogio.


La Armada Argentina en el Operativo Independencia
La guerra de Tucumán implicó la participación de las tres armas, además de la Gendarmería y las policías federal y provincial.
Dada la magnitud del conflicto, la Marina de Guerra dispuso el envío de oficiales al mando de un capitán, con el objeto de que prestaran apoyo al Ejército en tareas de logística e inteligencia. Además, fueron despachado hacia el teatro de operaciones un Beechcraft B-80 King Air para misiones de reconocimiento por medio de imágenes térmicas; un Grumman 1H-16B Albatros, para tareas de búsqueda y salvamento y un helicóptero Alouette III con Lanzacohetes de70 mm construidos en la Base Aeronaval de Punta Indio20.



La acción de la Fuerza Aérea
La Fuerza Aérea Argentina, como la Aviación Naval, tuvo su bautismo de fuego el 16 de junio de 1955, durante la primera fase de la Revolución Libertadora que derrocó al régimen del general Perón. El Operativo Independencia fue su segunda intervención armada.
Hemos visto a la Armada despachando personal y unidades aéreas hacia la zona de operaciones, para misiones de reconocimiento y rescate. La participación de la FAA fue mucho mayor que la de Aviación de Ejército ya que desde el comienzo de la guerra tuvo a su cargo la custodia del Aeropuerto “Benjamín Matienzo” y el transporte de tropas y armamento pesado. Para ello destacó al teatro de operaciones aviones de carga y transporte Friendship/Troopship F-27 y Hércules C-130 de la I Brigada Aérea. Los Hércules, uno de los cuales, el TC-62, fue derribado en el Aeropuerto Matienzo, fueron la principal presencia del arma hasta octubre de 1975, cuando los altos mandos dispusieron el envío de unidades de combate en apoyo de las tropas en tierra.


Los IA-58 Pucará llevaron a cabo ataques sobre campamentos,
columnas y posiciones guerrilleras


La primer misión de combate de la Fuerza Aérea Argentina en la guerra de Tucumán se llevó a cabo en el mes de octubre, cuando el Ejército detectó un campamento guerrillero en plena espesura y determinó que, dada su posición, un ataque aéreo sería más indicado y mucho menos riesgoso.
Desde el Aeropuerto Benjamín Matienzo partieron en primer lugar, cuatro aviones Mentor B45 de entrenamiento con la misión de realizar un relevamiento fotográfico y corroborar la presencia enemiga en el sector.
Confirmada la posición, los aparatos regresaron a su base señalando que el enclave se hallaba en el centro de una importante depresión cubierta por la vegetación y que, efectivamente, su acceso por tierra era sumamente dificultoso.
El 8 de noviembre a las 10.00 hs. cuatro Skyhawks A-4B de la V Brigada Aérea con asiento en San Luis, la misma que habría de cubrirse de gloria en el Atlántico Sur siete años después, decolaron de Villa Reynolds con destino a Tucumán.
Una vez sobre el objetivo, el líder de la formación lanzó una bomba fumígena con el objeto señalar el blanco y permitir a sus tres numerales que volaban detrás, a baja altura (300/500), arrojar sus bombas de fragmentación y disparar intermitentemente sus cañones de 20 mm.
Cumplida la misión, los cazas viraron hacia el oeste y regresaron a su base, dejando a sus espaldas el campamento enemigo en llamas21.
A partir de ese momento, los A-4B efectuaron hasta dos incursiones diarias, destruyendo numerosas posiciones y atacando las columnas subversivas que se desplazaban por el río Caspichango, al oeste de Famaillá. Por lo general, esas misiones se llevaron a cabo con el apoyo de unidades de Aviación de Ejército, más precisamente helicópteros UH-1H provistos de coheteras Albatros de 70mm y artillero de puerta con ametralladoras MAG, que tenían por misión señalar los blancos con granadas fumígenas.
Durante una misión de bombardeo a posiciones enemigas, un A4B que sobrevolaba el objetivo a baja altura recibió impactos de esquirlas de una de sus bombas, que le provocaron daños menores que fueron evaluados en Villa Reynolds a poco de aterrizar.
A los Skyhawk A-4 y los Mentor B45, que también realizaron misiones de ataque y bombardeo liviano se sumaron los prototipos Pucará IA-58 que como bien dice Ricardo Burzaco, hicieron su debut en esta contienda.
El Grupo de Tareas “Pucará”, con asiento en la Base Aérea Militar Reconquista, entró en operaciones en septiembre de 1974 bajo las órdenes del mayor José María Ignes Rosset, que tuvo a su cargo la instrucción de personal. En septiembre, la base aeronáutica recibió la orden de alistar sus cuatro unidades Anti Insurgencia matrículas A-501 y A-502, que habían salido de la línea de producción el 15 de noviembre de 1974 y A-503 y A-504, que fueron entregados en octubre y noviembre de 1975, respectivamente. Pilotearon esas aeronaves el vicecomodoro Ignes Rosset, el capitán Igarzabal y los tenientes José Vacarezza, Ricardo Grunert, Carlos Varela y Carlos Fillipi22, quienes operaron desde la Escuela de Aviación Militar de Córdoba realizando vuelos de cobertura y defensa sobre las tropas que se desplazaban por tierra, completando misiones de reconocimiento, relevamientos aerofotográficos y ataques a enclaves subversivos.
Aquellos aviones de fabricación nacional cumplieron su misión satisfactoriamente y tuvieron su bautismo de fuego al ametrallar y bombardear campamentos y columnas del enemigo, demostrando su alto rendimiento y desempeño profesional.
La llegada del nuevo año marcó una merma considerable en el accionar de la guerrilla, hecho que llevó a los jefes aeronáuticos a suspender los vuelos diarios y poner en marcha un sistema de alerta consistente en guardias rotativas de 30’, con aviones de las II, IV, V y VIII brigadas aéreas, artillados y listos para decolar hacia el teatro de operaciones, en caso de ser necesarios.
La Fuerza Aérea Argentina tuvo seis muertos en combate, el capitán Roberto C. Aguilera, el teniente primero Carlos E. Correa, el sargento ayudante Aldo R. Linares, los subtenientes Gustavo P. López y César G. Ledesma y el cabo primero José A. Ramírez, además de tres heridos, el sargento Ramón J. Gil y los soldados clase 55 Carlos A. Romitti y Rubén N. Piazza. Un oficial, el teniente primero Honorio E. Luzuriaga, recibió la medalla al heroico valor en combate23, por su decidido accionar



Ultima fase de la guerra


Patrullando la espesura


El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón y llevó al poder a la junta militar integrada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti.
Nueve días antes, un violento atentado casi le cuesta la vida al primero, cuando elementos subversivos hicieron detonar a su paso un coche bomba cargado de perdigones, estacionado en una de las calles de acceso al Comando General de Ejército.
El alto jefe militar resultó ileso, no así cuatro coroneles que recibieron heridas graves, lo mismo ocho suboficiales, cinco soldados y seis civiles que pasaban por el lugar. Un camionero, Alberto Blas García, que en esos momentos circulaba con su camión por Av. Madero, en dirección a Retiro, perdió la vida al recibir los impactos de las numerosas esquirlas.
La guerra en Tucumán, mientras tanto, continuaba.
El 2 de abril tuvo lugar un nuevo combate junto al río Caspichango, en el que fueron abatidos cuatro subversivos. Ocho días después el ERP mató en una emboscada al soldado Mario Gutiérrez.
El 5 de mayo el comando de la Brigada de Infantería V recibió información de que un grupo de individuos no identificado incursionaba sobre Santa Mónica con el objeto de conseguir alimentos y habida cuenta de ello, ordenó el envío de un helicóptero UH-1H con la misión de ubicar al enemigo y atacarlo. El aparato despegó de su base al mando del capitán Antonio Ramallo llevando a bordo al teniente César Gonzalo Ledesma, al sargento Walter Hugo Gómez, al cabo 1º Carlos Alberto Parra y su igual en jerarquía, Ricardo Zárate.
El aparato recorrió la zona durante horas y repentinamente, a las 22.00, dejó de transmitir. Al día siguiente personal de Ejército y Gendarmería Nacional emprendieron la búsqueda, comprobando que el helicóptero de había estrellado en plena selva, a 4 kilómetros de Santa Lucía. Una vez en el lugar, los efectivos abocados al rescate retiraron los cuerpos, incluyendo el de Zárate que todavía vivía, aunque moriría por sus heridas, un día después.
El 8 de mayo, un atentado contra una ambulancia, en Caspichango, cobró las vidas del subteniente médico Juan A. Toledo Pimentel, del sargento enfermero Alberto Eduardo Lai y del soldado Carlos Alberto Cajal. Dieciocho días después fue abatida en Yacuchina, la combatiente Paula, de quien se intuía, había efectuado el disparo que dio muerte al subteniente Berdina.
Pese a que aún combatía, la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez” se hallaba en estado de crisis, con sus cuadros disminuidos, casi desarmados y sin abastecimiento. Fue, tal como explica el coronel González Breard, el momento en que, desarticulada y limitada en su accionar, elementos de la Juventud Guevarista manifestaron su intención de incorporarse voluntariamente a sus filas y evitar el desmoronamiento total de las fuerzas en operaciones. Y mientras las FF. AA. perseguían a sus combatientes hacia el interior del monte, la compañía solo se limitó a realizar maniobras evasivas, rehuyendo constantemente el combate, con la intención de mantener su presencia el mayor tiempo posible.



La muerte de Santucho
El 19 de julio de 1976 el ERP recibió un golpe mortal. Ese día, efectivos del ejército al mando del capitán Juan Carlos Leonetti, se apersonaron en un edificio de departamentos ubicado en Villa Martelli, a escasos metros de la ruta Panamericana y la Av. Gral. Paz, donde tenía su domicilio Domingo Menna, integrante del buró político del PRT-ERP.
El golpe se llevó a cabo cuando la agrupación intentaba coordinar sus operaciones con los Montoneros, acción tendiente a impulsar la fusión de ambas fuerzas en lo que se daría en llamar Organización para la Liberación de la Argentina.
Por entonces Santucho y su pareja, Liliana Delfino, preparaban su salida del país con destino a La Habana dado que a esa altura, identificados como estaban, era previsible su inminente captura.
Ese día, efectivos del ejército rodearon el edificio e ingresaron cautelosamente en su interior, desplazándose sigilosamente hasta el departamento de Menna. En el apartamento, Santucho, Benito Urteaga, Fernando Gertel, Liliana Delfino, Ana María Lanciloto y el dueño de casa conversaban despreocupadamente, sin percibir lo que ocurría alrededor.
Repentinamente, el capitán Leonetti alzó la voz e intimó a los terroristas que, lejos de acatar la orden, tomaron sus armas y comenzaron a disparar.
Leonetti cayó muerto, razón por la cual, su segundo en el mando tomó el control y encabezó el asalto. Las fuerzas del orden irrumpieron en el interior y dieron muerte a sus ocupantes, quienes antes de sucumbir, ofrecieron dura resistencia.
Ese día el ERP, y por consiguiente, su brazo político, el Partido Revolucionario de los Trabajadores perdió a casi toda su dirigencia, hecho que, sumado al desastre de Monte Chingolo y la derrota que experimentaba en Tucumán, dejó en claro que sus días como fuerza combatiente y organización política de envergadura, estaban contados.
Mientras los efectivos del Ejército retiraban los cuerpos de los seis subversivos y el oficial abatido, se difundía la noticia del asesinato en Wilde, del general Omar Carlos Actis, acribillado por Montoneros cuando se dirigía a dar una conferencia.



La Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez” languidece
Con sus principales jefes eliminados, el ERP, bajo la conducción de Enrique Gorriarán Merlo y Arnold Kremer, se hallaba mortalmente herido e iniciaba su lento retiro de la escena.




Guerrillero abatido tras el
combate de Acheral (Ricardo Burzaco,
Infierno en el
monte tucumano)

El accionar subversivo quedaría en manos de la organización Montoneros que a partir de ese momento emprendió operaciones pura y exclusivamente en el terreno urbano, las principales, el asesinato del ejecutivo Carlos A. Berconetti en Córdoba (19 de agosto de 1976), el intento de copamiento de la subcomisaría de Ringuelet (10 de septiembre), el atentado en Rosario, contra un ómnibus de la policía de Santa Fe, en el que un coche bomba mató a once efectivos e hirió a varios más, incluyendo algunos transeúntes (10 de septiembre);"EN REALIDAD FUE UN 12 DE SETIEMBRE DE 1976); el asesinato en Buenos Aires del gerente del Banco de la Nación Argentina, Daniel A. Cash (17 de septiembre) y catorce hechos más hasta fin de año, entre ellos el intento de detonar una bomba en el palco que ocupaban el general Videla y otros altos jefes militares durante un acto en Campo de Mayo; el que se perpetró contra el subjefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, coronel Ernesto Trotz (que perdió su brazo izquierdo) y el terrible atentado del 15 de diciembre en la Sala de Conferencias de la Subsecretaría de Planeamiento del Ministerio de Defensa enla Capital Federal, que provocó 14 muertos y 20 heridos graves24.
El ERP, en cambio, solo se limitó a acciones menores, algunas de ellas, el secuestro del industrial Sid de la Paz (10 de septiembre); el asesinato del comodoro Adolfo Valis (9 de noviembre) y el del coronel Francisco B. Castellano (29 de diciembre).
En Tucumán, mientras tanto la guerrilla, reducida a un escaso número de combatientes, se hallaba en estado crítico.
El 27 de mayo la Compañía de Monte detuvo y ejecutó en Caspichango, frente a su familia, al campesino Marcelo Giménez acusado de delator. Poco después, en otro choque armado, cayeron seis refuerzos montoneros que intentaban apoyar el accionar del ERP y en octubre, fueron abatidos cerca de El Soloco, el comandante de la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez”, capitán Raúl MacDonald y otros dos subversivos más, hecho que marca el fin de las acciones en Tucumán25.
24 combates, 68 campamentos destruidos, 74 guerrilleros abatidos y 18 efectivos regulares muertos (sin contar los civiles asesinados), fue el saldo de las acciones, que finalizaron con el triunfo completo de las FF. AA. de la Nación.



Epílogo
Se ha intentado equiparar el accionar de las guerrillas de Europa con el de las bandas terroristas que operaron en la Argentina, en la década del 70. Las diferencias en cantidad de hombres, magnitud de las operaciones y frecuencia de su accionar son inconmensurables si se las equipara con los hechos esporádicos y puntuales que tuvieron lugar en las naciones del viejo continente. Allí no hubo ataques ni copamientos de cuarteles, atentados a diario, a veces simultáneos y en distintos puntos del país, ni zonas liberadas, ni hundimiento de unidades navales, ni derribo de aviones, ni toma de poblaciones, ni ejecuciones masivas. La guerrilla argentina fue, incluso, mayor que Sendero Luminoso en Perú y el M-19 de Colombia. Y mucho más lo fue si se la compara con el accionar de Tupamaros en el Uruguay, las guerrillas de Bolivia y Centroamérica o las insignificantes acciones de la subversión en Chile.
La guerra de guerrillas en la Argentina hay que situarla entre las más sangrientas en las últimas décadas en América Latina26.

Lo que vivió la Argentina entre 1970 y 1980 fue una guerra civil; un conflicto que alcanzó proporciones de conflagración convencional en la provincia de Tucumán cuando el ERP intentó liberar parte del territorio nacional y obtener reconocimiento en la Naciones Unidas, en la Organización de Estados Americanos e incluso y el Pacto de Varsovia.
Fueron las autoridades gubernamentales, legalmente constituidas, las que llamaron a las Fuerzas Armadas de la Nación a combatir a un enemigo, despiadado tanto en la histórica provincia, cuna de nuestra Independencia, como en el resto del país. Y lo hicieron cumpliendo un mandato de la sociedad, de un pueblo aterrorizado y cansado de tanta muerte y violencia. Un pueblo que no pidió, en ningún momento, el derramamiento de sangre, ni los secuestros, ni las bombas, ni los atentados, ni las emboscadas que se perpetraron en su nombre. Que jamás habló de entablar una lucha desigual en la que sus “combatientes”, sin dar la cara y camuflados entre el ciudadano común, matasen a mansalva y por la espalda, en las ciudades, en los pueblos, en las escuelas y las instituciones donde la población desprevenida, en su diario trajinar, pululaba despreocupada y ajena a un conflicto que no era el suyo.
El gobierno surgido por elecciones populares en 1973 llamó a defender a la patria, una patria que estuvo a punto de perder parte de su territorio. Y tal como sostuvo acertadamente el licenciado Emilio Samyn Ducó en su disertación “Los Derechos del Hombre”: “La patria es la tierra de los padres. Es lo que se nos ha dado por herencia. La patria es la familia que devino en Dan, en tribu. Es un grupo de familias unidas por un lazo de afinidades religiosas, raciales, culturales, etc. Cuando la patria toma conciencia de sí misma y se reconoce como algo diferente a otras es donde podemos decir que se conforma la nación, en tanto y cuanto la nación es la identificación interna de un grupo humano con su pasado, su presente y su futuro. El Estado, en cambio, es algo distinto, es la sociedad civil política y jurídicamente organizada”27.






Imágenes


Sobrevolando un campamento militar
(Imagen: Ricardo Burzaco: Infierno en el monte tucumano)






Marcha hacia el frente



King Air B-80. Este avión dotado de equipo para el reconocimiento
por imágenes térmicas fue una de los aportes que hizo la Armada
durante el conflicto
(Imágen: Ricardo Burzaco, Infierno en el monte tucumano)



Cónclave encabezado por los máximos referentes del ERP.
De izquierda a derecha. Mario Roberto Santucho, Benito Jorge Urteaga
y Enrique Gorriarán Merlo

"ARGENTINA: GUERRA EN TUCUMÁN"...OPERATIVO INDEPENDENCIA...(1974-1975-1976)...ESTA ES LA VERDAD HISTÓRICA...ESTA ES LA GUERRA LIBRADA POR EFECTIVOS DE TODAS LAS FUERZAS CONTRA LOS ASESINOS TERRORISTAS QUE PRETENDÍAN PONER DE RODILLAS A NUESTRA PATRIA...ESTOS SON LOS QUE DEFENDIERON Y DEFENDIMOS NUESTRA PATRIA HASTA PERDER LA VIDA ¡¡¡¡¡...Titulado, comentado y publicado por Miguel...

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