¿Ustedes se acuerdan, muchachos, de por qué peleábamos? Digo: ¿por qué cosas, qué causas, qué ideas, qué fines? Supongo que deberían acordarse: casi cuarenta años después siguen definiéndose –en muchas cosas– en función de aquello.
Para empezar: ¿se acuerdan de que pensábamos un par de cosas y estábamos dispuestos a jugarnos la vida –no a venderla, no a alquilarla– por ellas? Entonces quizá se acuerden de que pensábamos, entre otras, que el sistema capitalista debía desaparecer y que, para eso, este Estado debía desaparecer y ser reemplazado por otro que pensábamos más justo, con otro sistema de gobierno, con la vocación de repartir la riqueza equitativamente y el poder equitativamente –en lugar de garantizar el poder de un sector, de una clase. Para eso, claro, había que combatirlo y, si era posible, destruirlo. ¿Se acuerdan, muchachos? Quizá dejaron de pensarlo, pero igual es raro que le pidan a ese Estado que les pague por haberlo combatido.
La noticia circuló bastante poco: leo que están a punto de conseguir una pensión vitalicia –dicen que unos 4000 pesos al mes– por haber estado presos durante la última dictadura militar. Ya cobraron indemnizaciones importantes; ahora otra vez quieren pedirle plata al Estado por lo que les hizo hace décadas –y asegurarse una pequeña renta. No entremos en la discusión más obvia sobre el dinero público; no insistamos en que, en un país con más de 20 por ciento de pobres, ustedes, que en general no lo son, van a llevarse unas diez Asignaciones Universales cada mes por un riesgo que decidieron tomar hace cuarenta años. Como si en todo ese lapso, además, no hubieran tenido tiempo y oportunidades y capital para rehacer sus vidas y ganarse sus vidas.
Pero, sobre todo: como si eso tuviera alguna lógica. Porque estar presos –¿se acuerdan?– era el resultado de ese combate contra el Estado capitalista, injusto, represor y era, también, para muchos, una forma de seguir ese combate.
Queríamos cargárnoslo –algunos lo queremos todavía– y el Estado ganó, nos ganó. Existe pese a nosotros, existe porque nos derrotó, muchachos; entonces, de verdad: ¿les parece lógico pedirle plata al enemigo que elegiste y combatiste y te ganó, por haberte ganado?
(Y no creo que el hecho de que la mayoría de esos detenciones fueran “ilegales” sea un dato relevante. Nosotros también éramos ilegales. Nosotros no creíamos en la “legalidad burguesa”. Combatíamos la legalidad burguesa. Si hubiéramos creído en la legalidad burguesa no habríamos considerado legítimo robar bancos, por ejemplo –“expropiar”– o secuestrar empresarios –“devolver al pueblo”– o incluso matar –“ajusticiar”–; todo eso se opone a esa legalidad burguesa que queríamos destruir y que ahora ustedes usan e invocan para pagarse una pensión –por haber intentado destruirla: ¿no les suena raro?)
Pero, más allá de la lógica que no consigo entender, hablemos de política. Estos años de kirchnerismo han sido la ocasión perfecta para que millones de argentinos cambiaran su valoración de los años setentas y sus militantes. Cuando aparecían sobre todo como víctimas de los peores asesinos era fácil tenerles compasión, difícil criticarlos. Pero en la última década este gobierno pretendió que era la continuidad de aquella militancia y muchos le creyeron; incluidos, por supuesto, muchos de sus enemigos –que aprovecharon para saldar cuentas retroactivas. Para eso, le (re)adjudicaron a los militantes setentistas ciertos rasgos K: la prepotencia, el sectarismo, la censura, la inepsia, la corrupción, el curro. Les vino bárbaro: volvieron a convertir a aquellos militantes en individuos que, de algún modo, se merecían lo que les pasó. La pelea, entonces, por la historia consistiría en desmarcarse, en decir no, este gobierno corrupto autoritario no tiene nada que ver con nosotros, no nos continúa ni nos representa. Pero si usan el poder político del gobierno para conseguirse unos manguitos, muchachos, están haciendo justo lo contrario. Regalándole –vendiéndole– argumentos a La Nación, a Reato, a la señora Pando, a los que llevan años tratando de cargarse aquella historia. Ustedes sabrán por qué lo hacen. ¿Por cuatro lucas al mes, ése es su precio? ¿Por una revanchita menor, nos ganaron pero mirá cómo lo usamos en nuestro beneficio? ¿Por despiste? Ojalá haya alguna otra razón, alguna que no entiendo.
Por suerte nadie los obliga. Quiero decir: aún si el Congreso termina de entregarla, no están obligados a cobrar esa plata. Así que, por una vez, hay espacio para la decisión individual: cada quien puede pensar y proclamar qué hará; nadie puede decir no, fueron ellos, yo no quería, ay qué país de mierda. No esta vez.
Ustedes dirán.
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