Alegato de Miguel Etchecolatz.. preso políticos de Argentina
A mis compatriotas:
Antes
de explicarles lo sucedido el 19 de diciembre de 2012, quiero hacer lo
que los magistrados del TOF n°1 me impidieron cuando por la fuerza me
expulsaron de la sala. Esto era, simplemente, hacer público mi sentido
homenaje a los ciento sesenta y dos policías asesinados a mansalva por
el terrorismo sin haber tenido participación en esta guerra. Esos
servidores públicos eran hijos de esta tierra y en ella dejaron un día
su sangre. Si hay un cimiento firme para que la Nación repose sobre él
es el ejemplo que ellos nos dieron.
El
TOF N°1 de La Plata alquiló para estas sesiones, quizás por el carácter
exhibicionista que le imprimen a sus juicios, el teatro de la AMIA de
La Plata. Nunca hubo mejor escenario para un tribunal que en sus
actuaciones espectaculares tiene el doble significado de circo. Circo
como el ominoso lugar donde se largan a la arena víctimas sin derechos
ni garantías a merced de los arbitrios de querellantes y fiscales y
circo como lugar donde malabaristas, payasos, equilibristas y animales
amaestrados, pueden, dado el carácter judicial de los procesados,
ultrajar y pisotear todas las reglas que regulan la Justicia y la
legalidad.
El TOF n°1 fue integrado por los jueces Carlos Rozanski, Mario Portela y Roberto Falcone.
No
obstante, conforme al derecho que la ley me otorga decidí pronunciar mi
alegato final sobre el juicio seguido contra mi persona por el TOF N°1
de La Plata.
Si
bien los integrantes del tribunal al principio me escuchaban sin poder
ocultar su antipatía, la hostilidad de los mismos fue creciendo a medida
que me adentraba en mi alegato hasta llegar a niveles de exasperada
intolerancia. En verdad, los integrantes del tribunal no podían soportar
que se les criticara la metodología espuria que habían empleado en las
audiencias, donde a partir de inmorales gestiones encarcelaron sin
apelación a la verdad, al derecho y a la justica bajo siete llaves.
Era,
sin lugar a dudas, interesante observar los cambios de humor que se
iban dando en los miembros del tribunal hasta que, en un punto
determinado de mi alegato el Dr. Falcone con el rostro desencajado y a
los gritos me interrumpe advirtiéndome que de seguir humillando y
desacreditando a los “magistrados” y al “agente fiscal” sería expulsado
de la sala. Como ni siquiera ellos sabían que rumbo tomar deliberaron
durante un largo tiempo hasta que se me autoriza- por decisión
mayoritaria- continuar con mi exposición con la especial advertencia de
abstenerme de formular cargos contra el “tribunal” en general o a sus
“magistrados” en particular.
Lo
que hasta ahí había sucedido no era otra cosa que el uso indiscriminado
de las consabidas metodologías que en general emplean los TOF, donde
primero tratan de desconcertar y luego intimidar a los procesados, lo
que me obligó a explicar que no era mi estilo agraviar a la verdadera
Justicia sino expresar lo que había observado a lo largo del desarrollo
del “juicio”. Al agregar que no podía considerar a ellos- Rozanski,
Portela y Falcone- como jueces justos e independientes y merecedores de
respeto ya que a todo lo largo de todo el “juicio” actuaron fuera de los
límites del derecho en total discrepancia con la realidad y con la
exigencia natural de un juez que es la de impartir justicia, porque
siempre trataron de convertir a los procesados en un conjunto de mudos
para que con su silencio no pudieran interrumpir la nefasta acción que
estaban llevando a cabo.
Como era de esperar, fui expulsado de la sala, no sin antes mostrar un cartel donde resumía mis opiniones
Miguel Etchecolatz
Prisionero de guerra
Alegato
Quiero
que sean mis primeras palabras un sincero y sentido agradecimiento a mis
incansables defensores oficiales Dres. Laura
Díaz, Adriano Liva y Daniel
Ranuschio quienes por razones de prudencia estimaron aconsejable no
ventilar la verdad descarnada, dura y cruel de lo que debieron sufrir durante
el juicio cuando se vieron enfrentados a una realidad de perfiles dramáticos y
sorprendentes que los obligaron a ceñirse a la única alternativa que el
tribunal les ofreció: ajustar su labor a una tan sólida como ineficaz defensa
técnica.
Estoy
aquí para ser condenado. Yo puedo decir parafraseando a Marco Anneo Lucano, “Nadie
resulta inocente cuando su adversario es el juez”, porque, jueces del
tribunal, ustedes no han venido aquí a juzgar. Ustedes han decidido que soy su
enemigo y siendo parte de la causa han venido, más allá de razones y pruebas, a
condenar.
Me
van a condenar por haber cumplido la orden de enfrentarme a aquellos que
atacaron a mi Patria. Me van a condenar por lo que dijo y ordenó en su momento
el Señor Presidente de la Nación, Tte. Gral. Juan Domingo Perón luego del
cruento ataque terrorista a una unidad militar: “Nosotros vamos a proceder de
acuerdo con la necesidad, cualesquiera sean los medios. Si no hay ley, fuera de
la ley también lo vamos a hacer y violentamente. Porque a la violencia no se le
puede oponer otra cosa que la propia violencia.” Y nunca me cansaré de
destacar que nosotros siempre actuamos dentro de la ley vigente que en estas
circunstancias era el Código de Justicia Militar.
Por
tercera vez me enfrento a un tribunal revolucionario, tercera vez que no será
la última ya que no faltará alguien que amañando hechos o tergiversándolos,
fragüe otra causa. Yo no soy un acusado común, jueces del tribunal, yo, y todos
los que combatieron la subversión- hoy prisioneros de guerra condenados o por
condenar- somos el enemigo.
En
otro País, con otra justicia, esta animadversión sería severamente penada ya
que sería calificada de prevaricato. Aquí es solo un episodio de menor cuantía
y no faltarán ocasiones para que espurias asociaciones ilícitas formadas por la
malquerencia de inquisidores y el resentimiento de presuntos vengadores
imaginen nuevos hechos y falseen situaciones que ocurrieron más de treinta años
atrás. No ha habido, no hay, ni habrá en esta clase de juicios, argumentos que
sean conformes a derecho ni testigos que no hayan sido adiestrados en la
falacia y el enredo.
En
estas condiciones, prestos a ser lanzados a un circo donde no les espera otra
cosa que un pulgar dirigido a tierra, hay mil doscientos cincuenta argentinos
que cumplieron con la orden de defender a la Patria. Para ellos no hay Pacto de
Costa Rica ni, menos aún, Constitución Nacional. Serán condenados de la exacta
manera que hacen conmigo, apelando a leyes posteriores a la comisión de los
presuntos delitos de los que son imputados, limitando arteramente su derecho a
la defensa y sin tener en cuenta los problemas de salud que por su edad
arrastran.
En
estas condiciones y a causa del tiempo que esa entelequia llamada “justicia argentina” se toma para
inventar causas y encontrar testigos “confiables”
ya han muerto en miserables condiciones
ciento noventa y cinco de ellos.
Es
mentira que ustedes estén aquí para juzgar. En verdad están cumpliendo el
mandato de mostrarle a la República lo
que les sucederá, de aquí en más, a aquellos que acatando órdenes deban
defender a la Patria de una agresión terrorista. No solo van a condenar a
todos aquellos que el poder político del momento, ante el cual se postran, lo
ordene sino que al actuar así han demostrados ustedes que no son ni rectos ni
ecuánimes. Solo para demostrarlo quiero hacer referencia al episodio del día
que un testigo propuesto por la fiscalía se presentó como “mano derecha” del jefe terrorista Mario santucho y pidió que se le
rindiera un homenaje a éste y a los “héroes”
que colocaron una bomba en la Jefatura de Policía de La Plata donde hubo
muertos y heridos entre los que yo me encontraba. Ninguno de ustedes, jueces,
ni el fiscal dijeron palabra alguna ante esta apología del delito. Se
mantuvieron en un sistema pusilánime que asquearía a cualquiera que
creyera que el juicio se desarrollaba en
un País que presume de respeto a las leyes. Cuando les pedí a mis abogados
defensores que pusieran fin a ese agravio el juez Rozanski, presidente del
tribunal, me increpó agregando que de repetirse mi actitud sería expulsado de
la sala.
¿Acaso me puede asombrar esta actitud?, de ninguna
manera, desde hace tiempo sabemos que esta es la impronta con la que se iban a llevar a cabo
esta sesiones de revancha. Me sobra experiencia para afirmar esto ya que previo
a este juicio la Cámara federal de La Plata, en esos autos de fe
pretendidamente jurídicos que se llamaban pomposamente “juicios por la verdad”, quiso tomarme declaración juramentada.
Ante eso, me vi en la obligación de recusar a dos de los tres magistrados que
la integraban. ¿Por qué debí hacerlo?, porque uno de los magistrados que
componía la Cámara había sido detenido en 1977, siendo yo Director de
Investigaciones de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires, por integrar como abogado lo que en ese entonces se
denominaba “liga de compradores” y
que no era otra cosa que una banda de veintitrés delincuentes dedicados a
intimidar a los asistentes a los remates judiciales. La otra persona a la que
recusé era un abogado que según constancias judiciales tendría un hijo “desaparecido” y que habría estado éste
en áreas bajo mi mando, lo que significaría que ese juez estaría frente al
presunto responsable de la “desaparición”
de su hijo lo que hacía cuestionable su imparcialidad. No obstante al expresar
que ello no le impedía actuar en mi caso no se hizo lugar a mi pedido de
recusación en ninguno de los dos jueces. Como no se hizo lugar a mi pedido,
ante tan flagrante despropósito opté por abstenerme de declarar.
Sería imposible seguir adelante sin considerar la
lamentable actitud del fiscal a lo largo del “juicio” ya que contrariamente a lo que lo obliga su ministerio-
controlar la legalidad del proceso- optó por convertirse en un querellante
acérrimo negándose a evaluar las pruebas ofrecidas por mi defensa.
Es ridículo apelar a la conciencia del fiscal ya que
él sabe muy bien que esta barbaridad jurídica que se ha cometido, carente de
todo rigor científico o técnico pero a la que ha armado con un amplio bagaje de
trucos, amenazas y provechos ha contribuido a poner a la justicia a merced de testigos
mendaces y de interrogatorios inquisitoriales y no había en él otro motivo para
ello que ponerla al servicio de la venganza personal de aquellos que en su
momento y arma en mano atacaron a la República y que fueron derrotados
militarmente por las armas de la Patria.
Pero este accionar perverso no existe solo en la mente
del fiscal. Su falta de ética y objetividad no termina en él, existe también en
jueces prevaricadores, en testigos falsos y falaces y en pseudo defensores de
los derechos humanos.
En el colmo del disparate el fiscal me acusa de
integrar un siniestro plan de persecución de “jóvenes idealistas”, plan que nunca integré pues no se si existió
realmente o si solo se gestó en la vertiginosa fantasía del fiscal- ya que
ninguna prueba tangible pudo ofrecer de esto más allá de una presunción
subjetiva carente de lógica- que fue, a lo largo del juicio, inagotable pero
contradictoria constituyendo un buen final para la culminación de una farsa
jurídica de exhaustiva endeblez.
Ustedes, quienes integran este tribunal, tienen la
liviandad de espíritu de juzgar una guerra, la peor clase de guerra que es
aquella que desata el terrorismo, con un código penal desconectado de lo que
fue la realidad de entonces. Han hecho oídos sordos a quienes de verdad conocen
y saben como fue esta guerra e inclusive a lo que pensaban quiénes la
desataron. Sólo les traigo a cuento una frase de un jefe terrorista, Rodolfo
Galimberti: “Si ellos hubieran peleado con el Código bajo el brazo, perdían la
guerra.” . Se
equivocaba Galimberti, la guerra se ganó militarmente con el código bajo el
brazo porque siempre peleamos siguiendo las directrices del CJM.
Si hubiéramos perdido la guerra para hombres como
ustedes solo se habrían abierto dos caminos; de ustedes, aquel que se
considerase hombre de criterio libre no habría habido futuro en una estado de
lacayos, pero si se hubieran considerado “revolucionarios”, al menos habrían
tenido la ventaja de no tener que torcer
sus conciencias acomodando las leyes a una situación determinada porque
ustedes, quienes integran este tribunal, están acá respondiendo no al cometido
de enaltecer la justicia sino de afirmar un concepto político más que jurídico.
Ustedes han venido aquí a condenar, no a juzgar porque el poder político así se
los ha ordenado.
Quizás crean que con la condena que me impongan honran
a la justicia, pero saben en su fuero
íntimo que solo han consagrado la injusticia del poder. Ustedes no son jueces,
ustedes son instrumentos de ese poder que ha decidido que aquellos que hoy
estamos en la posición de derrotados, seamos sentenciados previo paso bajo las
horcas caudinas de estos simulacros judiciales. Y es este poder quien los ha
incitado u obligado a quitarse de sus conciencias todo tipo de escrúpulo moral
que en ellas hubiera y les ha exigido
despojarse de cualquier atisbo de ecuanimidad que en ustedes existiera.
Ustedes, en esta hora infame de la revancha tienen el
demérito de haber cambiado la justicia por un tipo de demagogia revolucionaria
en la cual solo pueden creer aquellos que con nuestra condena creen haber
ganado algo. Ustedes, considerándose mis enemigos quedarán satisfechos con la
condena. A mi me dejarán donde quieran junto con algo que ningún tribunal podrá
quitarme, el orgullo de haber combatido por mi Patria contra los que la
agredían. Lo que ustedes hagan, dejó de importarme hace mucho porque como dice
San Pablo, “A los ojos de Dios no son justos los que oyen la ley, son justos los
que la practican”
Miguel Etchecolatz
Prisionero de guerra
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